Corrección fraterna
Rebeca Reynaud Febrero 2014.
Las páginas de la Sagrada Escritura nos enseñan que antaño Dios se servía de los
profetas para advertir a los hombres que estaban fuera de su camino. Y con cuánta
fidelidad y caridad supieron vivir la correcci￳n fraterna. Y tú me dirás: “Y así les
fue”. No siempre les fue mal. Natán corrigió al rey David y David rectificó su
camino, hizo penitencia y aceptó el dictamen de Dios. Vivir la corrección fraterna es
vivir de fe. San Josemaría diría: “Es cuesti￳n de fe”.
Una chica tenía un hermano que iba a Misa diario. Notó que el sacerdote celebrara
llevando puestos sus tenis, y pensó: Le tengo que decir algo, pero no se atrevió. Al
día siguiente, lo mismo. Dijo: Ahora sí le diré algo . Se acercó y le dijo: Padre, yo
tengo novia y cuando voy a visitarla, me pongo lo mejor que tengo para que vea
que la amo y la tomo en cuenta. Usted celebra Misa con tenis, y a lo mejor no es lo
más adecuado para demostrar el amor . El Padre le dijo: Yo manifiesto mi amor de
otros modos . Y lo mandó con cajas destempladas. El chico dijo: Ya no voy a volver
a esta iglesia, pero era la que le quedaba cerca, y a la semana allí estaba de nuevo,
pero se escondió detrás de una columna. En la homilía el sacerdote habló precioso
de la corrección fraterna, de cómo nos ayuda y demás. El chico se acercó a
comulgar y vio que el sacerdote ya no llevaba tenis.
El Papa Francisco dice en su Ex. Ap. “La alegría del Evangelio”: “No se nos pide que
seamos inmaculados, pero sí que estemos siempre en crecimiento, que vivamos el
deseo profundo de crecer en el camino del Evangelio” (n. 151).
Y crecemos cuando permitimos que nos corrijan y aceptamos lo que nos dicen.
Pilar Urbano narra: Un día San Josemaría Escrivá ve que uno de los mayores de la
Obra va vestido de modo inadecuado, con atuendos demasiado juveniles que, a su
edad, resultan estrafalarios. Y entonces, llama a otro hijo suyo y le dice: —Tenéis
que estar en las cosas de Dios, en las cosas de la Obra y en las cosas de vuestros
hermanos… El día que viváis como extra￱os o indiferentes, ¡habréis matado el Opus
Dei! Busca la ocasión, habla con ese hermano tuyo, y, con todo cariño pero con
toda claridad, le haces sobre ese punto la corrección fraterna (Testimonio de César
Ortiz-Echagüe )[1].
Benedicto XVI dice: La corrección fraterna es una obra de misericordia. Ninguno se
ve bien a sí mismo, nadie ve bien sus faltas. Hemos de ayudarnos a conocer las
lagunas que nosotros mismos no queremos ver... Ayuda a que cada uno recupere
su integridad, para que vuelva a funcionar como instrumento de Dios, exige mucha
humildad y mucho amor. Sólo si viene de un corazón humilde, que no se pone por
encima del otro, que no se cree mejor que el otro sino sólo humilde instrumento
para ayudarse recíprocamente, podemos ayudar. El texto griego añade un matiz; la
palabra griega para corrección fraterna es consolar. No sólo corregir, sino también
consolar, ayudar en sus dificultades. Hay que darle ánimo, estar a su lado,
apoyarnos recíprocamente, con la ayuda del Espíritu Santo, el Consolador. Por
tanto, es una invitación a realizar nosotros mismos ad invicem la obra del Espíritu
Santo Paráclito (2 X 2005; cfr. p. 162 de Orar ).
La corrección fraterna ha de estar llena de cariño y de tacto, por amor al que
corregimos. San Agustín escribe: Si lo haces por amor propio nada haces. Si es el
amor a él lo que te mueve, obras excelentemente. “Si te oyere habrás ganado a tu
hermano” (Mt 18,15). Luego, has de obrar por ganarle a él (Sermo 82,4).
