Pornografía: falacias
P. Adolfo Güémez, L.C.
Una falacia es un argumento falso, con apariencia de verdad. Es una mentira con
la intención de dañar a alguien.
La cultura pornográfica está llena de ellas. En estas líneas vamos a analizar sólo
algunas.
1. «No hay víctimas, por lo tanto, nadie sale perjudicado.»
Esta afirmación justifica la pornografía argumentando que es un intercambio
libre y privado entre espectadores, productores y distribuidores. A nadie se le
obliga a producir o consumir dicho material.
Sin embargo, esta es una ilusión, porque presupone que todos los participantes
terminan el intercambio siendo las mismas personas que entraron en un
principio.
Esto es mentira, y los primeros dañados son los actores. La misma naturaleza de
la pornografía conlleva un acto de violencia contra la dignidad del ser humano.
La sexualidad humana es un aspecto esencial de la persona, y convertirlo en un
“producto” que se comercializa es una ofensa a la dignidad de esas víctimas.
Son miles los hombres y mujeres que se ven atraídos a la industria de la
pornografía por la promesa de dinero fácil. Lo peor es que la mayor parte de las
veces se trata de las personas más vulnerables: pobres, marginados, ¡y aun los
niños! ¡Este es un abuso que no se puede justificar! Los resultados reales que se
obtienen son vidas destrozadas, cuerpos enfermos y almas empañadas.
Después están los consumidores. Estos son participantes activos en la
victimización de aquellos otros, pues si no hubiera clientes no habría negocio.
Pero también se dañan a ellos mismos.
Cuando uno opta por ver pornografía, deforma el concepto del valor de la
persona y se pone en riesgo de considerar a los otros como objetos de placer, un
puro pedazo de carne para usar y tirar a un lado.
Esto, ha contribuido notoriamente a la confusión actual entre el amor y la auto-
gratificación. Es aquí donde podemos encontrar, en parte, la explicación de por
qué hoy en día muchos cónyuges valoran a su pareja por el placer que les
proporciona, y no por la entrega desinteresada que conlleva un amor verdadero.
La relación sexual ha sido creada para hacer realidad una comunión profunda
entre dos personas, involucrando todas las dimensiones de su ser. Esta es la
verdadera intimidad anhelada por los enamorados, no la simple satisfacción
sexual. La pornografía destruye esta intimidad, haciéndonos buscar el placer por
encima de cualquier otra cosa.
Así, la pornografía termina aislando a sus consumidores en un mundo ficticio,
muy distante de la auténtica y verdadera intimidad.
2. «La pornografía puede ser una ayuda para el proceso de maduración
emocional y sexual.»
Algunos quieren considerar a la pornografía como parte “natural” del proceso de
maduración de todo joven. «Si no –dicen–, ¿cómo lograrán entenderse como
personas sexuales?»
Los que piensan así no ven –o no quieren ver–, que la pornografía presenta una
imagen deformada y falseada de la sexualidad humana. Puede llevar a los
jóvenes a disociar su sexualidad de la expresión auténtica del amor y de la
intimidad.
Consecuentemente, en lugar de ayudarlos a valorar a los demás como personas,
los hace considerar a todos como objetos, de los cuales hay que disfrutar
siempre que se pueda.
Por lo demás, la verdadera maduración proviene del dominio de sí mismo, y no
del dejarse llevar por cualquiera de nuestros impulsos. Y la pornografía, como
cualquier otra adicción, hace que la capacidad de decisión libre se vaya
perdiendo cada vez más, llegando a convertir a los consumidores en verdaderos
esclavos que no saben cómo librarse ya de ese yugo.
3. Otras falacias
Mons. Loverde desarrolla también otras dos falacias:
· «El uso moderado de la pornografía puede ser terapéutico.»
· «La oposición cristiana a la pornografía proviene del odio del cuerpo
expresado por los cristianos.»
Remito a los lectores a su carta, «Comprados a gran precio»
(www.bitly.com/1hAWTpc), dada la imposibilidad de desarrollarlas en estas
líneas.
Concluyo con una cita del Catecismo:
«La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo
corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está
integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo entero y
temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer.»