El cordero y la jauría
P. Fernando Pascual
8-2-2014
Un cordero perdido en el bosque está expuesto a mil peligros. Una jauría de perros salvajes que
lo encuentre tiene ante sí una presa fácil.
El espectáculo no es fácil de describir: rodear a la víctima, acercarse con sonidos amenazadores,
los primeros asaltos, los balidos desesperados, la sangre...
También en el mundo humano hay jaurías. Jaurías de seres que buscan víctimas fáciles, que
acorralan, que insultan, que impiden toda defensa, que destruyen, que aniquilan.
Son jaurías que gruñen con mentiras y calumnias contra quienes son honestos, o con
acusaciones verdaderas y recordadas mil veces con el único fin de hundir todavía más a quienes
han cometido faltas en el camino de la vida.
Son jaurías que parecen crecerse cuando disponen de cierto anonimato, como el que se produce
en miles de comentarios de Internet que muestran odio, desprecio, inmisericordia, vileza,
cobardía.
Gracias a Dios, también en el mundo humano hay hombres y mujeres que acogen, que escuchan,
que defienden, que rescatan a quienes sin culpa o con culpa viven asediados por jaurías
despiadadas.
Encontrar una mano amiga, un defensor valiente, un corazón noble, ayuda a quienes han fallado
en sus deseos de rehacer la propia vida; y da esperanza a los inocentes que son acusados de
delitos que nunca cometieron.
Si encontrar una mano amiga da esperanza, también es hermoso aprender a ofrecerla, incluso a
riesgo de sufrir dentelladas de desprecio, para que otros sientan que el mundo, en el fondo, no es
tan malo.
Sobre todo, es hermoso mirar hacia el cielo y descubrir que existe un Dios que perdona a los
pecadores y no los acusa continuamente, y que continuamente defiende a los justos. Desde la
certeza del amor del Padre bueno, es posible sentirse consolados en las mil vicisitudes de la vida,
y aprender a ser misericordiosos y compasivos con los hermanos más necesitados.