Que no parezca que estamos desentendidos del bien y de la santidad de los demás.
Puede suceder que una persona le haga a otra una corrección fraterna de este
estilo:
—Te duermes en la oración, la Misa y las demás Normas en el oratorio. Procura
ponerte de pié o luchar más.
Está bien. Pero no podemos añadir: “Te duermes porque no te interesa el retiro”.
Es juzgar la intención y eso no lo deberíamos de hacer jamás. Lo que se ve
externamente es que la persona se duerme. ¿Qué sé yo si le tocó cuidar a un
enfermo? No hay que meternos a juez porque no nos toca.
Muchos querrían saber cómo los ve Dios; si serán aprobados o reprobados en el
juicio final. Esto se puede vislumbrar en la actitud que tenemos respecto al prójimo,
ya que esa actitud revela la acogida o el rechazo del amor divino (Cfr. CEC n. 678).
El Dr. Ricardo Castañón recomienda: Cuando la gente es peleonera lo mejor es
hablar en corto. Hay que corregir en el momento en que la persona produce
reacciones bioquímicas positivas.
San Agustín aconseja: procura adquirir las virtudes que crees que faltan a tus
hermanos, y ya no verás sus defectos, porque no los tendrás tú” ( Enarrationes in
salmos , 30, 2,7; PL 36, 243). Que no parezca que estamos desentendidos del bien
y de la santidad de los demás. Si no hay cof no hay verdadero ambiente de familia.
“Si tú juzgas a la gente no tienes tiempo de amarla ”, decía Teresa de Calcuta.
Fray Luis de Granada (siglo XVI) cita el Eclesiástico, escribe: “El hombre pecador
huirá de la corrección y nunca le faltará para su mal propósito alguna aparente
raz￳n” (32?). Otras veces quien huye es la persona que debe hacer la correcci￳n,
porque piensa: “allá ella”. El amor es lo contrario a la indiferencia frente al otro.
El demonio se mete siempre para que no la hagamos. El amor de Dios nos lleva a
superar la dificultad de no querer hacerla. Estar vigilantes para que no haya ni una
palabra con asomo de crítica . Aunque haya motivo. Suspender el juicio: premisa
mayor, premisa menor... no saco la conclusión. Caridad. Prudencia. Tenemos que
darnos la mano y Dios nos dará la Suya. No se trata de “cantarle las 40” sino de
querernos de verdad, con nuestros defectos pero corrigiéndolos.
Al hacerla c ontar con el dolor propio y ajeno parar llevarlas a Dios. Que sea un
bálsamo de caridad, que cura, que sana, que mejora... Es parte de la providencia
ordinaria de Dios. Sólo hay corrección en el contexto de la oración y de la rectitud
de intención.
Purificar lo que pueda haber de impaciencia.
Pensar en cómo la recibimos. Habitualmente ¿pensamos que no tienen razón? ¿Nos
dura el resquemor? Incorporarla como algo que se nos ha dicho in nomine Domini .
Recibirla con humildad y agradecimiento. Si tenemos madurez es lógico que
tengamos espíritu crítico. Encauzarlo. No descargar ni siquiera un poquito de
amargura en la correcci￳n fraterna. Detrás de ese “no ver” se puede esconder
mucha comodidad. A veces se puede meter un poco de desesperanza: “Fulanito es
así”. Confiar en la capacidad de cambio de la persona, en la gracia de Dios.
Las cosas que más justificamos, son aquellas de las que más tenemos que
sospechar, porque las tenemos más incorporadas. Las mejores correcciones son las
que versan sobre lo ordinario, lo cotidiano, sin esperar a que se hagan grandes.
[1] Pilar Urbano, El Hombre de Villa Tevere, Plaza & Janés, Barcelona 1995, p. 216.