El trabajo humilde de Dios
P. Fernando Pascual
25-1-2014
El mundo ama los aplausos, los reflectores, los ruidos, los niveles de audiencia. El mundo quiere
victorias fáciles y deslumbrantes. El mundo ensalza humos vacíos.
El modo de trabajar de Dios es muy diferente. Escoge formas sencillas, humildes, cercanas, íntimas.
Busca servidores abnegados y alegres, asequibles y cercanos, amantes del silencio fecundo.
Por eso donde hay mucho ruido la acción de Dios no encuentra caminos para llegar a los corazones. Su
gracia llama, discretamente, a la puerta de los corazones, y luego espera.
Sorprende ese modo humilde de la acción divina. Tan humilde que nació en un pueblo de pobres y
vivió entre los pobres. Tan humilde que dialogaba con los sabios sin deslumbrarles. Tan humilde que
aceptó morir entre los malhechores. Tan humilde que sigue presente, en silencio, en miles de sagrarios.
En un mundo de mensajes y de “amigos”, de fotos y de textos, de músicas y de aplausos, el trabajo
humilde de Dios pasa, para muchos, desapercibido. Pero no para quien se deja tocar por su ternura y le
permite entrar en la propia casa para cenar y hablar juntos (cf. Ap 3,20).
Un servicio ofrecido a unos hombres cansados y hambrientos, unas brasas y unos peces junto a la orilla
(cf. Jn 21). Así de sencillo y así de cercano. El mismo servicio que millones de pecadores, en cualquier
momento, podemos recibir al invocar el don de la misericordia en el sacramento de la confesión, y el
don del Pan que da la vida en la Eucaristía.