Ofrecer un consejo
P. Fernando Pascual
3-5-2014
Un consejo llega a nuestros oídos. “Calma, calma...” Por el tono de voz, podemos distinguir si se trata
de un reproche amargado o de una invitación desde el cariño.
También nosotros a veces damos consejos y exhortaciones a otros desde diferentes estados de ánimo.
En ocasiones, lo hacemos con el alma inquieta o incluso con rabia. Más que ofrecer una palabra buena
para ayudar, tomamos una actitud negativa hacia el otro.
Otras veces el momento y el tono de voz desvelan en nuestro corazón una actitud cercana, buena,
comprensiva hacia quien ofrecemos nuestro consejo, con un deseo humilde y sincero de dar una mano.
Es hermoso ofrecer consejos, sobre todo si son buenos. Es más hermoso todavía hacerlo de modo
correcto. El arte de la corrección fraterna no es fácil, pues requiere de mucha paciencia, tacto, empatía.
Por eso necesitamos estar atentos a la hora de encontrar el modo que permita ayudar amablemente a un
familiar o conocido.
¿Cómo ofrecer un consejo de modo oportuno y cordial? Primero, desde la paciencia. Una palabra dicha
con prisas, casi para deshacernos del otro, seguramente estará herida. Más vale esperar un momento
adecuado que lanzar un dardo que pueda herir a mi hermano.
Segundo, desde la propia experiencia. Cuando alguien nos ha dicho algo bueno con un tono de enfado
e impaciencia, sentimos cierta pena. Al revés, la ternura de un familiar o amigo que nos aconseja con
respeto suaviza nuestro corazón y nos hace disponibles a la acogida. Desde esa introspección podemos
aprender cómo aconsejar a quienes viven a nuestro lado.
Ofrecer un consejo es todo un arte. Podemos mejorar mucho si encontramos rostros amables que nos
orientan hacia el buen camino. Podemos apoyar a otros con una palabra serena y dicha en el momento
adecuado.
“Calma, calma...” Sí, acepto tu consejo, porque me lo ofreces con ese afecto que tanto necesita cada
corazón humano; porque con tus palabras reflejas un poco la bondad de Dios, que es tierno y amable
con cada uno de sus hijos.