La lucha entre el bien y el mal
P. Fernando Pascual
31-5-2014
Tocamos continuamente la lucha entre el bien y el mal. En la familia y en el trabajo. En la ciudad y en
el Estado. Entre amigos y con desconocidos.
Esa lucha penetra también en lo más profundo de mi corazón. A veces opto por el bien: soy generoso,
perdono, fomento la paciencia, me comprometo a ayudar a familiares, amigos y conocidos. Otras veces
elijo el mal: busco sólo mis intereses, me dejo atrapar por la avaricia, envidio a quien parece tener
éxito, daño con mi lengua a cercanos o lejanos.
Se trata de una lucha que recorre toda la historia humana, y que llegó a niveles inauditos durante la
vida de Cristo: el Maligno en persona tentó al Maestro, y desencadenó odios que llevaron al drama del
Calvario.
Pero la última palabra de la historia humana queda en manos de Dios, que es bueno, omnipotente,
misericordioso. La esperanza, desde entonces, es la palabra clave para la vida del cristiano.
En medio de la lucha, ante las tentaciones de cada día, necesitamos mirar hacia un crucifijo para
aprender el camino que lleva a la victoria: humildad, total obediencia al Padre, perdón, entrega hasta el
heroísmo.
Tenemos, además, la presencia de una Madre. Ella está cerca de los hijos. Ella nos indica el camino
que lleva a Cristo. Ella nos da un ejemplo maravilloso de escucha y acogida de todo aquello que Dios
pueda pedirnos.
A la Virgen María san Juan Pablo II dirigió una emotiva oración ante los males del mundo, que
necesitamos recordar en medio de la lucha que vivimos en nuestros días.
“¡Corazón Inmaculado! Ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente se arraiga en los
corazones de los hombres de hoy y que con sus efectos inconmensurables pesa ya sobre la vida
presente y da la impresión de cerrar el camino hacia el futuro.
¡Del hambre y de la guerra, líbranos!
¡De la guerra nuclear, de una autodestrucción incalculable y de todo tipo de guerra, líbranos!
¡De los pecados contra la vida del hombre desde su primer instante, líbranos!
¡Del odio y del envilecimiento de la dignidad de los hijos de Dios, líbranos!
¡De toda clase de injusticias en la vida social, nacional e internacional, líbranos!
¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!
¡De la tentativa de ofuscar en los corazones humanos la verdad misma de Dios, líbranos!
¡Del extravío de la conciencia del bien y del mal, líbranos!
¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!, ¡líbranos!” (Juan Pablo II, 25 de marzo de 1984).
Estamos en una lucha a muerte. Cada derrota implica un avance del pecado en nuestra historia. Cada
victoria abre el mundo a Dios y aumenta el amor hacia el hermano.
En este momento decido. Necesito ayuda, desde una súplica humilde a Cristo y a su Madre para que la
gracia triunfe en más y más corazones, también en el mío...