Dios es nuestro Padre o Filiación divina
Rebeca Reynaud
Hubo épocas en que se veía el misterio trinitario como lejano, como un Olimpo
excelso. Ahora se da una recuperación del misterio trinitario. En el terreno
teológico se ha experimentado que Cristo es el camino que lleva al Padre. Cristo
no habla más que del Padre. Al misterio de Dios Trino se llega reflexionando
sobre la encarnación del Hijo de Dios.
Don Pedro Rodríguez dice que la palabra más hermosa de la Revelación es la
palabra “Padre”. Tenemos la posibilidad de participar del conocimiento que Jesús
tenía de su Padre. El Padre es el Dios de Israel, el Dios que se revela en la
historia. Los judíos no se atrevían –y aún no se atreven- a nombrarlo.
Felipe le dijo a Jesús: Muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús le dice: ¿No
crees que yo estoy e el Padre y el Padre está en mí? (Juan 14, 8-14). En Jesús
se transparenta el Padre mismo. Si lo vemos con mirada de fe, se ve el misterio
que hay detrás del Hijo, que es el Padre.
Somos objeto de esa condescendencia del Padre que nos ha querido mostrar al
Hijo. El conocimiento de Dios tiene carácter salvífico. Implica conocer a alguien
que viene a vivir y a morir por mí.
Toda la ciencia del hombre cristiano, toda sabiduría cristiana, la verdadera vida
aquí en la tierra y la vida eterna, está concentrada en estas palabras: “Que te
conozcan a ti, Dios único y verdadero, y a tu enviado Jesucristo” (Juan 17,3).
Somos peregrinos hacia el Padre.
Hay que saborear lo que decía San Le￳n Magno: “el don que supera todo don es
que Dios llame al hombre su hijo y que el hombre llame a Dios su Padre”
( Homilia VI in Nativitate, 4). Toda nuestra vida cristiana es una gran
peregrinación hacia la casa del Padre .
La 1ª Carta de San Juan dice: “Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el
Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos!” (3,1). Somos verdaderos
hijos. ¡Asombrarnos de esta verdad! Todo lo bueno que hay en el amor humano
se puede aplicar a Dios, llevado a la eminencia. Con la imagen del padre y la
madre puedo intuir qué significa que Dios me quiere. El amor esponsal es
también una imagen fuerte que refleja lo mucho que Dios nos ama.
Los santos han sido capaces de descubrir cuánto los quiere Dios, y de sentirlo.
No tienen más que responder al amor. Ese es el enamoramiento más grande que
puede existir.
Jesucristo es imagen de la paternidad de Dios, cuando se encarna y nos
demuestra que nos ama, allí se refleja la imagen de Dios Padre. Dios me ama
como soy, como si fuera su único hijo. Nuestro amor filial a Dios se da porque Él
nos ha amado primero y porque el Espíritu Santo nos lo recuerda. La
consecuencia es la confianza y de ella se deriva el abandono, que es un
abandono activo. Es lo más cercano que tengo y lo más grande que puedo
soñar. A través de la filiación divina se puede vivir esa intimidad de amor con
cada una de las personas divinas (Javier Sesé).
La vida de oración tiene que ser sencilla, espontánea, sin método. Los menos
sistemáticos son los que más intimidad alcanzan. El hijo es plenamente
consciente de quien es –se sabe nada delante de Dios-, y de quién es su Padre,
Dios. La infancia espiritual tiene relación con la filiación divina. La humildad que
brota de la filiación divina no es estática, quieta, acomplejada, sino todo lo
contrario, es audaz, descarada, atrevida. Dios es incapaz de negar nada a un
hijo.
Porque nos ama, Cristo quiso redimirnos del pecado, y asume libremente la Cruz
que le manda su Padre, y nos hace hijos de Dios muriendo en la Cruz. Fue
costosísimo para él. La Cruz es especialmente difícil de entender, sobre todo
hoy. La Cruz le da sentido al dolor humano, del tipo que sea: físico, moral,
psíquico… El dolor seguirá existiendo. Dios bendice con la Cruz porque nos ama.
