Sobriedad y templanza
Rebeca Reynaud
La sobriedad nos enseña a administrar nuestro tiempo y nuestros recursos; y el
recurso más escaso y el principal es el tiempo. La sobriedad establece un límite
entre lo razonable y lo inmoderado, por eso a los jóvenes no les gusta que les
hablen de sobriedad. Hay mucho consumismo porque la publicidad transmite una
idea falsa de la felicidad. El problema no es la comercialización de los productos,
sino la forma en que nos vemos afectados. El “tener más” se puede convertir en la
base de nuestra seguridad personal. La sobriedad nos ayuda a comprar sólo lo
verdaderamente necesario. Uno va a una tienda y están tan bien puestas las cosas
que nos dicen “¡c￳mprame, c￳mprame!”, “llévame, llévame”. Podemos pensar que
al darnos pequeños lujos no hacemos mal a nadie, nos hacemos dependientes a las
cosas, de nuestros apetitos, de la comodidad. La sobriedad no es negación. Es
poner a tu voluntad y a tu persona por encima de las cosas, los gustos y los
caprichos, dominándolos para no vivir bajo su dependencia.
Hay un adagio que dice: Créate hábitos buenos y ellos guiarán tu vida. De lo que
pensemos y esperemos de nosotros mismos ahora, depende lo que seremos dentro
de unos años. Una característica de la soberbia es no querer cambiar. Hay un
hombre que quiso cambiar y dio un giro de 180 grados. Se trata de Scott Hahn, ex
pastor calvinista, quien comenta: La conversión al catolicismo desemboca en
dificultades, sacrificios y a menudo en la soledad. Los conversos hemos sido muy
enriquecidos. Hemos recibido riquezas más allá de nuestros sueños más increíbles.
La angustia vivida no se puede comparar con las riquezas obtenidas: la Eucaristía,
el magisterio, el Papa, los sacramentos, María, los santos. Entonces el horror se
convierte en sorpresa y la sorpresa en deleite, bienaventuranza y fuego, y en un
deseo de compartir esto con los demás. La soledad desaparece cuando uno
descubre personas que también han sido cautivadas por la verdad . ¡Esos son los
verdaderos tesoros!
Hace un tiempo estuvo en México la directora de la Facultad de Pedagogía de la
Universidad de Navarra. Le preguntaron:
¿Qué es lo que le falta a la juventud actual? Contestó:
Muchas cosas, pero sobre todo, fortaleza y templanza.
He aprendido que una de las cosas que más le hemos de recordar a la gente, y a mí
misma, es que no estamos en el paraíso terrenal. La vida es un campo de batalla.
El hombre puede controlar sus respuestas si controla sus estímulos (bebidas,
películas, lecturas). La sociedad esta poco motivada para rechazar esto porque
piensa que nada le afecta. Y la realidad nos muestra que cuando el hombre tiene
todo –en el sentido material-, se olvida de Dios. Las carencias son las que muchas
veces le hacen orar.
Las dos formas originarias de la templanza son la moderación y la castidad.
Resumiendo, son formas de destemplanza la lujuria, el desenfreno, la soberbia y la
cólera. Y son formas de templanza la castidad, la sobriedad, la humildad y la
mansedumbre. Como demuestra la historia de las herejías, de cómo se entienda la
templanza, dependerá la postura que se adopte respecto de la creación y del
mundo exterior.
El Se￱or hace exégesis de la frase que le dice al joven rico: “Ve, vende lo que
tienes y sígueme”. Su petici￳n sobre la pobreza contiene también otro significado,
pues hay una riqueza más grande que el oro –y por tanto más apreciada-, se trata
de la riqueza intelectual, el propio pensamiento. Su renuncia tiene un valor
diferente a los ojos de Dios. Todos los pensamientos buenos que nacen en nosotros
vienen del Cielo, por eso es justo que digamos “este pensamiento no es mío”. Pero
las riquezas que Dios nos da han de ser para el disfrute de todos.
El Santo Cura de Ars decía : Quien no ama a Dios ata su corazón a cosas que pasan
como el humo. Cuanto más se conoce a los hombres, menos se les ama. Con Dios
ocurre lo contrario: cuanto más se le conoce, más se le ama. Este conocimiento
abrasa al alma con tal amor, que quien le conoce sólo ama y desea a Dios. El amor
a Dios es un sabor anticipado del cielo: si supiéramos probarlo, qué felices
seríamos. ¡Lo que hace desgraciado es no amar a Dios!”
La modestia es parte de la templanza, y ¿qué función tiene? pone orden dentro de
nosotros mismos. La persona modesta ve sus talentos naturales y sobrenaturales
como don de Dios. La modestia se refleja también en el porte exterior: en su modo
de hablar y de vestir, de reír y de moverse; de tratar a la gente y de comportarse
socialmente.
Sta. Teresa escribe: Hay quien deja todo por Dios y son penitentes, pero las lastima
cualquier cosa que digan de ellas. Y no abrazan la Cruz, sino que la llevan
arrastrando, y así las hace pedazos, porque si es amada, es suave de llevar.
Recuerda este refrán: Créate hábitos buenos y ellos guiarán tu vida.