La mortificación interior ¿en qué consiste?
Rebeca Reynaud
La mortificación interior se encamina a poner orden en las facultades del
alma y en los sentidos internos, de modo que se busque sólo agradar al Señor.
Vamos por partes. La memoria es un gran bien pero hay que purificarla. En ella
almacenamos experiencias pasadas, pero también podemos conservar agravios,
humillaciones, desaires, los éxitos y los fracasos, y toda una serie de recuerdos
que nos impiden el diálogo con Dios. Hay que limpiar la memoria de cualquier
recuerdo que no nos lleve a Dios.
En Génesis 22 Dios le pide a Abraham le ofrezca “a su único hijo”, Isaac, en el
Monte Moriah. Isaac tendría entre 15 y 17 años, podía resistirse, por eso pidió
que lo amarraran. Es una víctima voluntaria que consiente al mandamiento de
Dios. Miles de años después, Dios Padre le pide a su único Hijo ser una víctima
voluntaria, como Isaac, y Él dio la vida para que formáramos parte de la familia
de Dios… Que queramos ser atados como Isaac cuando se trate de las cosas de
Dios.
La mortificación interior también consiste en refrenar la lengua . “ Si alguno se
considera hombre piadoso, pero no refrena su lengua, engañando de ese modo a
su coraz￳n, su religiosidad es vana” afirma el Apóstol Santiago (Iacob 1, 26). Y
San Juan Crisóstomo explica que “la lengua es un regio corcel. Si le pones
freno, si le enseñas a caminar a buen paso, sobre ella montará y se sentará el
rey; pero si la dejas que corra sin freno y que retoce a su placer, entonces se
convierte en vehículo del diablo y los demonios” (In Matthaeum homiliae, 51, 5).
Mortificar la lengua es tanto como podar los brotes del egoísmo.
Hay que refrenar la lengua para no justificarnos, para no disculparnos para
quedar bien.
Hay que aprender a callar ante una acusación injusta. Tenemos ante los ojos el
ejemplo vivo de los santos quienes nos enseñan a callar, a sufrir la calumnia en
silencio, imitando el ejemplo de Cristo ante quienes le acusaban durante la
Pasión. Así es como madura el alma: Iesus tacebat , Jesús callaba ante la
acusación injusta.
Luego hay que purificar la inteligencia de todo lo que pueda oscurecerla o
empañarla.
La inteligencia se purifica también al mortificar la curiosidad . Hay una
curiosidad sana, como el deseo de conocer más profundamente la realidad; en
cambio, la curiosidad no ordenada lleva a la disipación de la mente. Esa
curiosidad no tan sana es quien lee en recado que no le corresponde. Se trata de
no distraernos en lo que no nos corresponde saber o en lo que nos quita la
presencia de Dios. A la curiosidad sana Santo Tomás la llama estudiosidad. La
curiosidad no ordenada lleva a la disipación de la mente. Lleva a leer cualquier
libro, a asistir a cualquier espectáculo, a abrir cualquier página de internet.
Otro capítulo está en rendir el juicio , ni siempre ni nunca, pero hay que estar
dispuestos a ceder en las opiniones personales sin pretender habitualmente decir
la última palabra. El apego a las propias ideas es, en frase de San Bernardo, l a
lepra del espíritu . San Josemaría Escrivá reflexionaba en que “la fe es la
humildad de la razón, que renuncia a su propio criterio y se postra ante los
juicios y la autoridad de la Iglesia” (Cartas de familia, n. 362).
Para rendir el propio juicio resulta imprescindible aprender a escuchar, tratar de
seguir el hilo conductor de una conversación; estudiar con profundidad las
cuestiones, huir de la superficialidad –de la palabra vana-, y de la precipitación
en los juicios, particularmente cuando puedas resultar afectadas otras personas.
Además, hay que suspender el propio juicio cuando no nos toque juzgar.
Cuando un bistec está duro, le dan de golpes en el área dura. Cuando nos
tomamos en serio a Dios, Él se encarga de darnos pequeños golpes en donde
sabe que los necesitamos, porque requerimos un quebrantamiento espiritual en
nuestra área dura. Dios nos envía las humillaciones que necesitamos, y en su
justa medida.
Santa Teresa explica : Y está claro que, pues lo es que a los que Dios mucho
quiere lleva por camino de trabajos, y mientras más los ama, mayores (...).
Pues creer que admite a su amistad estrecha gente regalada y sin trabajos, es
disparate. ( Camino de perfección , cap. 18, 2).
El venerable Don Álvaro del Portillo afirmaba: “No es malo que existan
obstáculos, sino que les demos demasiada importancia. Hagamos el propósito
sincero de llevar las contrariedades con gallardía, con rectitud de intención, con
gracia sobrenatural y con garbo humano. Pidamos la ayuda de Dios para no
tener miedo a las dificultades, al cansancio, al sacrificio”.
San Josemaría dejó escrito: “Mirad que el Se￱or suspira por conducirnos a pasos
maravillosos, divinos y humanos, que se traducen en una abnegación feliz, de
alegría con dolor, de olvido de sí mismo. Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo. Un consejo que hemos escuchado todos. Hemos de
decidirnos a seguirlo de verdad: que el Señor pueda servirse de nosotros para
que, metidos en todas las encrucijadas del mundo —estando nosotros metidos
en Dios—, seamos sal, levadura, luz. Tú, en Dios, para iluminar, para dar sabor,
para acrecentar, para fermentar.
Pero no me olvides que no creamos nosotros esa luz: únicamente la reflejamos.
No somos nosotros los que salvamos las almas, empujándolas a obrar el bien:
somos tan sólo un instrumento, más o menos digno, para los designios
salvadores de Dios. Si alguna vez pensásemos que el bien que hacemos es obra
nuestra, volvería la soberbia, aún más retorcida; la sal perdería el sabor, la
levadura se pudriría, la luz se convertiría en tinieblas”. (Amigos de Dios, 250).
San Agustín dice que “con el Espíritu Santo el placer consiste en no pecar, y
esto es la libertad; sin el Espíritu, el placer consiste en pecar, y ésta es la
esclavitud” ( El Espíritu y la letra 16,28).