La trampa del “eso era antes”
P. Fernando Pascual
9-4-2014
En las discusiones se usan argumentos buenos, otros malos, otros engañosos. Un argumento que
aparece de vez en cuando consiste en rebatir una idea porque “eso era antes”.
Detrás de esa frase se esconde una idea sencilla: en el pasado aceptaban algo como bueno, pero el
mundo ha progresado mucho desde entonces...
Ese argumento supone un dato incontestable: en muchos temas el conocimiento humano ha progresado
hasta el punto de desmentir teorías e hipótesis equivocadas. Basta con recordar cómo durante siglos la
gente admitía el geocentrismo y hoy esa teoría ha quedado ampliamente rechazada.
Sin embargo, algo admitido en el pasado no se convierte automáticamente en un error porque ahora
pensamos de otra manera.
Veamos algunos ejemplos concretos. A inicios del siglo XX hubo autores muy “modernos”
(materialistas, librepensadores) que defendieron propuestas e ideas racistas, o que supusieron que la
anatomía determinaba los comportamientos humanos. Basta con recordar al italiano César Lombroso,
al que está dedicado un museo en la ciudad de Turín...
Hay pueblos y culturas que cambian sus principios y sus convicciones con el paso del tiempo. Pero
suponer que lo nuevo automáticamente descalifica como erróneo a lo antiguo es simplemente falso. Lo
único que el cambio muestra es la posibilidad de dejar unas ideas y de asumir otras, pero no dice que
las ideas antiguas fueran peores que las nuevas, ni que éstas impliquen un avance hacia lo mejor.
Por desgracia, hay dictadores e ideólogos (tipo Hitler, Lenin, Stalin o Mao) que usaban y usan con
gusto el argumento del “antes estaban equivocados y ahora vivimos según la verdad y la justicia”.
También hay quienes, en el mundo de la política, de la cultura, de la investigación científica, asumen el
dogma de que lo nuevo anula y descalifica a lo antiguo y viejo como erróneo.
Una mirada serena a la historia humana muestra cómo las convicciones mejoran o empeoran, llevan
hacia el bien o hacia el mal, ayudan o destruyen. El criterio de la verdad no radica, por tanto, en la
suplantación de lo viejo por lo nuevo.
Lo verdadero, lo bueno, lo justo, lo bello, valen en cualquier época, para cualquier ser humano, sin
distinciones de espacio o de tiempo. El que existan momentos oscuros (ayer, hoy, seguramente también
mañana) en los que lo falso domina prueba cómo los seres humanos están expuestos al error y a la
injusticia en todas las épocas.
Por eso, cualquier esfuerzo por indagar dónde esté la verdad, independientemente de quién, cuándo y
cómo la diga, es digno de respeto y merece ser apoyado por todos aquellos hombres y mujeres que
viven sin prejuicios engañosos hacia el pasado y que saben acoger lo bueno venga de donde venga,
también si fue defendido en un “antes” lleno de sorpresas y de tesoros desconocidos.