LA MARIPOSA NARANJA
Hacía mucho tiempo no tomaba aquel libro.
Algo me hizo saber que debía volver a colocarlo entre mis manos.
Ya lo había leído y no me despertaba muco interés volver a leerlo.
Suelo no reiterar la lectura de un libro puesto que hacerlo me resulta tedioso
puesto que a medida voy avanzando sus renglones voy recordando, casi siempre, lo
que ha de venir.
Pero, ahora, me encontraba con aquel viejo libro entre mis manos.
Al azar fui abriendo algunas de sus páginas.
Eran textos breves y podía leerlos pero me limitaba a mirar superficialmente los
renglones tratando de adivinar el contenido de cada página.
Abro una de sus páginas y me salta a la vista una mariposa naranja.
No recordaba que allí se encontraba.
Siempre, una mariposa, posee unas alas muy frágiles.
Supuse que aquellas, con muchos años guardadas dentro de aquel libro, serían
mucho más frágiles aún.
Con inmenso cuidado dejé que se deslizara hasta mi mano y me puse a observarla.
Me resultaba increíble observar lo perfecta que se conservaba.
Su cuerpo delgado era casi una línea oscura del que salían unas finísimas patas
largas.
Sus alas, casi transparentes, conservaban toda la belleza de su color.
Mil preguntas llegaron hasta mi mente.
Quizás ninguna de ellas brotaron en mí la primera vez que la tomé en mi mano.
¿Cuánto se habrán agitado?
¿Por dónde habrán volado?
¿Sobre cuántas flores se habrá posado?
¿Cuántas sonrisas habrá sabido despertar?
¿La habrá correteado algún niño?
¿Habrá llevado a alguna joven algún mensaje de amor?
Ninguna de mis preguntas podría tener alguna respuesta cierta.
Mi imaginación se comenzaba a despertar como para inventar la historia de aquella
mariposa naranja.
Como ello no me interesaba es que comencé a observar a aquella mariposa como lo
que realmente era.
Hacía mucho que había dejado de ser una mariposa naranja para transformarse en
un sacramento ya que no se encontraba guardada por lo que era sino por todo lo
que significaba.
En sus alas podía leer, sin necesidad de que estuviese escrito, el nombre de la
persona que me la había obsequiado.
Podía recordar la oportunidad en que se me obsequió.
Podía, sin ningún esfuerzo, saber el lugar donde se me había entregado.
Todo aquello se me aparecía con absoluta nitidez.
Todo ello le otorgaba a la mariposa naranja vida, actualidad y sentido.
Todo ello la hacía mucho más valiosa de lo que podía valer en cuanto una mariposa
perfectamente bien conservada.
Nuestra vida está colmada de esos sacramentos que nos están hablando más allá
de las simples cosas.
Toda esa realidad sacramental de lo que nos rodea no hace otra cosa que hablarnos
de Dios y su amor.
En oportunidades no llegamos a prestar atención a esa realidad sacramental puesto
que solemos acostumbrarnos a convivir que ellas.
En ocasiones podemos saber que Él está detrás de todo y no estamos habituados a
ver más allá de las cosas.
Hay veces que podemos llegar a ver más allá de las cosas y nos encontramos con
Él y nuestra realidad se transforma en una asombrada gratitud.
Cuando logramos acostumbrarnos a ver las cosas como un sacramento todo se nos
convierte en un signo evidente de su presencia amorosa.
Así nuestra vida resulta muy fugaz como para agradecer lo mucho que se nos
brinda.
Así sea una sencilla mariposa naranja.
Padre Martín Ponce de León SDB