Fidelidad en las cosas pequeñas
P. Fernando Pascual
25-7-2014
Lo pequeño tiene un valor misterioso, a veces insospechado: sirve para sostener lo grande.
Según un dicho de los romanos, los edificios se construyen poco a poco: nada llega a ser grande de la
noche a la mañana.
Lo mismo vale para el amor, para la justicia, para la fidelidad en el bien, para la paz: cada ámbito
humano necesita el flujo continuo de cosas pequeñas.
Es pequeño un beso, pero puede salvar un matrimonio. Es pequeño un despertador, pero al secundar su
zumbido llegamos a tiempo para cumplimos nuestros deberes. Es pequeño un mensaje de WhatsApp,
pero consigue romper desentendidos y reconstruir puentes.
También en el camino de la fe, las cosas pequeñas tienen su importancia. Porque quien no es fiel en lo
pequeño no lo será en lo grande. “El que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco caerá” ( Si 19,1).
Sólo cuando un siervo ha sido fiel en lo pequeño puede entrar en el gozo de Dios (cf. Mt 25,21).
San Doroteo de Gaza, un monje que vivió en el siglo VI, lo explicaba con estas palabras:
“Esforcémonos, hermanos, por cuidar nuestra conciencia mientras estemos en este mundo, procurando
no caer en su condenación en cualquier cosa que hagamos, y tratando de no despreciarla o pasarla por
alto jamás en cualquier cosa, por mínima que parezca. Porque de esas pequeñas cosas que
consideramos sin importancia, pasaremos a despreciar también las grandes.
Se comienza pues por decir: ¿Qué importa si digo esa palabra?, ¿qué importa si como ese bocado?,
¿qué importa si me meto en ese asunto? Y a fuerza de decir qué importa esto, qué importa aquello, se
contrae un cáncer maligno y pernicioso, se comienza a subestimar las cosas importantes y aun graves, a
pisotear nuestra conciencia, y finalmente corremos el riesgo de degradarnos poco a poco hasta llega a
una total insensibilidad.
Por eso, hermanos, cuidemos de no subestimar las cosas pequeñas, no las despreciemos como
insignificantes. No son pequeñas, son un cáncer, son un hábito nocivo. Estemos alerta, cuidémonos de
las cosas leves, no sea que se transformen en graves. La virtud y el pecado comienzan por cosas
pequeñas, pero llevan a las cosas grandes, sean buenas o malas” (“Ora et labora”, n. 42).
La fidelidad a las cosas pequeñas es poderosa. En primer lugar, porque nos aparta del terrible mal del
pecado. Pero, sobre todo, porque nos lleva poco a poco, paso a paso, desde la mano de Dios y la
escucha a la propia conciencia, hacia el triunfo del Amor en nuestras vidas.