ALGO MÁS QUE PALABRAS
EL PLURILINGÜISMO HA DE COMPLEMENTARSE CON LA LENGUA MATERNA
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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De pronto nos hemos convertido en una aldea mundial, donde el acercamiento de ciudades y
pueblos hace mucho más necesario el diálogo entre culturas y la comprensión entre unos y otros.
Indudablemente, estamos llamados a entendernos. Efectivamente, hoy en día, como dice el mensaje de la
directora general de la UNESCO, Irina Bokova , con motivo del Día Internacional de la Lengua Materna
(veintiuno de febrero), "la norma mundial es el empleo de tres lenguas como mínimo, a saber: una
lengua local, una lengua de gran comunicación y una lengua internacional para comunicarse tanto en
el plano local como en el mundial" . Hemos de partir, pues, de que la patria de todo ser humano
comienza por su lengua, que es el pensamiento mismo, y como tal, ha de participar activamente en el
destino colectivo. El que coexistan armoniosamente las siete mil lenguas locales que se hablan en el
mundo, me parece que ya es un signo positivo de convivencia que va más allá de las meras palabras,
puesto que a todos nos gusta que se nos hable en nuestra lengua madre, en clave de corazón materno, que
es que lo transmite un sin fin de sensaciones de ánimo, aliento, fuerza, impulso.
Naturalmente todas las lenguas contribuyen al conocimiento, sin embargo, algunas se han
universalizado en beneficio de una comunicación más fluida en esa aldea mundial, de la que todos somos
coparticipes, cada uno con nuestra impronta cultural emanada de los saberes singulares o autóctonos. Esto
no hay que olvidarlo. A mi juicio, el plurilingüismo constituye un revulsivo, tanto para el intercambio de
ideas como para la ampliación del talento en el ser humano, para la identidad de grupos y su inclusión
social. Sin duda, para llegar al cerebro de la humanidad es bueno que cohabite esa lengua internacional
porque facilitará mucho más el diálogo, pero la lengua materna tampoco se puede obviar, en la medida
que es puro latido que nace del espíritu, con las consabidas emociones que esto genera y expande. Las
lenguas están muy unidas a la cultura del entorno, que es nuestro bien más preciado (y apreciado), y
protegerlas es protegernos a nosotros mismos. Por tanto, debiéramos convivir con esta diversidad
lingüística tan importante como la biodiversidad en la naturaleza. En el fondo todos precisamos
interpretar el mundo con nuestros propios códigos innatos, antes que con una megalengua común o una
lengua de gran comunicación, que inevitablemente nos va a llevar a un retroceso en las emociones a
comunicar.
Hay cuestiones, como los sentimientos, que no se pueden globalizar. Cada uno somos como
somos y se expresa en una lengua, o sea, tiene su propio pulso, su propia cadencia y también su natural
significado. De ahí que todas las voces cuenten en la inmensa diversidad de conocimientos y experiencias
vividas. Prescindir de la lengua local sería retrotraernos a un visión pobre de la realidad humana.
Sabemos lo fundamental que es impartir la educación en la lengua materna para que el aprendizaje tenga
buenos resultados, pero también comprendemos lo vital que es para nosotros poder sentirnos vivos a
través de nuestra específica expresión cultural, como principio biográfico de cada ser humano que, desde
luego, no puede ser truncado. La conveniencia de que las diversas lenguas convivan, aparte de ser una
auténtica herramienta de conversación y conocimiento recíproco, promueve un intercambio de prácticas y
hábitos de respeto y tolerancia que a todos nos engrandece como seres pensantes. Albergamos, por
consiguiente, la esperanza de que el uso de las lenguas, lejos de crear controversias, fomente un clima de
armonía con el enriquecimiento entre lo mundial y lo local.
Incuestionablemente, no hay lengua sin ser humano, sin historia humana, sin conciencia humana
en definitiva. Nacemos con una manera de expresarnos y con un modo de expresión, que se sostendrá a lo
largo de toda nuestra vida. En un mundo como el actual, en el que se entrecruza todo, también la lengua
materna y el plurilingüismo han de confluir ( o complementarse) mal que nos pese, y deben interactuar de
manera armónica. Realmente cuesta entender esa inútil guerra de lenguas o mezquina reducción de
lenguajes que, en ocasiones, quiere propiciarse desde algunos círculos de poder. Por desgracia,
únicamente algunas lenguas tienen el honor de figurar en los sistemas educativos, lo que conlleva que
multitud de lenguas más pronto que tarde corren peligro de extinción. En este sentido, hay que felicitar a
la UNESCO por la persistente promoción del multilingüismo y, en particular, la alfabetización en la
lengua materna, con especial apoyo al componente lingüístico de la educación indígena. Igualmente, en
el campo de la comunicación, apoya la utilización de las lenguas vernáculas en los medios informativos y
promueve el plurilingüismo en el ciberespacio. Lo mismo sucede en el campo de las ciencias, la citada
organización viene prestando asistencia a diversos programas destinados a reforzar el papel de las
lenguas nativas en la transmisión de los conocimientos autóctonos e indígenas.
Reconozco que siempre lamento la desaparición de cualquier lengua. Considero que es una mala
noticia. Creo que lo mejor que podemos hacer para evitar su muerte es la creación de condiciones
propicias para que sus hablantes la sigan usando y la enseñen a sus descendientes. Verdaderamente, si
olvidamos el materno lenguaje y su ensamblaje de emociones, así como el abecedario de sentimientos y la
cartilla de valores congénitas a nuestro propio ser, de qué nos sirven las cátedras lingüísticas aprendidas
si, en todo caso, relegamos de nuestras distintivas raíces. Ciertamente, la lengua llega a confundirse con el
aire mismo que respiramos. Requerimos de un lenguaje para crear y también para recrearnos. Vivimos
en el lenguaje, somos el lenguaje en la pluralidad de lenguajes. En consecuencia, estimo que es bueno
tener una oportunidad para la reflexión, como puede serlo el día veintiuno de febrero, o si quieren para la
movilización de conciencias, a fin de pensar, que no sólo vivimos a través de las lenguas, sino que las
necesitamos para expresarnos; y que, por ende, no cabe la exclusión, ya que articula desde nuestras
relaciones sociales hasta nuestro personal bosquejo de palabras.
Irremediablemente somos caminantes en dialogo permanente, unas veces movemos nosotros los
labios y otras es el alma quien contesta por nosotros desde el silencio, pero siempre a través del
pensamiento y la razón, que nos marca como especie, desde el nacimiento, y a través de la exclusiva e
inherente lengua madre. Nos alegramos, pues, que esta onomástica no pase desapercibida y tenga cada
vez más resonancia en todo el planeta. Desde nuestra humilde posición, esperamos ayudar a que así sea.
Personalmente, estoy convencido de que realzando el valor de las lenguas y explorando sus riquezas
contribuimos, de este modo, a acrecentar las reservas fonéticas del planeta, que también tienen su
corazón, y que es el de cada uno de nosotros, los humanos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
16 de febrero de 2014