La verdadera conversión
Rebeca.Reynaud
La conversión empieza cuando nos damos cuenta de que el pecado es muerte. En
el Himno a la caridad San Pablo presenta los dones del hombre; ningún don nos
lleva al cielo sin la caridad. Sobre la caridad construimos espiritualidad.
Espiritualidad es el primer mandamiento. Leerlo en el Catecismo. Es el mapa sobre
el cual trazamos nuestra ruta a la santidad. Quien se concentra en el primer
mandamiento, derrota la idolatría. La esclavitud puede ser el afecto humano
cuando se vive sin Dios. Sin Dios no sabemos lo que es afecto. Hay que tener la
pasión radical de vivir en la luz. Se nos ha dado la Iglesia del Señor, la única
Iglesia.
Hay que buscar dónde están los ídolos. Dios o quiere que tengamos ni uno. Ese
ídolo puede ser el ego, el poder, el dinero, la posesión de bienes, el apego a la
familia por encima de Dios… Dios moldea a las almas a través de acontecimientos.
Cosas muy pequeñas marcan nuestra vida de una forma gigantesca. Hay cosas
pequeñas que nos confunden. Hemos de tener la paz de Dios en el alma. No
debemos preocuparnos de los eventos del futuro, lo único importante es nuestra
navegación con Dios, nuestro timón. Uno de los grandes males hoy es no estar
presente, la deficiencia de atención, de concentración. Este mundo nos tiene
proyectados para el futuro. ¿Cómo vamos a escuchar la voz de Dios si estamos
viviendo en el futuro? Cada uno tiene un nivel de desatención, pero no es motivo
para no llevar el amor de Dios con entusiasmo. Podemos volver a escribir nuestra
vida y borrar las páginas negras a través del sacramento de la confesión, para que
seamos 100% de Dios. (Marino Restrepo).
La conversión lleva buscar el desarrollo espiritual, y lleva a la paz y a la alegría.
El tiempo de Cuaresma es tiempo de conversión. El ayuno en Cuaresma está
dirigido a que después de Cuaresma seamos moderados. Si me encanta el café y lo
dejo en Cuaresma, pero el día 41, que termina me tomo 3 litros de café, no me
sirvió para ser más moderado, para fortalecer el espíritu y dominar la carne.
Una persona muy buena pero iracunda vio que tenía que cambiar. Empezó a pedir
insistentemente: “Jesús, cámbiame”. Y es que, efectivamente, s￳lo Dios cambia el
corazón, y consta que cambió en serio.
De lo que pensemos y esperemos de nosotros mismos ahora, depende lo que
seremos dentro de unos años. Una característica de la soberbia es no querer
cambiar, es creer que no necesitamos a Dios, es pensar que las ideas y los planes
propios son los mejores. Dios nos pide más, pide fruto de pequeños heroísmos, de
correspondencia a su gracia.
Puede desalentar ver lo poco que somos, pero el amor de Dios es más fuerte que el
pecado y que la traición. La conversión tiene mucho que ver con la flexibilidad, con
la docilidad, con saber acomodarse a los planes de Dios. El mejor momento para
convertirse es ¡ahora! El Santo Cura de Ars decía que el mejor momento para
cambiar era al asistir a la Santa Misa. En la oración tiene lugar también esa
conversión del alma, esa purificación del corazón. Nadie sabe pedir lo que conviene,
pero el Espíritu Santo nos lo puede ense￱ar. Pedirle al Se￱or: “Acomoda las
circunstancias para que yo vea lo que quieres, para que desee cambiar”.
Entre más cerca de Dios está una persona más sensible es para arrepentirse y pedir
perd￳n. Juan Pablo II escribe: “No podemos olvidar que la conversión es un acto
interior de una especial profundidad, en el que el hombre no puede ser sustituido
por los otros, no puede hacerse “reemplazar” por la comunidad.” ( Redemptor
hominis, n. 20).
El Espíritu Santo quiere suscitar en nuestros corazones un incendio de amor y de
afán apostólico. El prodigio más grande del universo es que Dios transforma a las
almas que aman la humildad y se hacen como niños. En la vida interior el que llega
más lejos es el más humilde. Santo no es el que nunca cae, sino el que siempre se
levanta, el que camina rumbo a la casa del Padre.