Desprendimiento de los bienes terrenos
Rebeca Reynaud
Una persona le dijo a Don Álvaro del Portillo:
-Padre, voy a dar la charla del retiro, ¿qué les digo?
-Diles que sólo hay dos caminos: uno que conduce imperceptiblemente hacia
arriba, otro que conduce imperceptiblemente hacia abajo.
El joven rico del Evangelio tenía muchos bienes materiales, pero el bien verdadero
estaba frente a él. Jesús le dijo: “Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres”, de
tal manera que no pongas el bien donde no está. Dios le pidió lo que él tenía que
entregar, pero no se lo dio, y se fue triste.
El desprendimiento de los bienes terrenos es esencial para seguir a Jesús. Si
vivimos bien alguna virtud, parece que no pasa nada pero sí pasa. Una de las cosas
que nos muestra la Historia de la Iglesia es que muchas Órdenes religiosas se han
venido abajo por falta de pobreza. “Cuando la pobreza se resquebraja, es que va
mal toda la vida interior” (San Josemaría Escrivá, Meditación 7-III-62). También
nos enseña la Historia se ve que la restauración de la cristiandad viene por el
desprendimiento. Es alentador ver como se vive la pobreza en Casa. Cómo se
cuidan los detalles para que la ropa dure más, para ahorrar papel, luz, tiempo, etc.
Viviremos bien la pobreza si sentimos a la Obra como “nuestra”.
Julien Green escribió: “La creación es tan hermosa, que es necesario hacer un
esfuerzo para desasirse de ella.” No podemos enamorarnos de la creación a tal
grado que nos olvidemos del Creador, sino que esta creación nos ha de llevar a Él.
Ana Catalina Emmerick cuenta que en una ocasión, Judas recibió un dinero y
preguntó a Jesús de cuánto podía disponer para cada día. Jesús le contestó que el
que vive pobremente no necesita ni precepto ni medida, pues lleva la conciencia
consigo como ley (tomo 8, p. 311).
Aristóteles insistía en que la educación, era sobre todo educación en el deseo. Y
Chesterton, con su lucidez habitual, decía que el interior del hombre está tan lleno
de voces como una selva: recuerdos, sentimientos, pasiones, ideales, caprichos,
locuras, manías, temores misteriosos y oscuras esperanzas; y que la correcta
educación, el correcto gobierno de la propia vida consiste en llegar a la conclusión
de que algunas de esas voces tienen autoridad, y otras no. De nuevo estamos ante
un problema de discernimiento y equilibrio.
No vivimos el desprendimiento o la pobreza sólo por motivos económicos, sino
también por motivos ascéticos, por amor a Jesucristo. Señales de la verdadera
pobreza: No tener cosa alguna como propia (hay cosas que achican el alma cuanto
más menudas son), no tener cosa alguna superflua (tengo esto de repuesto; confiar
más en la Providencia), no quejarse cuando falta lo necesario.
La pobreza por sí sola no santifica. Se necesita amarla, sino todos los pobres serían
canonizables. Hay dos opciones: mediocridad o santidad.
Vivimos unos momentos de particular gracia de Dios. Este más, más, más, es un
tirón que el Señor nos envía, porque la medida del amor de Dios es amar sin
medida. Las cosas de Dios van por otros derroteros. Hay que funcionar a base de
visión sobrenatural. Hemos de tener más vibración en todos los sentidos, también
en la calidad de vida.
Puede haber una excesiva preocupación y excesivo miramiento con la salud. Hay
que vivir despreocupados por la propia salud. No es compatible con el tenor de una
vida de entrega.
Los franciscanos evangelizaron México, entonces mucha gente no entiende sino la
pobreza franciscana. Nosotros tenemos un barniz de esa formación pero luego
comprendemos que hay que compaginar la secularizad y la pobreza, que está,
sobre todo en el desprendimiento de los bienes terrenos, de las personas, de sí
mismo. Santa Teresa de Jesús decía: Gracias, Señor, porque me has librado de mí
misma.
Dice la escritora española, Pilar Urbano: Ordinariamente, los humanos suelen estar
satisfechos con lo que son , pero, pero inquietos, azogados, preocupados, y nunca
suficientemente abastecidos con lo que tienen . Debería ser al revés, pero no ocurre
así [1] .
[1] Pilar Urbano, El Hombre de Villa Tevere, Plaza & Janés, Barcelona 1995, p. 332.