SAN ROQUE
TERCIARIO FRANCISCANO
MARIANO ESTEBAN CARO
* * *
LOS FRANCISCANOS EN MONTPELLIER
A pesar de que en 1209 el Papa Inocencio III impulsó una cruzada contra
los albigenses, quince años después las ideas heréticas de esta secta
seguían vivas en el sur de Francia. Por lo cual la Orden Franciscana en el
año 1224 envía a la zona a San Antonio de Padua (1195-1231), que hasta
el año 1227 predicó incansablemente en Montpellier, Toulouse, Puy,
Burdeos, Arles y Limoges.
San Antonio, además de predicar al pueblo cristiano, fundó en Montpellier
un Estudio General para que los franciscanos estudiaran teología y cánones.
Había sido autorizado por San Francisco de Asís, quien en una carta
recordaba que el estudio no debía apagar el espíritu de oración y devoción.
A la sombra de la Universidad de Montpellier también los dominicos habían
fundado su Estudio General.
San Antonio de Padua enseñó teología en el Estudio General Franciscano de
Montpellier durante los años 1225 a 1227. Era un profundo conocedor del
pensamiento teológico de San Agustín, al que dedicó más de diez años de
estudio. Supo conjugar la sencillez de la predicación al pueblo con la
profundidad y el rigor teológico.
Fue en Montpellier donde le desapareció a San Antonio el libro de los salmos
que utilizaba para las clases de teología. Le fue devuelto por un novicio de
forma misteriosa. A partir de este hecho se invoca a San Antonio para
encontrar los objetos pedidos.
Así pues, los ideales de vida cristiana del franciscanismo más genuino
fueron plantados y cultivados en Montpellier durante más de dos años por el
gran apóstol y predicador, que fue San Antonio de Padua. Este franciscano
universal, fiel intérprete del estilo de vida de San Francisco, es el padre del
movimiento franciscano en Montpellier, cuna de San Roque, quien formó
parte de la Orden Tercera Franciscana en la comunidad de esta ciudad.
La presencia franciscana, desde entonces, fue constante en Montpellier,
consiguiendo edificar su convento en el año 1320.
ORDEN TERCERA FRANCISCANA SEGLAR
San Francisco de Asís es el iniciador de un estilo de vida cristiana, que fue
tomando forma en las diversas órdenes franciscanas. En 1210 el Papa
Inocencio III aprobaba la orden de los franciscanos. En 1212 fueron
fundadas las Clarisas. Con su Carta a Todos los Files, San Francisco ponía
las bases de la Orden Tercera, para que también los seglares, sin dejar el
mundo ni sus familias ni sus tareas propias, pudieran vivir el evangelio en
su integridad. Así a la Orden Tercera pertenecieron personas de toda
condición y clase social. También los seglares en su vida ordinaria podrían
hacer suyos los valores evangélicos más destacados en el espíritu
franciscano: la humildad, la fraternidad, el amor a la naturaleza, el trabajo
por la paz y muy especialmente la misericordia y a pobreza.
Para San Francisco, el “Poverello” de Asís, la pobreza es la virtud que hace
más amigo de Cristo; el ideal de pobreza se resume en una total renuncia a
la posesión de bienes y en la mayor limitación de su uso.
El cuidado de los enfermos, como obra de misericordia, fue otro valor vivido
intensamente por San Francisco, que comía con los enfermos en su misma
escudilla. Todo el que ingresara en la orden franciscana debía estar
dispuesto a vivir en las leproserías y a mendigar para sostenerlas. Cuando
los frailes se dedicaron más a la predicación y comenzaron a vivir en los
conventos, el cuidado de los enfermos y leprosos recayó en los miembros
de la Orden Tercera, ya que una de sus obligaciones estatutarias consistía
en cuidar y visitar a los enfermos.
Desde finales del siglo XIII la Orden Tercera franciscana seglar adquirió
solidez y pujanza. El Papa Nicolás IV, en el año 1289, con la bula Supra
Montem, dio a la Orden Tercera su aprobación solemne así como su propio
estatuto jurídico y espiritual. En el año 1297 el Papa Bonifacio VIII
canonizaba a San Luis Rey de Francia, que había sido miembro de la Orden
Tercera, distinguiéndose por su amor y dedicación a los enfermos, leprosos
y apestados. Él mismo los cuidaba, comiendo frecuentemente con ellos.
