ZAPATOS DE PIEL
Deberían inventarse los zapatos de piel.
Dicho calzado debería utilizarse para movernos en nuestro relacionarnos con los
demás.
Cuando nos movemos espontáneamente solemos despertar una suerte de
reacciones que no son las pretendidas.
No es fácil moverse sin lastimar por una susceptibilidad a la que uno, la mayoría de
las veces, suele no darle importancia.
No se le brinda importancia no porque uno pretenda lastimar o herir a los demás
puesto que vivir pendiente de ello resulta por demás agobiante.
Deberían inventarse unos zapatos de piel que permitan tener, casi a flor de piel,
una acabada relación de los terrenos por donde uno se mueve.
Poder saber si está despertando esa suerte de celos que muchas veces, sin
pretenderlo, causa en los demás.
Este calzado podría hacernos tener una acabada sensación térmica de las relaciones
por donde uno anda sin, por ello, dejar lo que es la natural espontaneidad de
nuestras relaciones.
No deben ser unos zapatos que nos tornen indiferentes o insensibles sino, por el
contrario, lo suficientemente atentos como para darnos cuenta, con suficiente
nitidez, del por donde andamos.
Nada puede impedir la libre manifestación de nuestros sentimientos.
Nada puede obligarnos a tener una igual confianza con todo el mundo.
No es porque se nos haya fallado o se nos den razones para una desconfianza sino
que es una cuestión de piel y que no resista a un análisis desde la lógica.
Muchas veces se dan una sumatoria de pequeños detalles que nos llevan a
confiarnos en alguien.
Podemos equivocarnos en tal determinación y es una dolorosa experiencia darnos
cuenta de tal hecho pero nada ni nadie nos puede obligarnos a confiarnos “por
decreto”.
La confianza no se impone sino que se gana y se brinda desde la gratuidad.
Nadie puede pretender una relación en exclusiva.
En oportunidades uno ha formulado, a algún niño, la pregunta clásica del ¿a quién
querés más?. Sin lugar a dudas, no es una cuestión de más o de menos sino de
distinto.
De distinta manera podemos sentir la plenitud de nuestra capacidad de afecto en
nuestras relaciones sin que ello implique un más o un menos.
Cada uno posee, en nuestros afectos, un espacio único y desde allí es donde son
queridos.
Nuestros afectos no están ubicados, en nuestro interior, en una estructurada fila
india donde cada uno va recibiendo un concreto orden preferencial.
Amamos en distinto.
No obstante todo esto, que puede resultar, teóricamente, muy claro, muchas veces,
en la práctica y con nuestro actuar, despertamos heridas que, muy bien, las
podemos atribuir a una cuestión de tontos celos.
A nadie le agrada el verse envuelto en algún problema de celos por una simple
realidad de su forma de relacionarse y, por ello, sería bueno, poder evitar tal tipo
de situaciones.
Para ello sería bueno poder contar con unos zapatos de piel.
Nada es más grato que poder tener una relación espontánea con los seres con los
que nos relacionamos.
No es nada grato deber cuidarse de la forma como se relaciona con estos o con
aquellos por más que sepa de sus evidentes preferencias.
Durante muchísimo tiempo pensé que eso de tener preferencias, en nuestra
relación con los demás, era un algo que no estaba correcto.
Leyendo los relatos evangélicos descubrí la naturalidad con que los autores de los
mismos hacían referencia a esa distinción de afecto y trato que brindaba Jesús.
Es antinatural pretender luchar contra esa normal realidad de establecer
preferencias por más que, hacer tal cosa, no sea un cometer injusticias para con
otros.
Es bueno poder sentir que, desde una relación de sincera y auténtica amistad,
establecemos nuestras preferencias que se manifiestan en expresiones bien
concretas.
Sinceridad, autenticidad y verdad son algunas de las maneras de relacionarnos con
todos pero, fácilmente descubrimos, que la confianza la tenemos para con respecto
a algunos muy pocos.
Para evitar malos entendidos o fricciones enojosas deberían inventarse, para
nuestras relaciones humanas, zapatos de piel.
Padre Martín Ponce de León SDB