UN GRITO ELOCUENTE
“Si vuestra justicia no es mejor que la de los escribas y fariseos no entrarán en el
Reino de los Cielos”
Los relatos evangélicos ponen esta frase en boca de Jesús y la misma resulta un
grito por demás elocuente.
Jesús, como judío que era, no quiere ni propone una ley distinta a la que se tenía.
Habla de una “justicia mejor”
No desprecia lo existente ni ignora lo que se posee.
Plantea una vivencia mejor.
Al citar a los escribas y fariseos no está haciendo otra cosa que aludir a los
máximos referentes del sistema vigente.
Eran, junto con los sacerdotes, las jerarquías sustentadoras del sistema imperante.
Unas jerarquías que hacían basar todo en el cumplimiento estricto de la letra de la
Ley.
La letra de la Ley y su cumplimiento eran, sin duda, la forma de asegurarse un
estilo de vida pleno de justicia (santidad)
El justo (santo) era aquel que cumplía hasta en sus detalles más pequeños lo que
decía la letra de una Ley que estaba para ser cumplida.
La letra y la frialdad de la misma.
La letra y su no dejar lugar para situaciones imprevistas.
Jesús no está en contra de la Ley. No podía ser de otra manera.
Jesús no imagina una relación con Dios y los demás al margen de la Ley.
Pero no quiere una Ley donde lo más importante sea la letra de la misma.
No quiere una ley desprovista de corazón.
No se limita a una relación con Dios basada en una letra fría.
Quiere una relación apoyada en la persona y su relación con los demás que
encuentra en la Ley una ayuda para mejor vivir ambas realidades.
Para ello es necesario, más que tener una relación con la Ley, una relación personal
con ese Dios al que podemos llamar “el Dios de Jesucristo”.
El Dios de Jesucristo no es un alguien que vive con la Ley en sus manos para
controlar aciertos o errores.
El Dios de Jesucristo no es un Dios castigador o vengativo.
Es un alguien cercano y comprensivo.
Es un alguien misericordioso y dador de nuevas oportunidades.
Lejos está de ser un Dios que se queda en el cumplimiento de la letra sino que mira
el espíritu y, por lo tanto, la intencionalidad de las personas en su actuar.
El Dios de Jesucristo es alguien a quien debemos aprender a mirar desde la
humanidad de Jesús.
Es un alguien que no está “allá arriba” sino transitando la historia y acercándose a
los necesitados de Él.
Es un alguien que ama la libertad de sus hijos y respeta las acciones motivadas por
la rectitud de intención.
El Dios de Jesucristo no es alguien que marque, hasta en sus mínimos detalles, el
comportamiento de sus hijos.
Es alguien que fomenta la búsqueda con todos los riesgos que ello implica.
No quiere una vida dirigida sino una vida vivida a pleno porque colmada de
intentos.
El Dios de Jesucristo no es alguien refugiado entre nubes o en un templo sino que
es alguien que no duda en ir al encuentro pleno de misericordia.
Nos hemos acostumbrado a convivir con un Dios lejanísimo, tanto que muchos
construyen su vida prescindiendo de Él.
Nos hemos construido una relación con Dios casi limitada al templo como Él no
participase del resto de nuestras actividades.
Ni en las nubes ni encerrado en un templo. El Dios de Jesucristo transita calles y se
involucra en todo lo que hace a sus hijos.
Mirar a Dios desde Jesucristo es sentir la necesidad de “humanizarlo” puesto que
tremendamente nuestro y por ello cercanamente “con nosotros”.
Sin duda que escuchar la frase del comienzo de este artículo continúa siendo, hoy,
un grito elocuente contra muchas realidades nuestras.
No a un cristianismo dirigido.
No a un cristianismo encerrado en un templo.
No a un cristianismo del “no se debe” o “no se puede”
El cristianismo del Dios de Jesucristo es una propuesta de vida de pruebas desde
nuestros intentos.
Padre Martín Ponce de León SDB