ALGO MÁS QUE PALABRAS
MALTRATO Y DESATENCIÓN, LA EPIDEMIA DE LOS NUEVOS TIEMPOS
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Para desgracia de todos, somos una sociedad que insulta, maltrata, desprecia y desatiende a
nuestros semejantes de muy diversas formas, lo que indica el poco amor que nos tenemos como especie.
Ni con los pétalos de una flor deberíamos golpearnos, pero la realidad es bien distinta, y nos sorprende
cada día con un capítulo de daños inenarrables, que cuesta asimilarlos. Este mundo de dominaciones y de
pocas franquezas, enfermo con las ruedas del poder y apenas nada auténtico, suele ensañarse con los más
débiles y, posteriormente, lavarse las manos. El silencio es en demasiadas ocasiones una mala respuesta,
una réplica tristísima. No se puede callar ante la nube de contradicciones e injusticias que nos circundan.
Tendríamos que responder con docilidad si quieren, pero con diligencia. Tal vez la ola de desprecios con
la que convivimos, nos impide tomar conciencia y entendimiento de este grave problema. Nos hemos
degradado tanto que el maltrato a vidas humanas se ha convertido en una contrariedad social que, desde
hace tiempo, viene afectando a millones de ciudadanos en todo el planeta.
Los datos no pueden ser más concluyentes. Una vergüenza. La trágica situación es que en el
mundo hay personas que sufren abusos de todo tipo. Por supuesto, hasta financieros, sobre todo entre
personas mayores y discapacitados. Hemos perdido toda sensibilidad. Da la sensación como que nada nos
preocupase. Según Naciones Unidas se estima que entre el 4% y el 6% de las personas mayores de todo el
mundo han sufrido alguna táctica de abuso y maltrato. Por otra parte, estudios internacionales recientes
dan cuenta que aproximadamente un 20% de las mujeres y un 5 a 10% de los hombres manifiestan haber
sufrido abusos sexuales en la infancia, mientras que un 23% de las personas de ambos sexos refieren
maltratos físicos cuando eran niños. Además, se acrecienta el número de personas que son objeto de
maltrato psicológico (también llamado maltrato emocional) y víctimas de desatención. El desaire reporta
estos calvarios inhumanos y, así, cada día son más los seres humanos que pueden hallarse en situación de
riesgo. Deberíamos, pues, reflexionar sobre ello, sobre nuestras actitudes con respecto a estas personas
verdaderamente sufrientes de explotaciones y sus agresores deberían rendir cuentas ante la justicia.
Precisamente, el 15 de junio, Naciones Unidas designó este día a través de su Asamblea General,
como jornada para expresar la más enérgica oposición a los excesos y sufrimientos infligidos a nuestras
generaciones mayores. Algo que pasa casi inadvertido, en parte también porque se oculta. Lo mismo
sucede con la población naciente, publicaciones universales nuevas nos indican que los riesgos de abuso
aumentan entre los menores de cuatro años y los adolescentes, también entre los niños de un embarazo no
deseado, con discapacidad o aquellos que lloran en exceso. Realmente vivimos un clima de desatención al
ser humano más débil, que deberían adoptarse medidas protectoras con urgencia, no olvidemos que el
atractivo de la democracia radica en parte su vinculación con el mejoramiento de la calidad de vida de
todos los ciudadanos, sin exclusión alguna. Si en verdad, fuésemos una sociedad bien organizada,
dinámica y responsable, este tipo de atropellos, no existirían. La coherencia y la coordinación de todos
será esencial si queremos avanzar hacia sociedades pacificadoras. Por ejemplo, el que se hayan reunido
en los jardines del Vaticano (8 de junio) israelíes y palestinos, judíos, cristianos y musulmanes, para
expresar sus deseos de paz, me parece un acto coherente con el espíritu religioso como miembros de la
familia humana. Ojalá se extiendan estos modelos por todas las culturas, puesto que el mejor obsequio
que podemos darnos es nuestra atención, los unos para con los otros.
Evidentemente, tanto el maltrato como la desatención, prolonga y exacerba la deshumanización.
Nefasta epidemia que tenemos que combatir con eficacia. No podemos (ni debemos) dejarnos ganar la
batalla pasivamente. Para ello, tenemos que avivar los referentes. En este sentido, considero una acertada
decisión que Naciones Unidos, adoptase en este mismo flamante mes de junio, la creación del Premio
Nelson Mandela, para estimular de este modo las acciones que recojan la antorcha de este líder
sudafricano, en lucha permanente por la liberación de su pueblo, así como por su continua labor a favor
de una cultura armónica en el mundo. Estoy convencido de que son estos pequeños quehaceres los que
nos ponen en movimiento, los que nos hacen recapacitar y ver, que la solución a los conflictos viene de la
mano de la compresión a través de la relación interracial de servicio a la humanidad, mediante la
promoción y protección de los derechos humanos, entre otros principios. Para ello, no es suficiente con la
voluntad y las buenas intenciones, son los hechos solidarios los que validarán esa fraternización
ciudadana tan necesaria como imprescindible.
Los acontecimientos a menudo nos abruman con noticias trágicas de seres humanos
abandonados a su suerte, que debilitan nuestra sociedad y desmerecen nuestra vínculo de familia humana.
Es hora de compromisos leales y fuertes, de que los gobiernos diseñen y lleven adelante una prevención
más efectiva, que incluya legislaciones y políticas para abordar todos los aspectos del maltrato a vidas
humanas y su desatención a personas vulnerables. Asimismo, resulta francamente preocupante el
aumento de las desapariciones forzadas o involuntarias en diversas zonas del mundo, como los arrestos,
las detenciones y los secuestros cuando son parte de las desapariciones forzadas o equivalen a ellas, y por
el creciente número de denuncias de actos de hostigamiento, maltrato e intimidación padecidos por
testigos de desapariciones o familiares de personas que han desaparecido, algo que merece con prontitud
actuación para derribar la estrategia de infundir el terror a los ciudadanos.
Lo mismo sucede con la desatención a los migrantes, a las personas desplazadas, muchas de ellas
huyen de condiciones de vida horrendas, pero terminan enfrentándose a violencias y violaciones de todo
tipo. La pesadilla no finaliza, prosigue el calvario, cuando deberíamos garantizar sus derechos, donde
quiera que ese hallen y sea cual sea su situación. Ahí están los naufragios masivos en el mar
Mediterráneo, que han causado multitud de muertos en los últimos años. Es la gran necrópolis de nuestro
siglo. Ante este horizonte de azul ennegrecido por el luto de las lágrimas vertidas a ola viva, no podemos
permanecer impasibles, como hasta ahora lo hemos estado, a mi juicio el tema ha de ser abordado por el
conjunto de la comunidad internacional, para que sean tratados con mayor respeto y dignidad, también los
que se encuentran en situación irregular. No es de recibo que algunos países les nieguen las protecciones
básicas en el ámbito laboral, las debidas garantías procesales, la seguridad personal y la atención de la
salud. Desde luego, con esta panorámica de crueldades difícil lo tenemos para hermanarnos. Tendremos
que dejarnos gobernar por la patria del corazón. El día que a todos nos afecten las amenaza contra el más
ínfimo de los seres humanos, habremos conseguido despojarnos de nuestra debilidad humana, de nuestra
manera superficial de considerar la existencia, de nuestro modo imperfecto de actuar. Dicho queda con la
bravura del eterno oleaje.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
8 de junio de 2014