¿Cómo robar el corazón a Cristo en la oración? Parte 1
Autor: P. Guillermo Serra, L.C.; publicado originalmente en: http://www.la-
oracion.com
L a oración es acompañar a un Dios que se hace vulnerable y que toma sobre
sí mi pecado . Es mirar cómo me ama, cómo sufre, cómo es herido y cómo
en silencio sube hasta la cruz por mí. Es escuchar ese corazón abierto,
entrar en Él para nunca más volver a salir. Es contemplar el rostro de Dios
en un Cristo que se deja deformar por el odio cruel, y así formar en mí el
cielo de la redención .
"Llevaban además otros dos malhechores para ejecutarlos con él. Llegados
al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a
la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le
insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» Pero el
otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la
misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con
nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús,
acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te
aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». (Lucas 23, 32-33; 39-43)
¿Quién eres tú "Buen ladrón"?
El primer paso que tenemos que dar en la oración es saber quiénes somos,
dónde estamos en nuestra vida. Tenemos un nombre, una historia, unas
heridas, unos pecados que conllevan consecuencias. Muchas veces esta
realidad nos abruma y pensamos que nos impide rezar y tener un profundo
encuentro con Cristo.
Nuestra realidad es precisamente la que nos lleva a acercarnos a Cristo,
nuestra cruz es la que nos conduce como un barco hacia el encuentro con
Dios en el mar de su misericordia. Desde la cruz, clavados, flotamos y
avanzamos hacia el corazón de Dios. Es más, la cruz es el encuentro de un
ladrón que le quitó la gloria a Dios, y que se presenta ante el tesoro infinito
de Cristo que se deja robar porque Él nada pierde y todo lo gana con su
amor.
Tenía que morir...
Este buen ladrón llevaba escuchando todo tipo de gritos hacia Cristo. Apenas
se sostenía sobre la cruz. Buscaba como distraer su mente del terrible dolor
de los clavos. Buscaba respirar con gran esfuerzo. En medio de su lucha,
escucha unas palabras que le llaman la atención: "Padre, perdónalos porque
no saben lo que hacen".
Esta frase logró que se olvidase de su dolor para fijar su mirada ante aquel
hombre tan interesante. Sus ojos apenas se podían abrir, su rostro estaba
cubierto de sangre y sudor. Pero en un momento dado, tras decir esa frase
se giró y se sintió traspasado por su mirada. Entendió que era justo, no se
quejaba, miraba constantemente al cielo, como buscando algo o a Alguien.
Sostenía su respiración y de vez en cuando bajaba la cabeza para mirar
también a una mujer que fija a sus pies no cesaba de abrazar sus pies. Era
sin duda su Madre.
De repente, entre este cruzarse miradas, y distraerse fijándose en este
supuesto Mesías, su otro compañero gritó: "¿No eres tú el Cristo? Pues
¡sálvate a ti y a nosotros!".
Entremos en el corazón del buen ladrón para ver lo que sucedió:
Esta frase penetró su corazón. Algo había pasado mientras acompañaba a
Cristo con su mirada al cielo y a su Madre. No sabía explicarlo, pero no, este
hombre no podría salvarse y salvarles. No era su misión. Este hombre
estaba condenado. Tenía que morir. Y él comprendió por qué. Por eso dijo a
su compañero: "¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena"
Estaban sufriendo la misma condena que Dios.
Acuérdate-hoy
Si quería salvarse él, Cristo tenía que morir. De un modo sencillo y humilde
reconoció su divinidad. Sufrían la misma condena de Dios, pero no sólo eso,
se dio cuenta de que Dios estaba sufriendo por ellos y en lugar de ellos.
La cruz se le hizo ligera, la respiración regresó con fuerza para poderle decir
a Jesús: "Acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino"
¡Acuérdate! Sí, no me olvides Jesús.
Este buen ladrón, con su humildad y acto de fe, le está pidiendo a Jesús que
se acuerde de él, que no es sino pedirle que lo meta en su corazón. Este es
el significado de la palabra acordarse. "Méteme en tu corazón y no me dejes
salir de allí".
Este es el camino de la oración, siguiendo los pasos del buen ladrón:
1. Ponernos en presencia de Dios, un Dios cercano que me acompaña y
sufre conmigo y en mi lugar.
2. Hacer silencio para escucharlo.
3. Abrir los ojos para mirarlo y contemplar cómo sus ojos van al cielo y a la
Madre.
4. Hacer una confesión de fe y pedirle que nos esconda en su corazón.
Y el buen Señor, Cristo, con su corazón débil, pero amoroso como siempre,
hace un esfuerzo para decirle que Hoy estará en su corazón, es más, que ya
llevaba mucho tiempo dentro de ese corazón, "desde antes de formarte en el
vientre yo te conocía y te amaba" (Jr. 1, 5).
Así es el don de Dios. Es un amor del "hoy", no del mañana. La oración es el
encuentro del hoy de Dios y del pecado del hombre. Es un grito confiado
para que Él se acuerde de nosotros, nos introduzca en su corazón y así vivir
en el paraíso.
La cruz es la puerta de toda bendición porque de ella cuelga el Amor de
nuestra vida. Con la cruz siempre viene Cristo. ¡No temamos!
PARA LA ORACIÓN
1. Desde tu propia cruz, la que Dios permita, vivir esta oración abriéndose al
amor del "hoy" de Dios.
2. Repetir durante el día esta oración: "Jesús, si mi corazón se rompe
pégalo; si mi corazón se escapa atrápalo; si mi corazón no es tuyo,
¡róbamelo!"