Voz del Papa
La luz de la fe (XI)
José Martínez Colín
1) Para saber
Consideramos la vez pasada cómo el Papa Francisco señalaba
a los sacramentos como medio para la transmisión fiel de la fe. Más
delante de su encíclica añade que también mediante la oración se
transmite, pues “en ella, el cristiano aprende a compartir la misma
experiencia espiritual de Cristo”. En concreto, apunta que la oración
por excelencia es el Padrenuestro. Al rezarla estamos ejercitando
nuestra fe y nos ayuda a vivir también de fe, pues recordamos que
somos hijos de Dios y vivimos como tales.
2) Para pensar
Los niños son sencillos y en su forma de hablar lo reflejan.
Sucedió en la ciudad de Culiacán que a un señor maduro, de unos
sesenta y cinco años, que laboraba en una escuela, un alumno
peque￱o le pregunt￳: “¿Cuántos a￱os tienes?” El se￱or le contest￳
con otra pregunta: “¿Cuántos crees que tenga?” El ni￱o peque￱o lo
mir￳ de arriba abajo y le contest￳ con mucha sencillez: “No sé. Sólo
sé contar hasta cien”.
Los niños tratan con mucha confianza a las personas no
importando la edad o la posición que ocupan, y lo muestran al
“tutear” a todo el mundo. Aunque también influye la costumbre que
se tenga en lugar.
Para que haya trato entre dos personas es necesario entablar
un diálogo. Y Dios no es la excepción. ¿Cuál es el modo correcto de
hablarle a Dios? ¿Lo podemos “tutear” o es mejor hablarle de
“usted”? ¿No sería falta de respeto hablarle a Dios de “tú”?
Un autor contemporáneo nos saca de dudas. Es Enrique
Monasterio quien hace una comparación acertada. Dice que el
corazón de cada persona se parece a su propia casa. La casa suele
mantenerse cerrada y sólo dejamos entrar a quienes queremos. Y
aun así, a algunas personas sólo permitimos que entren hasta la
sala. Mientras más queridas sean las personas, se les tiene más
confianza y pueden entrar más a la casa. Algunas, de mucha
confianza, entran incluso “hasta la cocina”.
Con Dios podemos tutearlo con toda sencillez, porque Él
puede entrar “hasta la cocina” de nuestro corazón. Nuestro Señor
Jesucristo nos vino a decir que a Dios no le disgusta que le tratemos
con confianza, incluso le agrada. Al enseñarnos el Padrenuestro nos
descubre que Dios es nuestro Padre y así nos dirijamos a Él.
3) Para vivir
Llamar “Padre” a Dios no es solo un permiso que tenemos,
sino una realidad. En la medida en que nos comportemos como
hijos de Dios, estaremos dando testimonio con nuestra vida de lo
que creemos y lo compartimos con los demás.
Al llamarle a Dios como “Padre nuestro”, sentimos desde ese
momento que formamos parte de su familia y recordamos que todos
somos hermanos. No es como cuando una familia nos invita a
comer a su casa. Es mucho más. Realmente formamos parte de la
familia de Dios, somos de su “casa”.
Podemos estar seguros de que como buen Padre, se preocupa
por todos nosotros. Ya Jesús mismo nos recordaba con muy bellas
palabras: “Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni
guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta.
¿Acaso no valen más que ellas?” (Mt 6, 27-33). Pensemos si
sabemos depositar esa confianza y sencillez en nuestro Padre Dios.
Para ejercitar y sentirnos hijos de Dios, podemos procurar
rezar el “padrenuestro” varias veces al día: al empezar el día; al
concluir, como una forma de darle las “buenas noches”. Y, por
supuesto, cuantas veces queramos durante el día
José Martínez Colín es sacerdote, Ingeniero en Computación por la UNAM y Doctor en Filosofía por la
Universidad de Navarra
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