Este Santo Rey moría en el año 1270 contagiado por la peste. Fue grande el
influjo del testimonio de San Luis Rey, sobre todo, en Francia así como el
impulso papal que recibió la Orden Tercera franciscana seglar en esta
época.
SAN ROQUE TOMA UNA DECISIÓN RADICAL
Cumpliendo los consejos que su padre le dio al morir, Roque comenzó a
repartir sus bienes entre los pobres y necesitados hasta quedar en la más
absoluta pobreza. Una interpretación del evangelio realista, concreta y
literal llevó a nuestro Santo a vivir la experiencia de la pobreza total. Roque
hizo el reparto de sus cuantiosos bienes procurando que no se propalara la
noticia.
No parece que Roque tomara esta decisión como consecuencia de un voto
de pobreza y mendicidad, tan frecuente en el siglo XIII. Pero sí que conecta
con un movimiento eclesial de esta época: la ruptura con un régimen
económico y social, en el que la misma Iglesia estaba inmersa.
La trascendental decisión de San Roque de quedar en la más absoluta
pobreza para ponerse en camino inmediatamente pertenece al más puro
estilo franciscano. Es una prueba más de su pertenencia a la Orden Tercera
Franciscana Seglar. Una característica definitoria del movimiento iniciado
por San Francisco Asís fue la pobreza itinerante para ayudar a los pobres,
los apestados y los enfermos de lepra.
Roque, como San Francisco, también se casó con la pobreza. Para ambos el
pobre es la imagen misma de Jesús. No esperaron a que el pobre acudiera a
ellos en busca de ayuda, sino que salieron a su encuentro, conviviendo con
ellos en los albergues, hospitales y leproserías. El “beso al leproso” para
San Francisco tiene el mismo significado que el contacto inmediato con el
apestado para San Roque: es símbolo del amor al necesitado, al pobre, al
enfermo, que son la imagen del Señor. Nuestro Santo, además de curar y
limpiar a los leprosos, hacía sobre sus frentes la señal de la cruz. Roque,
como San Francisco, se propuso “seguir desnudo a Cristo desnudo”. Ambos
se hicieron pobres para servir con total libertad a los pobres y enfermos.
Roque, siguiendo a San Francisco, también hizo una lectura del evangelio
realista y sin glosas. El beso de San Francisco de Asís al leproso hace
realidad “la cercanía al enfermo afectado por enfermedades infecciosas: un
objetivo al que la comunidad eclesial debe tender siempre” (Benedicto XVI,
24-11-2006).
SAN ROQUE EN LA ORDEN TERCERA FRANCISCANA
En la vida de San Roque de varias formas se hace presente y manifiesto el
espíritu franciscano. Existe una secular tradición franciscana que considera
a San Roque como miembro de la Orden Tercera Franciscana. Sin entrar en
un convento, como seglar, San Roque vivió en el mundo los grandes valores
franciscanos. Los historiadores de la Orden Tercera consideran a San Roque
como un terciario del siglo XIV, muy querido por el pueblo por ser abogado
contra la peste y epidemias. Fue –dicen- un auténtico franciscano piadoso
con hombre y animales.
La presencia franciscana en Montpellier venía siendo muy significativa desde
el primer tercio del siglo XIII con la presencia tan activa de San Antonio de
Padua. Parece que la práctica de visitar los hospitales, como obligación
propia de los terciarios, era habitual en San Roque ya antes de partir hacia
Roma y encontrarse con los apestados. El hábito y la indumentaria que llevó
a lo largo de su peregrinar era muy similar a la de los terciarios. La
cercanía, incluso física, con que Roque trató a los enfermos es una
característica del más primitivo espíritu franciscano. Que muy
especialmente está presente en la radical decisión tomada por San Roque
de vivir la “pobreza itinerante” al servicio de los pobres, leprosos y
apestados.
