Carta al Niño Dios
Autor: P. Guillermo Serra, L.C.; publicado originalmente en: http://www.la-
oracion.com
Querido Niño Jesús:
Te tengo aquí presente en este rato de adoración . Pienso en ti y te pienso. Sí,
parece lo mismo pero en realidad no lo es. Muchas veces pienso en ti, me acuerdo
de ti, pero no te pienso. Es como decir que falta algo de camino para que de mi
mente llegues a mi corazón. Bueno, en realidad estoy enamorado de ti, pero mucho
menos de lo que tú lo estás de mí. Y ese es el camino que quiero recorrer. En el
fondo tú ya estás en mi corazón y yo, quizás, ni siquiera he llegado al mío porque
me falta tanto amor .
Te agradezco
Hoy quiero agradecerte este esfuerzo de salir de tu cielo para venir a nuestra tierra,
a mi tierra de cada día. Tanto tiempo peregrinos en busca de la Tierra Prometida y
ahora en ti descubro esa promesa, ese amor, esa ternura: Dios con nosotros, Dios
conmigo, Dios para mí, en una cueva, en Belén.
Te tengo en la Eucaristía. Te miro y me miras. No sé quién tiene más admiración, si
yo de ti o tú de mí. Me amas y te amo. Naciste ya hecho Eucaristía, hecho pan para
comerte, tanta fue tu ternura. Naciste en Belén, que quiere decir "Casa del Pan". Y
con razón María te quería comer a besos. Eucaristía anticipada por aquella que te
dio la vida.
¿Qué me dices, qué te digo?
Esto es lo que me dices hoy: hay que dar la vida, hacerse alimento para los demás.
Cada día dejarse comer, ser Eucaristía para los hombres mis hermanos, tus
hermanos. En tu cueva encuentro el ejemplo para lograrlo: la humildad del lugar, el
silencio de la noche, la pobreza que elegiste, la mejor compañía: María y José. ¡Qué
bien se está aquí contigo! Es una auténtica transfiguración: tu gloria se dibuja en tu
pequeñez, tu amor en la sencillez y tu fuerza en tu debilidad. Tres virtudes que
deben resonar en mi vida pero la verdad, ¡qué pronto se me olvidan!
Por eso quiero mirarte y aprender de ti como un espejo de amor. Que tu sonrisa me
haga sonreír. Que tu sueño me dé paz, que tu silencio me haga aprender a
escuchar.
Quiero adelantarme a los pastores y a los Reyes Magos. Quiero llegar aquí cada
mañana el primero. Suena egoísta pero es que necesito verte, tocarte, olerte y
besarte. Eres carne de mi carne, uno como yo, ¡eres real! Quiero que esta
experiencia me acompañe durante el día. ¡He tocado, he visto, he abrazado el
Verbo de Dios! ¡Ha dormido en mis brazos y ha llorado junto a mí y por mí!
Ser consuelo de tu corazón es mi mayor deseo. Verte dormir mi mayor paz. Ojalá
pudiese vivir mi sacerdocio consolándote y diciéndote: "descansa, ahora me toca a
mí". Pero en el fondo sé que tu corazón siempre está velando y soy yo el que es
cuidado por ti. Al menos déjame intentarlo, déjame ser consuelo para tu corazón.
¿Qué te puedo regalar?
Con la emoción de verte entre nosotros, Jesús, no te he traído un regalo. ¡Qué
despiste! Otros llegarán al rato con regalos preciosos del lejano oriente o con
humildes ofrendas de pastor. Y yo, ¿qué te puedo regalar? Mi vida es tuya, ya lo
sabes. Te la entregué hace más de 20 años. Soy pobre, aunque no tanto como tú.
Algo debe quedarme, seguramente mi corazón te puede ofrecer un mayor amor, un
esfuerzo más delicado en mi servicio, un desprendimiento más generoso cada día
para encontrarme contigo, superando cansancio, tristeza, miedos y apegos. Sí, creo
que este será mi regalo. Te dejaré aquí mi corazón para que te dé calor, te
consuele, te entretenga y te alegre. Así cada día tendré que volver temprano en la
mañana para alimentarme de tu amor, de tu mirada y de tu bondad. Con tu
corazón en el mío caminaré más rápido, haré más bien al mundo, me amaré mejor
y amaré a más personas.
Nos unimos en la Eucaristía
La Eucaristía que celebro cada día será nuestro encuentro, nuestro regalo, nuestro
alimento y nuestro recuerdo. Nos uniremos y ya no tendremos dos corazones, sino
que el mío se fundirá en el tuyo, mi voluntad en la tuya, mi mirada la de tus ojos,
mi ternura la de tu amor.
Belén, casa del Pan, cueva silenciosa del milagro de Dios entre los hombres.
Eucaristía anticipada hecha vida, ternura y gozo. En tu humilde morada dejo mi
corazón en el pesebre.
Despedida
Me retiro antes de que lleguen los pastores. Me voy sin mi corazón pero sí con el
tuyo. Qué gran regalo he recibido a cambio de lo poco que te dejo. Tu amor en mi
pecho y el mío en tu pesebre. Descansa, duerme tranquilo. Mañana regreso de
nuevo. Tu sacerdote por siempre, P. Guillermo Serra, L.C.
NB: no pienses que no me he dado cuenta, ¡tienes la madre más hermosa del
mundo!