¿Por qué caemos?
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Es, obviamente más fácil ver lo malo en los demás, que verlo en uno mismo. Por
eso es que trataré hoy de desarrollar esta invitación a la meditación poniendo el
acento en los otros, en el afuera, aunque es obviamente dentro de uno mismo
que debemos explorar buscando luces y sombras, elevaciones y caídas
espirituales, al fin del día bien y mal.
¿Por qué caemos? Bueno, la primera reflexión debiera referirse a que para caer,
tenemos que haber subido antes, al menos algo. Digo esto porque demasiada
gente vive en la actualidad revolcándose en el lodo del mundo como puercos en
el chiquero, felices de estar enlodados, alegres como chanchos en el
revolcadero. Claro, allí no hay mucha caída para analizar, porque simplemente
no ha habido elevación alguna. Para ellos, estas palabras sonarán no solo vacías,
sino que también ridículas y dignas de risa. Son puntos de vista, diría el cerdo
mientras come los restos de basura que le arroja el mundo una y otra vez.
Recemos intensamente por todos aquellos que no conocen a Dios, y que
entonces no saben valorar Su Gloria, Su Amor, y no persiguen Su promesa de
Reino.
Pero, y más allá del chiquero del mundo actual, es cierto también que vemos
muchísima gente que se ha elevado, que ha encontrado el camino de la Gracia,
de una vida centrada en valores y en fe. Esto, como diría San Pablo, es Gracia,
solo Gracia. Sí, porque es Dios el que ha introducido Su inspiración en esas
personas para que lo conozcan, lo busquen, y encontrándolo lo amen como a
una perla fina, La Perla más fina que jamás se pueda encontrar.
La experiencia de encontrar a Dios,
de reconocer Su Mano en la propia alma, no se compara con nada. Es una
alegría tan inmensa que ya uno no quiere otra cosa, sólo profundizar el
conocimiento de Aquel que se ha hecho presente en nuestras vidas. Es allí donde
conocemos el don de lágrimas, ese regalo de Dios que es el llanto espontáneo
que surge al reconocerse amado por El. ¡Dios mismo se ha fijado en este
 
minúsculo fruto de Su Creación! Nos parece increíble, no cabemos en nosotros
mismos de alegría.
En ese idilio entre nuestra alma y el Alma de Dios que se establece en esos
momentos, el Señor derrama signos y huellas indelebles que nos permiten
comprender, sin duda alguna, que es El mismo el que nos abraza y consuela.
Una y otra vez nos da motivos para llorar de alegría, para reír locamente, con
esa locura llamada Fe, que es creer sin ver. Pero para el que ama a Dios, no es
locura, es simplemente aceptar con alegría el llamado del Buen Jesús que quiere
hacerse nuestro Amigo.
Esto, mis amigos, es elevación espiritual. Es alzarse desde las profundidades del
mundo, y acercarse a la Luz, a la Fuente de Luz. La experiencia es tan fuerte,
que uno tiende a pensar que no hay camino atrás, que no hay camino de
regreso. Y sin embargo, cuanta gente vemos que habiendo llegado a este punto,
ponen el freno y vuelven al mundo, dejando el llamado del Señor en punto
muerto, o casi muerto. ¿Cómo puede ser? ¿Por qué caemos, cuando ya tuvimos
conciencia del Amor de Dios? Esto es muy triste, y cuando lo vemos en los
demás, nos da una angustia que oscurece nuestra alma. ¿Cómo puede ser?
Mis amigos, caemos por falta de perseverancia, esa extraordinaria virtud con la
que nosotros debemos abonar la semilla de Fe que Dios planta en nosotros.
Dios, en algún momento del idilio, retira Sus señales y Sus mimos, y nos deja
sujetos a nuestra propia voluntad. Es la hora de la prueba, la hora del desierto,
la hora de la perseverancia. Allí todo a nuestro alrededor es invitación a volver al
mundo, a caer. Todo es juzgar, racionalizar, celar, envidiar, criticar, murmurar.
Es como una red tenebrosa que nos trata de tirar hacia abajo, de frenar nuestro
vuelo y transformarlo en caída.
Al fin del día caemos por soberbia, por contar con nuestro entendimiento y
nuestras propias fuerzas, en lugar de entregar todo lo que no comprendemos,
todo lo que no podemos, a Dios. En la caída está la fuente de la perseverancia.
Cuando estamos caidos, sin comprender, sin saber donde ir, encontramos la
puerta para volver a elevarnos, diciendo:
Señor, no sé que ocurre, no comprendo nada, pero dejo todo en Tus
Manos.
Los que vemos un hermano que cae y ya
no se levanta, sufrimos mucho. No podemos entender la traición a tanta Gracia
recibida. ¿Qué estará pensando? ¿Cómo se explicará el haber abandonado el
camino que Dios le puso por delante? Duele demasiado. Se reza para que Dios lo
vuelva a fortalecer con Sus Gracias, aunque uno sabe que es el alma caída la
que tiene que honrar todo lo recibido. Dios invita, pero la respuesta está de
nuestro lado. Humanamente, se puede llegar hasta a juzgar a Dios, criticarlo,
por no obrar un milagro y encandilar al caído. ¿Quién se atrevería?
Espiritualmente hablando, si vamos a faltar a la Gracia recibida, a caer, sería
mejor no haber subido en un primer momento. Si vamos a fallarle a Dios, mejor
no haber recibido demasiado de El, por lo aprendido en las enseñanzas de la
Parábola de los talentos. Dios nos da, porque sabe cuántos frutos podemos dar,
en potencia. Pero somos nosotros los que debemos llevar ese potencial a la
realidad, para no decepcionar a Dios.
Qué tristeza, hermanos, es ver caer almas que recibieron tanta pero tanta
Gracia. Es algo difícil de sobrellevar, duele muy hondo. Debemos rezar por ellos,
para que puedan volver a adherirse al Árbol de la Vida, que es Dios. Y en
particular, debemos velar para que no seamos nosotros mismos los que
decepcionemos a nuestro Buen Dios, que tanto nos ha dado.
Señor, miro en este momento dentro de mi alma, escudriñando,
hurgando en lo profundo. No sé, Señor, si te hago feliz o te entristezco.
Sospecho que la enorme cantidad de pecados que llevo en mi cuenta,
han lastimado hondamente Tu Corazón Amante. Pero también siento en
mi Tu Gracia, Tu Presencia de Amigo, de Padre, de Hermano. Señor, no
me dejes caer, porque sólo, yo nada puedo. Sin Ti, nada soy.
Hazme fuerte para que pueda perseverar, hasta el fin
Amén