La belleza valiente de la fe
P. Fernando Pascual
22-3-2014
Creer nunca ha sido fácil. Abrirse a un Hombre venido de Galilea, acoger un mensaje contra la lógica
del mundo, enfrentarse a las potencias del mal, proclamar una ley de misericordia y perdón, confirmar
la Buena noticia con la Sangre en el Calvario y la Resurrección la mañana de Pascua... Parecen
provocaciones que superan los límites de la “prudencia” y del sentido común.
Pero así nació, hace 2000 años, la Iglesia católica. Acogió el mensaje del Maestro, predicó desde los
techos, sufrió persecuciones, enseñó a perdonar al enemigo, promovió un nuevo estilo de vida, se puso
al servicio de los pobres y los últimos...
El cristianismo presenta una belleza inaudita. Abre el mundo a Dios porque afirma que Dios vino al
mundo. Ofrece la paz que recibe de Jesucristo. Enseña una doctrina única en la que se vislumbra un
núcleo radiante: Dios es Amor, Dios es Trinidad, Dios es misericordia.
El mundo romano no fue capaz de entender aquella novedad. Encarceló y mató a cientos de creyentes.
El mundo moderno tampoco comprende un Evangelio construido desde paradojas magníficas: perder
la vida para ganarla, morir para vivir, dar para recibir, perdonar para implantar una justicia más
completa.
Hoy, como en el pasado, es posible decir “creo” desde una valentía que viene de la gracia. Los mártires
de todos los tiempos muestran hasta qué punto la fe sostiene a hombres y mujeres en el momento de la
prueba. Sin que lleguen al derramamiento de su sangre, también da fuerzas a millones de bautizados
que sufren discriminaciones, burlas, desprecios, entre los suyos y ante un mundo fascinado por
engaños pasajeros.
Hay una belleza valiente en el mundo de la fe. Dar el paso cuesta. Pero, una vez dado, la certeza de que
Cristo vive y actúa con su Espíritu consuela a los corazones y permite caminar, cada día, con un canto
sencillo de gratitud, de esperanza y de alegría.