SABE VOLAR
En la vida de aquella persona muchas cosas están relacionadas a sus vuelos.
Como sabe volar se traslada, con frecuencia, en su suave palpitar de su cuerpo.
Sus vuelos poseen color de sueños y gusto dulce.
Creo, nadie podrá saber si sus vuelos son el resultado de sus muchos intentos o
una simple capacidad descubierta un día.
Lo cierto es que vuela.
Al comienzo sus vuelos despertaban comentarios de quienes le observaban con
admiración, hoy, ya acostumbrados a verle volar, despierta saludos y sonrisas.
Su primer vuelo ha sido toda una experiencia de sorpresa y temores.
Cuando se dio cuenta ya se encontraba volando sin inconveniente alguno.
Volaba sosteniendo, bajo una de sus alas, un libro que le había sido obsequiado.
Volaba rumbo a la placita del barrio donde le esperaban las miradas asombradas de
los presentes.
Se posó en uno de los muros allí existentes y supo que estaba por sobre todos los
que allí le miraban con ojos grandes.
Desde ese día no dejaba de volar todas las tardes, siempre a la misma hora.
Volaba hasta llegar a algún auto que pasaba por su cuadra e intentaba posarse
sobre la ventanilla del mismo para quedarse, siempre, un poco más.
Volaba y sus vuelos eran esperados.
En oportunidades volaba para acercar algún alfajor de maicena o algún ramillete de
violetas.
En oportunidades trató de enseñar a volar pero nadie pudo lograr alzarse del suelo.
Quizás porque nadie poseía su capacidad de soñar con tanta intensidad.
Quizás porque nadie se animaba a soñar con tanto corazón como aquella persona.
Esa persona, un día, se animo a un vuelo más largo y supo hacerlo.
Casi sin esfuerzo se trasladó varios kilómetros y llego para dejar, en donde se posó,
una huella hecha sonrisa en el corazón.
Volaba y nadie podía entender su capacidad.
Quizás alguno deseo poseer su capacidad pero no es fácil alzar vuelo.
Gastaba esfuerzo en explicar lo que no le implicaba ningún esfuerzo: su arte de
volar.
No todos están llamados a poseer la capacidad de volar.
Volaba y disfrutaba con esas sensaciones que la altura le regalaba.
Su cabello se agita por la brisa de la altura, su rostro se colma de sonrisas por las
cosquillas que el aire le realiza.
Volaba y podía mirar, desde allá arriba, a las personas de su cuadra y sabía no era
como ellas.
No era mejor que nadie, simplemente era distinta a todos.
Se sabía especial y ello no le conformaba y, por eso, deseaba que todos pudiesen
volar.
Volaba y sus brazos se transformaban en alas que acariciaban el espacio donde se
movía.
Volaba y sus manos se hacían delicadas plumas que se movían permitiéndole los
movimientos suaves de su cuerpo.
Aquella persona sabía volar y lo hacía con naturalidad y libertad.
Sabía volar y se posaba en alguna mano que le obsequiase alguna caricia y
atención.
Sabía volar y no dudaba en detenerse en quien supiese valorar su capacidad de
volar.
Su sola presencia pretendía ser un aliciente para que otros lo intentasen pero no
faltaban quienes deseasen hacerlo pero se detenían movidos por los miedos.
Volaba y era feliz realizándolo.
No faltaban quienes envidiaban su felicidad.
No faltaban quienes criticaban su capacidad.
Se dijo que estaba mal volar porque nadie lo hacía y dejó de volar.
Pero luego de un prolongado tiempo sin vuelos volvió a ellos.
Su vida sin vuelos no era vida en plenitud. Había dejado su capacidad de sonreír.
Volvió a volar y su capacidad estaba intacta. Remontó en un vuelo muy alto.
Allá abajo alguien le observó y se supo vivo.
Allá abajo alguien le observó y recordó que valía la pena volver a soñar.
Sabía volar y sus sueños se alimentaban de posibilidades que le hacían remontar un
poco más.
Para poder volar solamente es necesario saber soñar.
Sabe volar porque sabe soñar con los ojos bien abiertos.
Padre Martín Ponce de León SDB