Manifestaciones, mentiras y verdades
P. Fernando Pascual
15-2-2014
Las manifestaciones suscitan continuos debates. ¿Por qué? Porque en torno a ellas giran temas
importantes en la vida de una ciudad o de un Estado, y porque los medios de comunicación
saben “usar” las manifestaciones según sus intereses más o menos explícitos.
Por eso se comprende que una manifestación de pocos participantes reciba una atención
desproporcionada en medios “informativos” que apoyan las ideas defendidas por aquella
minoría. Al revés, esos mismos medios tenderán a minimizar, a veces a ridiculizar, aquellas
manifestaciones que defiendan ideas que no van con su ideario, aunque sean multitudinarias.
Si, además, consideramos el triste espectáculo de las guerras de cifras que se dan tras una
manifestación, el panorama es casi desolador. Los organizadores dan unas cifras y las
autoridades otras; sobre todo, los medios informativos de uno y otro “bando” dan cifras mayores
o menores según sus intereses.
Detrás de este tipo de fenómenos se esconden dos grandes engaños. El primero consiste en
suponer que una propuesta queda ensalzada y llega a ser verdadera, buena y justa, si cuenta a su
favor con manifestaciones multitudinarias. El engaño radica en que nunca una propuesta se
convierte en verdadera, buena y justa desde el número de quienes la apoyan. Ni deja de ser
buena si cuenta a su favor con pocos manifestantes. La validez de las propuesta se analiza con la
razón, desde principios sanos y con la ayuda de hombres y mujeres honestos y sinceros.
El segundo engaño está en quienes manipulan las cifras como si así obtuvieran un beneficio.
Tanto si manipulan “hacia abajo” (decir que eran menos manifestantes) o “hacia arriba” (decir
que eran más), en los dos casos un periodista se rebaja y muestra no sólo poca profesionalidad,
sino ese vicio que consiste en considerar que una mentira resulta beneficiosa para una causa
concreta.
En realidad, nunca una mentira produce beneficios. Porque aunque a veces uno crea “ganar” y
“triunfar” si engaña a los lectores u oyentes desde una pseudoinformación, en realidad pierde en
su corazón, dañado por su deshonestidad, y tarde o temprano aparece esa gran herida que surge
cuando salta a la luz la manipulación de un periodista: la desconfianza.
Mientras llega el día (¿llegará?) es que se consigan métodos científicos para medir cuánta gente
participa en las manifestaciones, es necesario convencernos de que nunca algo será justo por ser
defendido por muchos, y que no tiene ningún sentido apoyar un ideal que se supone noble desde
mentiras. Si logramos estas convicciones, habremos ganado mucho a la hora de dar un juicio
ponderado y sereno ante las manifestaciones que se producen continuamente en nuestro mundo
inquieto y necesitado de verdades.