Heterosuperación
P. Fernando Pascual
1-2-2014
Se habla mucho de autosuperación, un concepto que puede ser entendido de varias maneras. No se
habla casi nunca de heterosuperación, quizá porque antes hay que encontrar una buena definición para
una palabra tan inusual.
En estas líneas heterosuperación significa dejarse ayudar, abrirse a manos amigas y a consejos sabios, a
la guía de quien sabe más y ve mejor. Se trata de descubrir un horizonte nuevo de rostros cercanos que
animan y acompañan con respeto y con acierto.
Es normal que deseemos ser mejores. También es normal, por desgracia, que uno no se decida a
emprender el camino: por pereza, por prisas, por respeto humano, por egoísmo, por dejarse arrastrar
ante las mil exigencias de lo inmediato.
Avanzar hacia la superación personal no resulta nada fácil. Pero encuentra una ayuda y un estímulo
especial cuando unos ojos y unos corazones nos miran con afecto, infunden confianza, y nos dicen:
adelante, cuenta conmigo en tu lucha diaria.
Si la ayuda viene no sólo de familiares y amigos buenos, sino del mismo Dios, la heterosuperación se
convierte en un camino maravilloso hacia la meta más importante: la santidad.
Porque la auténtica mejoría humana consiste precisamente en romper con el pecado, en dejar avaricias
esclavizantes, en mirar hacia el horizonte del Evangelio y sentir una invitación hermosa y magnífica a
la confianza: con Cristo a nuestro lado, todo lo podemos (cf. Jn 16,33; Flp 4,13).
Cuando dejamos que Dios, el mejor “Otro” que entra en la historia humana, comience a ayudarnos en
la propia vida, todo adquiere un matiz diferente. Nace la esperanza, se curan las heridas más profundas
desde la misericordia. El Pan de vida da fuerzas para el camino y permite crecer en la virtud central del
cristianismo: la caridad.
Frente a un mundo autorreferencial y pelagiano, denunciado continuamente por el Papa Francisco, el
auténtico creyente en Cristo busca dejarse ayudar, vive en una continua heterosuperación. Es decir,
pone su confianza en el Maestro, y escucha en su corazón las mismas palabras que animaron a san
Pablo: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” ( 2Co 12,9).