Experimentar la belleza
Rebeca Reynaud
Pocas cosas hay tan difíciles como entender una cultura diferente a la nuestra
porque implica desprenderse de los modos heredados de pensar. Es el antiguo
contraste entre griegos y bárbaros, entre judíos y gentiles, y ahora reaparece
en la mutua incomprensión entre americanos y europeos o entre orientales y
occidentales. Es aquí donde el arte viene en nuestra ayuda, porque el arte es el
gran puente que une el mar de la incomprensión que separa a las culturas.
Entender el arte de una sociedad es entender su actividad vital y sus momentos
creativos. Podemos aprender más sobre cultura medieval viendo una catedral
que estudiando sus leyes civiles. Las iglesias de Rávena son una introducción
más acertada al mundo bizantino que todos los volúmenes del historiador
Eduardo Gibbon (Cfr. Christopher Dawson, The Dynamics of World History ).
El arte tiene un poder restaurador y puede ayudar a lograr una reconfiguración
cultural y una reorientación del hombre. Narra Benedicto XVI: la fuerza del estilo
románico y el esplendor de las catedrales góticas nos recuerdan que la via
pulchritudinis, la vía de la belleza, es un recorrido privilegiado y fascinante para
acercarse al Misterio de Dios. Sigue siendo una experiencia inolvidable para mí el
concierto de Bach dirigido por Leonard Bernstein en Munich. Estaba sentado al
lado del obispo evangélico Hanselmann. Cuando se apagó triunfalmente la
última nota de una de las grandes cantatas del solista Thomas, nos miramos
espontáneamente el uno al otro y con la misma espontaneidad dijimos: «Los que
hayan escuchado esta música saben que la fe es verdadera». En esa música se
percibía una fuerza extraordinaria de Realidad presente, que suscitaba, no
mediante deducciones, sino a través del impacto del corazón, la evidencia de
que aquello no podía surgir de la nada; sólo podía nacer gracias a la fuerza de la
Verdad, que se actualiza en la inspiración del compositor.
Podemos escuchar a Rachmaninof, a Henryk Górecki, a Bach, a Tchaikovsky.
Leer a Dostoyevski, León Bloy, Flannery O’Connor, Michael O’Brien; ver las
películas de Andrei Tarkousky y Ermano Olmi. Ver las pinturas de Andrei Rublev,
Rouault. Contemplar las catedrales góticas y románicas. Y comprobaremos que
de alguna manera ello afina el alma. Llamó mi atención saber que la catedral de
Chartres la hicieron ingenieros y hombres comunes –todos los que querían
participar podían hacerlo-, pero debían de estar en estado de gracia.
Los neurocientíficos dicen que el cerebro se recobra al contacto con la
naturaleza. Lo que viene a continuación aparentemente no tiene nada que ver
con lo anterior, pero en realidad sí conecta, pues se trata de contemplar la
belleza de la naturaleza.
Dos amigos estaban conversando cuando de pronto se abrió la puerta y apareció
el hijo de uno de ellos, un chico de doce años, con los ojos llenos de lágrimas, la
boca abierta e incapaz de hablar por unos instantes. Su cara transmitía
asombro, y alzaba los brazos de un modo que recordaba a los antiguos orantes
que con un gesto mudo alcanzaban la trascendencia.
- Papá, musitó, ᄀhe visto la cosa más bella del mundo!… ᄀhe visto un venado!
Se le quedaron viendo y se preguntaron “﾿un venado?, ﾿qué querrá decir?”
Todos hemos visto un venado. Los amigos se miraron uno al otro, y entendieron
que quizás, después de todo, nunca habían visto un venado, al menos no del
modo como el chico lo percibió. A veces hablamos de cosas que no hemos visto,
conocido o amado.
Cuando llega un bebé uno se admira de un ser tan perfecto, tan pequeño e
indefenso. ¿Quién es? ¿De dónde vino? Es un milagro nunca ante visto y que
nunca se repetirá. Es una manifestación de la mente creativa, infinita de Dios. La
naturaleza nos recuerda una lección primordial: de que la es inexplicablemente
hermosa e innegablemente peligrosa.
La historia del arte se estudia en muchas universidades, se estudia cómo y
cuándo fueron hechas las obras de arte de contenido religioso, pero pocas veces
se dice por qué fueron hechas. Sin una perspectiva teológica y eclesial, las obras
de arte cristiano no pueden ser comprendidas. Es importante que haya personas
que lo estudien y lo promocionen. Ya que “en un mundo sin belleza, el bien
pierde su atractivo”, dice Hans Urs von Balthasar. Y esta idea de algún modo la
apoya Dostoyevski al escribir que la belleza salvará al mundo (cfr. El idiota , p.
III, cap. V).