Presencia de Dios
Rebeca Reynaud
“Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”, dice Jesús al final
del Evangelio de San Mateo. Y nos da una prenda de ese estar con nosotros en
la Eucaristía. Cuánta paz nos da que Jesús quiera estar con nosotros. El
sufrimiento de Dios es que no estemos con él. Muchas veces Él nos dice: “Piensa
en mí, piensa en mí”. Amar es pensar en Dios, es escucharlo. Amar es ante todo
vivir para el ser amado; pero Él tiene que quemar todo egocentrismo, y él nos
ayudará a descubrir todo lo que queda en nosotros de apego y de búsqueda
personal. La capacidad de encontrarlo está en nuestra fe.
Santa Teresa dice que hay que “mirar a quien nos mira”, porque la presencia de
Dios es hacer presente al Amigo para tener un encuentro personal con él. Esta
presencia supera la soledad que aísla. El hombre es relacional, busca convivir
con Dios y con los demás. La presencia de Dios es compartir todo con Dios,
pedirle ayuda y consejo y considerar los asuntos en su presencia.
La presencia de Dios nos ayuda a alejar las preocupaciones inútiles o
inoportunas.
Dios nos podría decir: “¡No pierdas el tiempo olvidándome! Pensar en mí es
multiplicar por diez tu fecundidad. Encuéntrame en todo. Yo hago mías tus
intenciones y bendigo a cuantas almas me confías. Déjame conducirte a mi
manera. Yo pacifico todo lo que conquisto y comparto mi alegría luminosa con
todo lo que asumo. Mis caminos son a veces desconcertantes, trascienden la
lógica humana, en la humilde sumisión a mi proceder en donde encontrarás la
paz y la fecundidad. No cuentes contigo, cuenta Conmigo. Une tu oración a mi
oración. Ten confianza, la confianza es la forma de amor que más me honra y
me conmueve. La confianza que no se manifiesta se debilita y se esfuma.
Conmigo no hay ni una sola dificultad de la que no puedas salir victorioso. Yo
estoy en lo más íntimo de cada persona, pero ¡qué pocas se preocupan de ello!
Llámame en las horas del dolor para que tu cruz sea mi Cruz y para que así te
ayude yo a llevarla con paciencia y valentía. Yo te doy la fuerza y el valor de
emprender todo lo que te pido. Esfuérzate por ser un testigo de mi divina
benevolencia. Da gracias por todo. Ofréceme el mundo entero”. (cfr. Gaston
Courtois, Cuando el Señor habla al corazón, San Pablo 1998).
Tener presente a Dios transfigura todo lo que hacemos. Cuando invitamos a Dios
a unirse a nuestro trabajo y a nuestra oración, todo lo que hacemos adquiere un
valor especial, un valor divino.
Hemos de convencernos de que Dios siempre está junto a nosotros.
En Hebreos 13,5 Dios nos dice: No te dejaré ni te abandonaré. Para ser buen
cristiano es imprescindible que el pensamiento y el corazón se orienten
instintivamente hacia Dios, como la brújula hacia el polo. Jesús nos está
esperando en el sagrario eucarístico y en el sagrario interior, y en el trabajo de
cada día. Venimos a la vida para eso, para estar con Cristo y para amarlo en la
eternidad.
Hay que pedirle al Señor la gracia de una apercepción más fina de todas sus
delicadezas, de su inmenso amor para con nosotros.
Las oraciones y sufrimientos producirán sus frutos en la medida de la intensidad
de nuestra unión con Dios. Dios es el que ora, sufre y ama en nosotros. El Amor
infinito nos ha amado hasta realizar verdaderas locuras: la locura del pesebre, la
locura de la hostia, la locura de la cruz. ¿Cómo corresponderle? Invocándolo
como al mejor amigo, al amigo íntimo, con quien siempre se cuenta; olvidando
las ofensas como si nunca hubieran existido.
Don Javier Echeverría decía a sus hijos: “Querría que pensarais si rezáis de
veras, a fondo, llevando el peso de la Iglesia y de las almas. Durante el trayecto
de hoy, ¿cuántas jaculatorias habéis dicho por las personas con las que os
cruzabais? ¿Cuántos actos de desagravio, al ver que algunas van mal vestidas?
Que os interese cada alma, gastad vuestra vida para hacer un apostolado cada
vez más intenso ”.
“Para que el tiempo se multiplique hemos de tener más presencia de Dios”. El
corazón necesita distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. La
persona que ama encuentra siempre tiempo para quien ama.
Escribe el poeta Amado Nervo:
“Señor, Señor, Tú antes; Tú después, Tú en la inmensa
hondura del vacío y en la hondura interior;
Tú en la aurora que canta y en la noche que piensa;
Tú en la flor de los cardos y en los cardos sin flor”.
La presencia de Dios, si es auténtica, se traduce en un trabajo bien hecho, en las
Normas de piedad bien cumplidas, en una caridad fina, en saber pedir perdón,
en espíritu de servicio, en apostolado, en facilitarles la vida a los demás.
Benedicto XVI escribe en la Encíclica Deus caritas est, n. 37: “La familiaridad con
el Dios personal y el abandono a su voluntad impiden la degradación del
hombre”.