¿Dios está muerto?
P. Adolfo Güémez, L.C.
¿Dios está muerto? Me atrevo a decir que esta pregunta es tan vieja como el hombre
mismo. En nuestro interior subyace una angustia existencial que nos lleva a cuestionárnosla
siempre. Si bien su respuesta a veces se nos escapa, como si intentáramos alcanzar una
estrella con nuestras propias manos.
¡Y nos frustramos! ¿Existirá de verdad? ¿No será un cuento más, transmitido de generación
en generación, pero nunca comprobado? ¿No se tratará de un invento de los hombres para
justificar lo que no se puede entender? ¿No será más coherente vivir como si Dios no
existiese?
No, no lo sería. Porque hay que aceptar de una vez por todas que ese vacío existencial que
llevamos dentro, no se llena nunca con los placeres, los éxitos o los consuelos de este
mundo. Todos lo hemos intentado de alguna manera sin lograrlo. Todos hemos querido
satisfacer nuestro corazón con mil y una cosas, pero por más que lo atiborramos, siempre
queda igual o más vacío.
Sin embargo, el sentido común nos dice que, si existe la sed, es porque también existe el
agua con que saciarla. Si en el corazón del hombre subyace el deseo de experimentar un
"algo" que no se acabe en este mundo, sino que lo trascienda, es porque ese algo –¿o
Alguien?– existe en verdad. Porque si no existiera algo con que satisfacer esa sed, sería un
absurdo, y en la naturaleza no hay nada absurdo.
Pero veamos otras pruebas. No voy a responder hoy con el argumento de la fe, en la que
creo firmemente. Me limitaré a observar el mundo.
Te invito, simplemente, a analizar unos seres tan sencillos y cotidianos como los pájaros
que nos rodean. ¡Es increíble su número y variedad! Algunos afirman que existen más de
10,000 especies. Y a pesar del número, cada uno es distinto. Están los de colores brillantes
y variados, así como los más apagados y monótonos. Los que graznan y los que cantan. Los
que emigran y los que se quedan en un solo lugar. Los que cazan animales, y los que se
limitan a comer insectos. Los que vuelan en grandes alturas y los que son capaces de
mantenerse frente a una flor para extraer su néctar.
En definitiva, una variedad increíble en número y diversidad, tan simple y compleja a la
vez, que yo, en conciencia, no puedo atribuirla a la casualidad. Tiene que haber Alguien
detrás que así lo haya querido, planificado y orquestado.
Otra. Siendo sinceros, ¿existe alguna obra humana capaz de suscitar en nuestro interior el
mismo estupor y admiración que una noche estrellada, un arcoíris después de una tormenta
o una cascada en medio de una montaña?
Abramos bien los ojos. Cada atardecer es totalmente nuevo, no se repite. Y eso que la
naturaleza no usa “Photoshop”... ¿No será porque detrás de ella existe un Ser trascendente
que nos quiere deleitar con una chispa de Su belleza?
Estoy convencido: Dios es el mejor artista. Es más, Dios es el único artista, y todos los
demás son sus pequeños imitadores.
La naturaleza es armónica, ordenada. Sus colores siempre combinan. Sus leyes son exactas,
y por eso las podemos aprovecharlas para nuestro bien. El ciclo de las estaciones es
perfecto y cada una es necesaria para un fin. La órbita de la tierra alrededor del sol está
situada a la distancia e inclinación justas para que existiesen las condiciones precisas para
la vida. Y un largo etcétera que podemos completar con nuestra propia observación.
Nuestro mundo, pues, habría podido ser un caos, y sin embargo, está ordenado, apegado a
unas leyes inamovibles y armónicas entre sí. Sinceramente, no puedo creer que detrás de él
no haya una Razón superior que sea quien lo guíe.
Con todo esto no estoy negando las teorías científicas. Al contrario. El verdadero Dios no
está en contra de la verdadera razón, así como la verdadera razón tampoco está en contra de
Él.
En estos días está en cartelera una película que trata sobre este tema. Se titula «Dios no está
muerto». Los invito a verla. ¡Nunca hay que tener miedo a pensar seriamente en este
argumento!
aguemez@legionaries.org