Violencia + violencia = violencia
P. Adolfo Güémez, L.C.
¿A quién no le trastornaron de alguna manera las imágenes del Estadio Jalisco en
este 22 de marzo? Al canto de «los hicimos correr», «esta locura me hace sentir
bien», las barras de Chivas bajaban de la zona C después de haber golpeado hasta
la saciedad a 20 policías. Dejando a varios casi muertos.
Como ya se ha dicho hasta la saciedad, el primero que perdió ese día fue el mismo
futbol. Se puso de luto.
Pero también perdió México. Este país nuestro en el que se dan cada vez con más
frecuencia actos de violencia: en los estadios, en las escuelas, en las calles, en las
familias. Ya no son sólo los narcotraficantes o los delincuentes los culpables. Lo
somos cada uno de nosotros, tal vez nuestros amigos o parientes.
¿Qué está mal? ¿Qué podemos cambiar?
Es un hecho que lo primero que hay que hacer es que las autoridades no dejen
impunes los actos culpables. Sin embargo, esta no es la solución definitiva. En toda
la historia de la humanidad, la violencia siempre ha engendrado más violencia.
Hace años la Universidad John Hopkins asignó a un grupo de estudiantes la tarea
de estudiar a 200 muchachos de una escuela localizada en una zona pobre y
peligrosa. Querían predecir su futuro, para ver si se podía adivinar en qué
condiciones acabarían.
Después de una seria investigación, concluyeron que el 90% de ellos pasarían algún
tiempo en prisión. Las circunstancias sociales, los condicionamientos familiares, y
otros tantos factores, preconizaban este triste desenlace.
Veinticinco años después, otro grupo de estudiantes tuvo la tarea de comprobar la
predicción. De los 200, lograron contactar a 180, pues el resto había ya muerto o
simplemente se habían mudado. Con gran asombro de parte de todos, descubrieron
que sólo cuatro de los 180 habían sido enviados a la cárcel. ¡Un porcentaje mínimo!
¿Por qué falló el pronóstico, si todas las condiciones le daban una solidez
incontestable?
El 75% de los encuestados aseguraron que una maestra había transformado sus
vidas, había marcado la diferencia.
Los investigadores buscaron a la profesora. La encontraron en un asilo de ancianos.
Al preguntarle qué es lo que había hecho, qué técnicas había utilizado, su respuesta
fue muy simple: «Nada, sólo amé a esos muchachos...» Eso bastó.
Si la violencia sólo puede engendrar más violencia, el amor, por el contrario, es
capaz de engendrar siempre más amor, aunque sea también tratado con violencia.
Lo que es el aire para la vida biológica, lo es el amor para la paz. Y así como existe
una contaminación que envenena el aire fresco y a los seres vivos, también existen
tóxicos que envenenan los corazones.
De igual manera en que hoy en día nos preocupamos de mantener limpio el medio
ambiente, también deberíamos preocuparnos de purificar nuestro propio corazón.
«En cambio –dijo Benedicto XVI–, parece que nos estamos acostumbrando sin
dificultad a muchos productos que circulan en nuestras sociedades contaminando la
mente y el corazón, por ejemplo imágenes que enfatizan el placer, la violencia o el
desprecio del hombre y de la mujer. También esto es libertad, se dice, sin
reconocer que todo eso contamina, intoxica el alma, sobre todo de las nuevas
generaciones, y acaba por condicionar su libertad misma.»
Si queremos de verdad una sociedad más pacífica, debemos de construirla a base
del amor. No hay vuelta de hoja. La historia de la humanidad, y la historia
personal, hablan por sí mismas: cuando amamos, somos capaces de vivir en paz.
Cuando somos egoístas, entonces comienzan los problemas.