INUNDACIONES
Una vez más, como tantas veces, surgen las noticias de inundaciones.
Diversos puntos del país se ven afectados por el desborde de las aguas.
Sin esfuerzo llegan a mi memoria muchísimos recuerdos de diversas inundaciones.
Son esos recuerdos que no tienen tiempo ya que ellos están en mi interior desde
hace muchísimo.
Están en mi interior desde que era un niño o desde mis primeros tiempos de cura.
Son esos recuerdos que me prolongan la necesidad de llegar hasta la costa para
constatar como el agua, descontrolada y marrón, avanza enfurecida.
Parecería como que ganan mi mente llenándolo todo con ese olor tan particular
donde se entremezclan los olores del barro, el agua del río y las hojas que
comienzan a pudrirse.
Poco a poco el agua va ganando espacios y nada logra detenerla.
Avanza y los puntos de referencia se pierden ante su subida o el negro de la orilla
permite saber que ha descendido.
Como si contase con todo el tiempo a su favor no duda en rodear un espacio para
luego trepar por el.
Siempre, en ese trepar, la mancha de humedad avanza con más prisa que el agua
misma.
Las casas, ya abandonadas, se encuentran sin puertas y sin ventanas para ofrecer
la menor resistencia.
El agua comienza a rodearlas y trepa por las paredes dejando bien en claro su
dominio.
Muchas veces, luego que el agua se ha retirado, perdura ese olor que hace recordar
que ha quedado bajo agua. Un olor que, en oportunidades, vuelve a ser nefasta
presencia los días de humedad.
Vendrán las recomendaciones de que hay que lavar con hipoclorito pero el mismo
no logrará erradicar ni la humedad ni ese olor que se ha quedado como nuevo
morador.
Allí aparecían los boteros que, durante todo el día, se encargaban de trasladar
vecinos por sobre calles o copas de árboles.
Árboles que, con el descenso de las aguas se verían adornados con muy diversos
objetos colocados por la creciente junto a un color marrón que demorará en
retirarse.
Con el paso del tiempo supe vivir la inundación desde otra perspectiva.
Ya no me importaba el agua y su realidad avasallante sino que me importaban los
inundados y su situación.
Muchas veces no he sabido, con exactitud, lo que es correcto.
Las casas quedaban vacías mucho antes de que llegase el agua. La tecnología hacía
saber por anticipado del nivel de alcance de las aguas.
Ellos trasladados, los evacuados, a refugios donde estaban secos pero en lugares
tan amplios que resultaba muy difícil obtener el calor que sus casas les permitían
tener.
En oportunidades debí recorrer esas modestas carpas donde se mezcla la humedad
del piso de tierra mojada con el olor inconfundible del humo.
Con el fin de secar alguna ropa mojada y, en lo posible, el suelo más ese espacio
para la cocina siempre hay algún fuego encendido que proporciona más humo que
fuego.
Desde allí no pierden de vista lo que el agua deja ver de sus casas en ese intento
de proteger eso, muy importante, que asoma a cierta distancia.
Nunca faltan esos que, con muy poco sentido común y menos corazón, son capaces
de llevarse de tiro una puerta, alguna ventana y, por que no, algún techo de
chapas.
Siempre la tragedia de alguno despierta la insensibilidad de otros.
Por allí podía transitar uno sabiendo que iba a encontrar una piedra para sentarse y
conversar con seres que tenían mucho para contar y tiempo para ser escuchados.
De vez en cuando la charla se interrumpía para poner algún tacho bajo alguna
gotera o poner alguna piedra sobre alguna punta de nylon que el viento se
empeñaba en levantar.
Por allí pasaba uno llevando un algo y siempre recibía un agradecimiento
inmerecido y alguna invitación a conversar un poco.
No faltaban las veces que esas conversaciones muy cerca de la costa o en alguna
pendiente eran matizadas con mates y alguna torta frita que demoraba en hacerse
nadando sobre el aceite que demoraba en calentarse lo suficiente.
Ellos siempre pedían pero siempre acompañaban su pedido con un “Si es que
consigue”.
Ahora, mirando y escuchando las noticias de las inundaciones no puedo evitar que,
como el agua, mi vida se invada de recuerdos.
Al igual que en aquellos tiempos mi mente se inunde con el querer saber cuál es la
mejor forma de ayudarles.
Padre Martín Ponce de León SDB