En el comentario previo de Acta Sanctorum Augusti III (n. 10) dedicado a
San Roque, se recogen varios testimonios, que atestiguan la pertenencia de
nuestro Santo a la Orden Tercera franciscana. Así Arthur du Monstier en su
Martyrologium Franciscanum (París 1638) incluye a San Roque entre los
miembros de la Orden Tercera franciscana (pg. 272-273). Y cita además
otros testimonios como el de Benigno Fremaut, que en su Leyenda General
de los santos de la Orden Seráfica dice que Roque, antes de partir para
Italia, entró en la Venerable Orden Tercera franciscana. En esto coincide
con el P. Luke Wadding en su obra Anales Minorum, al referirse al año 2327
(III, 1327, n. 13).
Pero el más importante testimonio que avala la pertenencia de San Roque a
la Orden Tercera Franciscana se contiene en la Bula “Cum a Nobis” del Papa
Paulo III (1534-1549), firmada en Roma en 1547. En este documento papal
aparece San Roque entre los santos y santas que fueron miembros de esta
Orden Franciscana seglar, en cuya fiesta y en los templos a ellos dedicados,
el Papa concedía a los fieles diversas gracias e indulgencias (Antonio de
Siles, Monumentum Tertii Ordinis, II, pg. 81).
En el a￱o 1875 el P. Ireneo de Orleans, en su obra titulada “Vie Populaire et
Edifiante du Glorieux Sant Roch”, llega a la conclusión de que San Roque
perteneció a la Venerable Orden Tercera, a partir de la presencia
determinante del espíritu franciscano en su trayectoria vital.
SAN ROQUE Y LOS APESTADOS
Sobre la peste bubónica la historia de la medicina tiene datos ciertos desde
los primeros años del siglo III. Es definida como una enfermedad infecciosa
aguda, cuyo germen invade el organismo a través de la piel, las mucosas o
las vías respiratorias, produciéndose una tumefacción de los ganglios
linfáticos, conocidos también como bubones. El descubrimiento del bacilo de
la peste (Yersinia pestis) en 1894 facilitó el conocimiento de la misma. La
epidemia más grave se produjo a mediados del siglo XIV (la llamada “peste
negra”), que caus￳ la muerte de unos veinticinco millones de personas (un
tercio de la población de Europa).
San Roque, en su peregrinación hacia Roma en el verano de 1367, se
encontr￳ con numerosas poblaciones invadidas por la “peste negra”. En
todas partes se entregó al cuidado de los enfermos, atendiéndolos y
cuidándolos. Especialmente en los hospitales, como el de Acquapendente y
el de Piacenza, donde Roque fue contagiado. Sin prisas. Permanecía allí el
tiempo que fuera necesario. Sobre la frente de los apestados hacía la señal
de la cruz. La caridad, la fe y la oración de Roque de Montpellier hizo que el
Señor concediera la curación a innumerables apestados. Incluso en Roma se
curó un cardenal, que en 1368 le acompañó a visitar al Papa. Ya de regreso
a Montpellier, en Piacenza, el mismo Roque fue contagiado por la peste. Se
le produjo un enorme bubón en el repliegue de la ingle, que evolucionó en
hemorragias y necrosis purulenta. Curado milagrosamente, Roque quedó
desfigurado por las cicatrices. Y desconocido por sus paisanos, murió en la
cárcel de Montpellier.
Las frecuentes oleadas de peste hicieron que siguiera vivo el recuerdo de
aquel peregrino, que curaba a los apestados haciendo sobre su frente la
señal de la cruz. La piedad popular comenzó a encomendarse a San Roque
como abogado contra la peste, erigiendo en su honor iglesias y ermitas a la
entrada de las poblaciones. Así desde finales del siglo XIV y durante todo el
siglo XV se extendió por Europa la devoción a San Roque.
En 1489 llegó a España, concretamente a Valencia. En 1501 el Papa
Alejandro VI enviaba a Granada una reliquia del Santo y en 1563 Felipe II
hizo que llegara otra a San Lorenzo de El Escorial. De España pasó al Nuevo
Mundo, donde, en 1576, nació Roque González, hijo de españoles, al que en
1988 canonizó el Papa Juan Pablo II.
MARIANO ESTEBAN CARO