El santo llega a amar su Cruz y a desearla precisamente porque ve la mano
paternal de Dios. Lo que busca no es la Cruz, sino a Cristo y a Dios Padre. A la
luz del misterio de la salvación, esto es razonable. Tenemos la Cruz de Cristo
pero no la tristeza, la rebelión, la desesperación.
La filiación divina nos da el poder de no caer en el temor. Nos da el poder de
dirigirnos a Dios con las mismas palabras de Jesucristo: Abbá , ¡Padre!
¿Cómo crece la filiación divina?
El Dr. Javier Sesé dice que el amor paterno filial puede crecer. Hay una
preparación ascética cuando se consideran las bondades de Dios y se lucha por
tener más intimidad con Él. Y luego viene la respuesta y la acción del Paráclito
será mayor. El misterio de la filiación divina crecerá más en el Cielo. La 1ª Carta
de San Juan dice que aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Intuimos
lo que puede pasar en la medida en que amemos más a Dios en esta vida.
Somos hijos en virtud de una amorosa Voluntad. La adopción divina supera la
naturaleza porque hace capaces para ser herederos, por el don de la gracia, para
recibir la heredad celestial.
Conocer que somos hijos de ese Dios que es Padre trae consigo un nuevo
horizonte, una nueva comprensión de la totalidad de la existencia. Esto trae
como consecuencia:
a) Una nueva relación con Dios, donde hay más cercanía y más intimidad;
b) una nueva relación con los hombres, porque tenemos una concreta vocación
divina que nos hace hermanos, llamados a participar en la vida eterna;
c) una nueva relación con el mundo y con la historia, que se nos da a conocer
como realidad querida por Dios, en la que acontece nuestra existencia.
Podemos conocer al mundo y a los hombres si nosotros mismos nos dejamos
llenar del misterio de la paternidad de Dios. Dios no es un soplo que pasa, nos
transforma constantemente (José Luis Illanes).
La fe nos dice que no sólo conocemos que hay una vida trinitaria, sino que
hemos sido introducidos en ella con el Bautismo. Dios viene a nosotros. Dios se
hace presente en la Historia y en cada alma, para que cada alma se identifique
con el Hijo. En el Génesis dice que Dios formó al hombre del barro de la tierra,
así quiere ahora formar en nosotros la imagen del Hijo.
Dios quiere que entremos en la intimidad divina participando de la filiación del
Hijo. San Atanasio escribi￳: “Dios se hizo Hombre para que el hombre se hiciera
Hijo de Dios”. En el envío hist￳rico del Hijo se nos da la filiaci￳n divina. La
filiación divina trasciende lo histórico, es un misterio de transformación, de
incorporación a una vida nueva. Cuando amo a Dios me divinizo. Cuando amo
con el Corazón de Cristo ya no se llama amor, se llama caridad. El hombre
puede vivir en el diálogo y en el amor. El hombre no está constituido por sus
actos, sino por su ser, por tener cuerpo, alma, inteligencia y voluntad.
La fe trinitaria estuvo presente en la Iglesia explícitamente desde el primer
momento. Lleva a redactar las profesiones de fe que se van a recitar en el
Bautismo. La forma como la Didaché habla del Bautismo, es trinitaria, y es del
año 90 d.C. aproximadamente.
“La simple palabra padre –dice Benedicto XVI-, con la que nos situamos en una
relación infantil con Dios, es inagotable. Pero la palabra nuestro no es menos
inagotable. Esta filiaci￳n no radica en el “yo”, sino en el “nosotros”. La estructura
de esta oración, pues, alberga una riqueza que a lo largo de los siglos ha ido
saliendo a la luz poco a poco” ( Dios y el mundo , p. 252).
