Cielo e infierno
Rebeca Reynaud
C.S. Lewis escribe: “En última instancia, s￳lo hay dos clases de personas: las que le
dicen a Dios: “hágase Tu voluntad”, y aquellas a quien Dios dice, en el último
instante: “hágase tu voluntad”. Todos los que están en el infierno lo han decidido
así. Sin esta autoelección no podría existir el infierno. Ningún alma que desee la
felicidad seria y constantemente la perderá” (pr￳logo a El Diablo propone un
brindis ).
Lewis concibe como el sumo mal la voluntad de un ser de absorber al más débil
privándolo de su identidad. El infierno sería una continua lucha por la absorción
mutua, un deseo nunca saciado de causar el amor daño posible.
Hay que aprovechar esta vida para meditar al menos unos minutos sobre lo que
viene después: Cielo o Infierno. “Hay quienes pierden la fe y ven el infierno s￳lo
cuando entran en él (...) El infierno tiene su origen en la bondad de Dios. Los
condenados dirán: ¡Oh!, si al menos Dios no nos hubiera amado tanto, sufriríamos
menos. ¡El infierno sería soportable! ¡Pero, habernos amado tanto! ¡Qué
sufrimiento!”, dice el famosísimo Cura de Ars, experto en estos temas.
Escribe el Cardenal Ratzinger: Si nos preguntamos qué es estar condenado , es “no
poder hallar gusto en nada, no querer nada ni a nadie, ni tampoco ser querido.
Estar expulsado de la capacidad de amar, y por tanto del ámbito de poder amar, es
el vacío absoluto, en el que la persona vive en contradicción consigo misma y cuya
existencia constituye realmente un fracaso” ( Dios y el mundo , 176). “El infierno se
representa normalmente con el fuego, con las llamas. El rechinar de dientes, sin
embargo, surge realmente cuando se tiene frío. Aquí, la persona caída, con sus
llantos y lamentos y gritos de protesta, evoca la imagen de estar expuesta al frío
por negarse al amor. En un mundo completamente alejado de Dios, y por tanto del
amor, se siente frío, hasta el punto de rechinar los dientes” ( Ibidem , p. 188).
Un sacerdote experto en el tema del infierno, dice que tendremos cinco juicios: nos
van a examinar sobre cinco temas que son los siguientes: como fue nuestro amor a
la familia, amor al prójimo, amor al mundo y a la naturaleza, amor a Dios y amor al
propio camino o vocación.
Son siete los tormentos en el infierno, para todos: la pérdida de Dios para siempre,
el continuo remordimiento de conciencia, saber que ese destino no cambiará, fuego
que penetra el alma y no la aniquila, la oscuridad permanente (las tinieblas),
compañía continua de Satanás, desesperación y odio a uno mismo porque se
equivocó, odio a Dios porque me creó, odio a Satanás porque me sedujo. Se oyen
maldiciones, deprecaciones y blasfemias. Luego hay tormentos particulares, y son
los tormentos de los sentidos. Con el sentido que pecas serás atormentado, dice
Santa Faustina, y lo pone por escrito.
María Valtorta dice que en nuestro mundo hay desprecio por las verdades eternas,
por eso vienen tantos males a la humanidad.
Después del Juicio final el infierno será peor. Si unes todas las arenas de las playas
del mundo y por cada día cuentas un año, ¿cuántos años tendrías? Pues un día en
el infierno es más que esos años. En el Cielo un día de gloria es más que todos esos
“a￱os de arena”. El Purgatorio es fuego de amor y el infierno es fuego de rigor.
Satanás es astuto porque no quiere que se hable de su Reino porque es tenebroso:
es odio a sí y a los demás, remordimiento, cólera...
Lo sencillo estorba a los planes infernales. Al demonio le ayuda todo lo que es
rebuscado y artificial. Le gusta la mentira, la simulación, el engaño, el odio. A los
condenados Dios no los conoce, o reconoce. La gente en el infierno no tiene
nombre.
Somos débiles pero no hemos de cambiar la primogenitura por “un plato de
lentejas”, esto es, por el placer de un momento, por una venganza… La venganza
se la dejamos a Dios. Hay quien se juega el Cielo por no perdonar un agravio, por
alegrarse de los males de otro.
