Pornografía: una plaga preocupante
P. Adolfo Güémez, L.C.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra “plaga” se define
como una calamidad grande que aflige a un pueblo. No puedo menos que pensar
que dicha definición se aplica perfectamente a la pornografía.
1. La cruda realidad
No soy alarmista. Sé que este mal forma parte de nuestra sociedad desde hace
mucho tiempo. Pero en esta época se ha vuelto una verdadera epidemia.
Antes, había que buscar los lugares donde se vendía o rentaba material
pornográfico, por no hablar de las peripecias para esconderlo. Hoy, por el
contrario, basta contar con algo tan común como un Smartphone o Tablet para
dar con un número infinito de dicho material.
No es casualidad. Se trata de un negocio boyante, que factura más $5,000
millones de dólares al año. Por eso no me sorprende que la pornografía acapare
el 12% de Internet, con más de 25 millones de sitios.
Se trata, por tanto, de una enfermedad a la que todos podemos estar expuestos.
No respeta edad, sexo, condición social o estado civil. Por eso todos hemos de
luchar por erradicarla: los que participan en ella directamente, pero también los
padres de familia y demás educadores, a quienes les corresponde hacer todo lo
que esté de su parte para defender de ella a los niños, adolescentes y jóvenes.
Con la reflexión del día de hoy, doy inicio a una serie de artículos sobre este
tema. Me baso en gran medida en la carta pastoral «Comprados a gran precio»,
de Mons. Paul S. Loverde, cuya lectura recomiendo mucho. Se puede descargar
desde www.bitly.com/1hAWTpc .
2. Siempre exige más
Uno de los grandes problemas de la pornografía, es que siempre exige más.
Normalmente se inicia con imágenes estáticas, para después pasar a videos y
experiencias cada vez más extremas, llegando incluso a lo que se conoce como
«pornografía dura».
El problema es que se corre el riesgo de crear una verdadera adicción, tan cierta
como cualquier otra.
Martin Daubney, lo explica en su documental «Porn On The Brain», donde
muestra, apoyado en las neurociencias, que el estímulo en el cerebro que la
pornografía produce en el adicto, es idéntico al que produce, por ejemplo, la
cocaína en un cocainómano.
Se crea así el círculo vicioso de toda adicción, en el que la persona busca una
estimulación cada vez más intensa, debilitando poco a poco la voluntad y la
inteligencia, llegando incluso a aniquilar la libertad.
3. Demasiado poco
La pornografía ofrece, aparentemente, una promesa de satisfacción y felicidad a
sus consumidores. Les hace entrar en una especie de halo que los aísla,
llevándoles a imaginaciones y sensaciones que nada tienen que ver con la vida
real.
Esta oferta es demasiado pobre para la gran felicidad a la que estamos
llamados. Nuestro cuerpo es un don de Dios, y, por lo tanto, nuestra sexualidad
también lo es.
La Iglesia no condena el sexo. ¡Al revés! De hecho, en el Catecismo (2362), se
dice que «la sexualidad es fuente de alegría y de placer», cuando se vive de
manera ordenada.
La pornografía, por el contrario, daña en lo más profundo esta fuente de alegría,
contaminándola y distorsionando su verdadero sentido.
Qué certeras son estas palabras del papa Francisco: «Si de verdad dejáis
emerger las aspiraciones más profundas de vuestro corazón, os daréis cuenta de
que en vosotros hay un deseo inextinguible de felicidad, y esto os permitirá
desenmascarar y rechazar tantas ofertas “a bajo precio” que encontráis a
vuestro alrededor... Sed capaces de buscar la verdadera felicidad. Decid no a la
cultura de lo provisional, de la superficialidad y del usar y tirar, que no os
considera capaces de asumir responsabilidades y de afrontar los grandes
desafíos de la vida.» (Mensaje para la XXIX Jornada Mundial de la Juventud,
2014)
4. Lo que viene
Pero este asunto no termina aquí. Sería demasiado poco. En los próximos
artículos analizaremos algunas de las falacias que la industria pornográfica ha
logrado instaurar en nuestra cultura, así como los medios que tenemos a
nuestro alcance para superar esta plaga y vivir una sexualidad verdaderamente
plena, sin importar la edad o el estado de vida. No se los pierdan.