Ser hijo de Dios no se alcanza por nacimiento, sino que se llega a ser
progresivamente con la profundización en la fe, con la escucha prolongada de la
palabra de Dios, con su interiorización (es el ejemplo de la semilla en la buena
tierra: como en la parábola del sembrador), con la oración y la práctica de las
virtudes cristianas
¿Qué hay de nuevo después de Cristo? Ha traído consigo lo suyo propio: la
filiación divina para nosotros. Su Persona es pura filiación; es Hijo con
mayúscula. Entra en la historia y trae de nuevo el sentido filial. Una
característica de ser hijo es el consentir, el aceptar lo que viene de Dios. Eso es
crecer en filiación divina.
Cuando le hicieron una entrevista al Cardenal Ratzinger, en 1992, había una
pregunta sobre la necesidad de hacerse como niños delante de Dios, respondió:
“La teología de lo peque￱o es fundamental en el cristianismo. Nuestra fe nos
lleva a descubrir que la extraordinaria grandeza de Dios se manifiesta en la
debilidad, y nos lleva a afirmar que la fuerza de la historia se encuentra siempre
en el hombre que ama, es decir, en una fuerza que no se puede medir como se
miden las categorías del poder. Dios quiso darse así a conocer, en la impotencia
de Nazaret y del Gólgota. Por lo tanto, no es mayor el que posea mayor
capacidad de destrucción, sino por el contrario, una pequeña partícula de amor,
pareciendo tan débil, es muy superior a la máxima capacidad de destrucci￳n”.
(La sal de la tierra).
Gracias al Bautismo, corre por nosotros la vida misma de Dios. La adopción
divina crea un vínculo más fuerte que la misma generación física. El hijo natural
tiene la misma sangre que el padre. Sin embargo, una vez que ha nacido,
necesita vivir separado de sus padres. No ocurre lo mismo en el plano espiritual.
En éste, una misma vida, un mismo Espíritu, corre simultáneamente por
nosotros y por Cristo. Y no sólo no tenemos que separarnos de él para vivir, sino
que, si nos separamos de él por el pecado, dejamos inmediatamente de vivir,
morimos (Cf. N. Cabasilas, Vita in Christo , IV, 4: PL 150,601).
La comprensión religiosa de Dios como Padre es un hecho universal. Pero hay
excepciones. La primera es el Budismo, donde no existe una relación con Dios
sino con “lo supremo”; se excluye toda representaci￳n y todo nombre de Dios.
La segunda es el Islamismo, donde se pone un fuerte acento en la voluntad
arbitraria de Alá, y Alá es señor misericordioso. Hay otras excepciones de menor
entidad.
Por último una anécdota de un desayuno con un musulmán: A Scott Hahn, gran
apologista católico, lo invitó su cuñado a un debate público con un musulmán,
adicto al Islam, sobre la Santísima Trinidad. Scott no aceptó. Meses después su
cuñado lo invitó a desayunar con el musulmán también estaba invitado. Scott se
refirió varias veces a Dios como Padre. El musulmán dio un puñetazo en la mesa
y dijo:
- ¡No blasfemes!, la paternidad es humana, no divina.
No quería molestarlo así que hablé de Jesús, dije que era Hijo de Dios. De nuevo
dio un puñetazo ahora aún más fuerte. Entonces Scott decidió buscar tierra
común. Le dijo: “De Dios decimos que es omnipotente y omnisciente”. El
musulmán lo acept￳. Scott avanz￳ un paso: “Dios es benevolente y
misericordioso. Dios es amor. Poniendo eso junto podemos llamarle paternidad ,
que en Dios es perfecta y en nosotros, imperfecta”. El musulmán movió
negativamente la cabeza.
- ¿Por qué no? – replicó Scott.
- Porque Alá no ama como padre. Alá es propietario, y somos de su propiedad,
somos esclavos.
El musulmán cancel￳ el debate porque Scott “hablaba en un lenguaje popular y
no en términos filos￳ficos y abstractos como esperaba de un académico”.
- Salí del restaurante en silencio, dice Scott. Después de cinco minutos mi
cu￱ado dijo: “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”.
- Comprendí con más claridad lo que yo rezaba cuando decía “Padre nuestro…”-,
concluyó Scott.
Fuente: Blasphemy with breakfast, YouTube. Clip from Abbá or Allah.