¿Quiénes van por el camino del infierno? Las mujeres que han abortado y no se han
arrepentido, hicieron de sus vientres, tumbas. Esas mujeres van camino al infierno,
pero no han llegado , tienen tiempo de arrepentirse, ir en camino no es haber
llegado. Los sacerdotes que se han portado como “perros mudos” o han pecado de
soberbia, impureza o de alcoholismo. Las mujeres que los hacen pecar son más
malditas que Judas. Los que viven en pecado mortal y se obstinan en el pecado.
Nunca podremos conocer completamente en esta vida los efectos de nuestra
actuación, el buen ejemplo o el escándalo causado, en las personas que nos han
rodeado.
Lo que realmente importa es llegar al Cielo y ser felices por la eternidad; para ello
hay que pasar por trabajos, tribulaciones y pruebas ya que no estamos en el
paraíso terrenal sino en pleno campo de batalla. El libro del Apocalipsis dice que los
que están delante del Cordero, esto es, de Jesús “son los que han venido de una
tribulación grande, y lavaron sus vestiduras y las blanquearon con la sangre del
Cordero” (Apoc 7,14); es decir, los que confesaron sus pecados con verdadero
arrepentimiento.
El Cielo es indescriptible. San Josemaría Escrivá decía: Dios no actúa como un
cazador, que espera el menor descuido de la pieza para asestarle un tiro. Dios es
como un jardinero, que cuida las flores, las riega, las protege; y sólo las corta
cuando están más bellas, llenas de lozanía. Dios se lleva las almas cuando están
maduras... Vamos a pensar lo que será el Cielo, decía San Josemaría Escrivá, y
traía a colación lo que dice el Nuevo Testamento: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó a
hombre por pensamiento cuáles cosas tiene Dios preparadas para los que le aman .
¿Os imagináis qué será llegar allí, y encontrarnos con Dios, y ver aquella
hermosura, aquel amor que se vuelca en nuestros corazones, que sacia sin saciar?
Yo me pregunto muchas veces al día: ¿qué será cuando toda la belleza, toda la
bondad, toda la maravilla infinita de Dios se vuelque en este pobre vaso de barro
que soy yo, que somos todos nosotros? Y entonces me explico bien aquello del
Apóstol : ni ojo vio, ni oído oyó... Vale la pena, hijos míos, vale la pena
Deseamos ser felices. Deseamos una eternidad de amor, pero “por una blasfemia,
por un mal pensamiento, por una botella de vino, por dos minutos de placer. ¡Por
dos minutos de placer perder a Dios, tu alma, el cielo... para siempre!”, decía San
Juan Bautista María Vianney, el Cura de Ars (Francia). También decía:
“El que vive en el pecado toma las costumbres y formas de las bestias. La bestia,
que no tiene capacidad de razonar, sólo conoce sus apetitos; del mismo modo el
hombre que se vuelve semejante a las bestias pierde la razón y se deja conducir
por los movimientos de su cuerpo. Un cristiano, creado a imagen de Dios, redimido
por la sangre de Dios... ¡Un cristiano, objeto de las complacencias de las tres
Personas Divinas! Un cristiano cuyo cuerpo es templo del Espíritu Santo: ¡he aquí lo
que el pecado deshonra! El pecado es el verdugo de Dios y el asesino del alma...”.
“Si los pobres condenados tuviesen el tiempo que nosotros perdemos, ¡qué buen
uso harían de él! Si tuviesen sólo media hora, esta media hora despoblaría el
infierno. Si dijéramos a los condenados que están en el infierno desde hace tiempo:
Vamos a poner a un sacerdote a la puerta del infierno. Los que se quieran confesar,
sólo tienen que salir , ¿quedaría alguien? Quedaría desierto, y el cielo se llenaría.
¡Tenemos el tiempo y los medios que ellos no tienen! (...) ¿Por qué los hombres se
exponen a ser malditos de Dios?”. Y continúa: “Cuando vamos a confesarnos,
debemos entender lo que estamos haciendo. Se podría decir que desclavamos a
Nuestro Señor de la cruz. Algunos se suenan las narices mientras el sacerdote les
da la absolución, otros repasan a ver si se han olvidado de decir algún pecado...
Cuando el sacerdote da la absolución, no hay que pensar más que en una cosa: que
la sangre de Dios corre por nuestra alma lavándola y volviéndola bella como era
después del bautismo” (J.M. Vianney).
Mientras yo viva, Dios tiene misericordia, una vez que yo muera, encuentro la
justicia del Señor.