ATESORANDO RECUERDOS
Las salas permanecían, casi siempre, cerradas.
La casa era enormemente grande y ningún lugar estaba vedado para nosotros que,
como buenos niños gustábamos de corretear y jugar por todos lados.
Solamente aquellos lugares no eran frecuentados. Se conservaban cerrados con
llave.
Pero no era sólo para nosotros que se encontraban cerrados sino para todos.
Las salas permanecían, casi siempre, cerradas.
Eran un espacio donde, para entrar, había que dejar los juegos en el dintel de la
puerta.
No era un lugar por donde se estaba. Creo recordar muy pocas situaciones donde
aquella sala fue utilizada. Era algo así como el comedor de las grandes ocasiones.
Jamás supe, y si se me dijo no lo recuerdo, la razón por qué aquellas cosas se
encontraban guardadas en unas particulares vitrinas.
Eran unos abanicos, unos platitos de porcelana y algunas figuras del mismo
material, también habían unas castañuelas y muchas otras cosas más.
Como estaban permanentemente cerradas con llave en sus vitrinas en una pieza
que siempre se encontraba cerrada, no recuerdo ninguna oportunidad donde se
abrieran para efectuarle una limpieza.
Aquel comedor muchas veces se limpiaba aunque jamás se utilizase pero aquellas
vitrinas siempre permanecían cerradas.
Muchas veces, en mis años de niñez, me asomé a aquellos vidrios a contemplar
aquellos recuerdos que, para mí, no eran otra cosa que simples objetos que se
conservaban dentro de aquellos muebles donde predominaba el vidrio.
Suponía que para los moradores de aquella casa esos objetos tendrían un valor
muy particular pero nunca llegué al mismo.
Siempre fueron simples objetos dentro de una vitrina celosamente cerrada con
llave.
Todos estaban muy delicadamente colocados de manera que pudiesen ser
observados pero, a su vez, conservando distancia para con manos indiscretas.
Realmente no logro saber a raíz de qué aquellas vitrinas se llegaron hasta mi mente
luego de que hayan pasado tantos años de mis años de niñez.
Pero lo cierto es que esas vitrinas me hacen recordar a esa realidad muy particular
que todos poseemos en nuestro interior.
Porque todos tenemos ese espacio interior celosamente guardado de los demás.
Es ese espacio que conservamos solamente para nosotros.
Allí, como en aquellas vitrinas, hemos ido poniendo nuestros más preciados
tesoros.
Hemos colocado esos pequeños recuerdos que solamente poseen valor para
nosotros.
Quizás los demás podrán contemplarlos pero solamente nosotros somos sabedores
del verdadero contenido de los mismos.
Son esas cosas interiores que tienen una palabra que solamente nosotros somos
capaces de escuchar.
Únicamente para nosotros dirán muchísimo más que sus propias palabras.
Tendrán colores, momentos y voces que sólo nosotros habremos de escuchar y
sabremos que es por ello que les hemos atesorado.
Podrán observar aquellas realidades, cualquiera que intente asomarse a nuestro
interior , pero, verdaderamente, siempre estarán alejados de todos.
Quizás, un día, entregamos la llave, de ese espacio, a alguien para que sea
guardián de esos nuestros recuerdos pero no más allá de ello.
En ese espacio no llegan las manos de los demás y solamente pueden entrar esas
exclusivas manos a quienes permitimos entrar a nuestro interior.
Son esos cotos privados que intentamos conservar de tal forma.
Todos tenemos ese espacio interior que conservamos celosamente guardado.
Para cada uno es necesario asomarse a ese espacio interior para escuchar esas
voces exclusivas de nuestras vivencias.
Existen muchas experiencias que podemos compartir puesto que muchas veces
compartimos lo que somos pero hay una parte de nuestro interior que conservamos
cerrado.
Quien se asome podrá ver realidades que podrán parecer demasiado simples como
para que estén tan celosamente atesorados pero ....... son nuestros tesoros
privados que nadie podrá arrebatar o tocar.
Podrán ver unas natillas, una rosa, un caracol, un encaje, una nube, un poco de sal,
un algo de arena, un trozo de Ruanda o un espacio en el Polonio.
Serán realidades que, quizás, no digan mucho más que ello salvo para quien allí fue
guardándolo para que conserven la vigencia de unas experiencias demasiado
fuertes como para no continuar conservándolas.
Cada uno poseemos esas vitrinas interiores donde atesoramos lo más nuestro y
que deseamos continuar conservando con esas palabras únicas que cada una de
esas realidades poseen para nosotros.
Hoy, al recordar aquellas viejas vitrinas, pego mi nariz junto al vidrio de mi vitrina
interior y no puedo evitar añorar y revalorizar esos pequeños tesoros privados.
Padre Martín Ponce de León SDB