ALGO MÁS QUE PALABRAS
TRANSFORMAR EL PLANETA DESDE EL CORAZÓN HUMANO
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Con la flor del sol abierta a los horizontes, todo se ve distinto en un mundo global, por muy
negro que esté el camino. Tenemos que definir la forma de vida que queremos. Desde luego, no como
una carrera de obstáculos en los que se ha convertido la vida en Caracas o en la República Centroafricana,
en Oriente Medio o en el mismo continente europeo con los movimientos migratorios. Ciertamente,
necesitamos trazar el camino en conjunto. Hemos de reinterpretar la propia existencia de la especie. Hay
temas cruciales que debemos resolver con urgencia, como erradicar la pobreza y el hambre, ampliar el
acceso a la educación y proteger el medio ambiente, aminorar las desigualdades y practicar la justicia
social. No podemos esperar más. La clase adinerada, poderosa ya de por sí, no precisa de la protección de
los poderes públicos. Son los débiles y los pobres, ese mundo marginal desheredado del bien colectivo, el
que nos requiere de otros gestos más acordes con el peso de su necesidad. Por desdicha, cuánto más
indefensos se encuentran, suelen tener menos apoyos y la intervención de la autoridad pública deja mucho
que desear.
Los diversos guiones de la realidad ya los conocemos. La cuestión que toca es que hay que
transformar el planeta. Para ello, sus moradores tienen que cambiar de música, reinventarse otros
lenguajes que acompasen la vida de los seres humanos. La armonía llega por la vía de la conciliación.
Hemos de reconciliarnos, primero nosotros con la propia existencia, y después hemos de acercamos unos
a otros desde el corazón. Los programas políticos cosechan un lenguaje que aviva la confrontación, en
lugar de consensuar posturas y establecer diálogos sinceros. Los autores se han degradado por sí mismos,
por su continua ineptitud y mano corrupta, dejándonos un sabor a desilusión que nos desespera aún más.
Sálvese el que pueda.
Para empezar no puede haber desarrollo sostenible, perdurable o sustentable, sin regeneración
política. Para llevar el timón del mundo se requieren los mejores; los más honestos ciudadanos, los más
formados ciudadanos, los más justos ciudadanos, los más libres ciudadanos, los más humanos ciudadanos
en definitiva. Se precisa gente que piense globalmente, que no se case con poder alguno, y que active el
sacrificio de la responsabilidad y de servicio hasta el extremo de elevarse por encima de sus intereses
personales o nacionales. Lo mismo sucede con el cambio climático. Llevamos años anunciando la toma
de medidas. Tampoco pasamos de los buenos propósitos. Los poderosos siguen con el mismo afán
destructor. El mal se encuentra en las mismas estructuras de poder que aceleran la contaminación, sin
importarles nada el futuro. No hemos sido educados en la responsabilidad y mucho menos nos han
injertado el sentido del límite. En realidad somos las víctimas de un desarrollo mezquino e insensato que
lo destruye todo. Alejémonos de su cantinela, pues. Esconde demasiado dolor su abecedario.
Entiendo, que es la ciudadanía globalizada, hermanada o fraternizada, la que puede cambiar el
mundo. Tenemos que responder como una familia. También lo sabemos. Pero nos falta valentía y
compromiso por el bienestar de nuestros semejantes. Nos han adoctrinado en el derroche y en el egoísmo
más cruel. El verdadero conocimiento y la auténtica libertad se hallan en el corazón de cada ser humano.
Son muchos los ruidos que nos impiden escuchar nuestros propios latidos, tantas veces hambrientos de
verdad y justicia, para superar los difíciles momentos que vivimos. Sin duda, si nos abriéramos mucho
más a esa conciencia de fraternidad, estoy convencido de que todo sería distinto en esta tierra que es de
todos y para todos, hoy y mañana, lo que nos exige desarrollar una cultura más auténtica, respetuosa con
cualquier vida humana. No sirven las estrategias mundanas, las transformaciones ideológicas, el programa
de la especie humana es más innato, más naciente de lo natural, germina en cada uno, es un corazón que
siente, una mirada que ve, una voz que escucha, y actúa en consecuencia con lo que tiene.
Me parece que tenemos que aprender a ser ciudadanos de verbo, para saber conjugar la paz, la
justicia, los derechos humanos y la dignidad humana, y hemos de hacerlo desde la autenticidad, para
todos los tiempos, edades y espacios. El mundo ha de unirse ( y reunirse) alrededor de un bien colectivo,
lejos del poder que no implique deber, y también lejano de un pedestal que no implique servir. Es hora de
coordinarse más, de abrir la mente a nuevas ideas y de reflexionar sobre cómo podemos cambiar nuestra
forma de actuar para abrir las puertas a un porvenir más esperanzador. Indudablemente, necesitamos una
honesta gobernanza, que garanticen el estado social y de derecho, con líderes responsables y con
conciencia de servicio, capaz de integrar culturas diversas. De modo, que aquellas personas que no
cumplan estas condiciones, sean excluidas para siempre. El mundo demanda de gestores con conciencia
crítica, con principios, que no suponga la gestión un negocio para sí y los suyos. No olvidemos que los
recursos son limitados y han de llegar a toda la especie humana.
Deberíamos garantizar que las personas tengan lo necesario para crecer y prosperar. Uno tiene
que ganarse por sí mismo ese bienestar, pero con las mismas circunstancias que otros. Por otra parte,
economías basadas en la especulación, difícilmente generan empleos decentes. No podemos esperar más,
ha llegado el momento de la acción para ajustar nuestro rumbo a un quehacer más inteligente y menos
comercial, con prioridades concretas y objetivos claros. Todos nos merecemos la oportunidad de vivir
dignamente. Para ello, hay que poner fin a la desigualdad de oportunidades, al privilegio de los poderosos
ante la justicia y a las muchas incoherencias arropadas en el cargo. Por poner un ejemplo reciente, en la
Nación española, la ley cada día es más desigual en la medida que cerca de tres millares de políticos
gozan del privilegio de ser juzgados por tribunales superiores y responder por escrito. Nada hay más
injusto que buscar inmunidad en la justicia. Lo mismo sucede con los prerrogativas de determinados
colectivos. Los pobres, sin embargo, solo cosechan desventajas, imparcialidades, daños y olvidos.
Sinceramente, pienso que la mejor manera de hacer bien a los pobres no es darles migajas, sino
hacer que puedan vivir dignamente sin recibir nuestros despojos. Así de sencillo. De ahí, la importancia
de que el mundo cambie de verdad, pero no desde el mundo pudiente, sino desde ese otro mundo
marginal. El día que en verdad se reúnan los líderes de las últimas economías del mundo para reflejar sus
preocupaciones en los hogares del todo el mundo, será un signo alentador de reforma para que aumente la
rendición de cuentas del alma, pues como dijo Gandhi, "todo lo que se come sin necesidad se roba al
estómago de los pobres". Los ricos hablan de crisis, pero son los pobres los que la sufren, lo mismo pasa
con las guerras, son los pobres los que mueren. Para transformar todo esto hace falta, sin duda, que el
idioma del corazón, que es desinteresado y universal, gobierne de una vez y para siempre. Reconozco que
me queda poca esperanza entre mis venas. Bien que lo siento. Pero de las cenizas también se sale.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
6 de abril de 2014.-