ALGO MÁS QUE PALABRAS
UNA BUENA ESTRELLA ES UN CORAZÓN ABIERTO
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Tras las huellas de los Magos de Oriente, seguimos buscando la luz. Necesitamos reencontrar el
camino de la eternidad. No podemos ceder al desaliento. Somos ciudadanos en camino. Vivimos en el
camino. Somos hijos del camino. Los anhelos del corazón son tan fuertes que nos trascienden a
horizontes de justicia y paz. Sólo hay que dejarse elevar con las alas del entusiasmo. El alma no puede
arrugarse, debemos rejuvenecer cada año, aspirar a lo más níveo, mantener el espíritu de niño, sostener la
esperanza como compañía y edificar mediante el esfuerzo otro mundo más habitable. Se trata de construir
el futuro que nos pertenece y de cimentar la mística de la donación. Tenemos que darnos mucho más. No
hay héroes en la soledad, las acciones son conjuntas. Sólo con la unión se vencen los ocasos. También,
únicamente desde la unidad, se abren de par en par las puertas interiores del ser humano. Necesitamos
querer y sentirnos queridos, transformarnos por el encuentro, caminar más allá de nuestro propio yo,
detenernos y poder asombrarnos, con ojos nuevos, de tanta belleza sembrada por los senderos del mundo.
Somos parte de la luz en permanente búsqueda. Imagen de esta indagación son los Magos de
Oriente, guiados por la estrella hasta Belén (cf. Mt 2,1-12). Para ellos, la luz de Dios se ha hecho senda en
sus vidas, de manera apasionada y apasionante hacen el camino, se dejan guiar y se habitúan a su
esplendor, y la experiencia interior no puede ser más entusiasta. En consecuencia, pienso que es necesario
retornar a esas raíces luminosas de la fraternidad para comprender el momento presente. No olvidemos
que la luz del rostro de ese Niño Dios nos ilumina a través del rostro del hermano. Cuando se oscurece
esta realidad, todo se manipula y se pervierte, y surgen las luchas, contrarias al espíritu de un corazón
inocente que es por naturaleza verdadero amor. De ahí, la importancia de mirar con los ojos de Jesús, para
que él sea luz en nuestro camino e infundir esperanza por doquier. Desde luego, nunca será tarde para
buscar un mundo más humano, si en el empeño ponemos coraje e ilusión.
Indudablemente, el mundo cambiará cuando los seres humanos cambien interiormente. Hay
muchas cosas que deben quedar en silencio, por ejemplo las armas. Todo tipo de violencia debe finalizar.
Las nuevas generaciones han de propiciar el diálogo como abecedario de vida, previo desterrar de sus
agendas la cultura de la impunidad. Hoy en día violar a una mujer, a un niño y someterlo a las más
horrendas aberraciones, durante los conflictos, sigue siendo en general algo permisible y sin
consecuencias para quien lo comete. En cualquier caso, no se puede dar refugio y apoyo a sembradores
del terror. El fruto del amor es otro tipo de siembra, más conciliadora y reconciliadora, más de asistencia
y de conciencia pacifista, más de alma y de aliento para el camino. Ciertamente, a lo largo de nuestra
propia historia de vida, todos tenemos una estrella que nos ilumina y, cada uno a su manera, vive la
misma experiencia que los Magos de Oriente. A pesar del tiempo transcurrido la luz de Belén sigue tan
viva como ayer, resplandeciente, conmoviendo al ser humano. Esta es la gran reflexión. A la sociedad de
hoy le falta precisamente humildad para sentirse niño en el corazón, y así poder divisar, la estrella de la
concordia y de la clemencia.
Si realmente conociéramos el verdadero fondo de todo, pienso que tendríamos otro pulso más
humano, y sentiríamos ternura por lo más débil. Veríamos, como el corazón del pueblo, también se
estremecería de júbilo, ante un verdadero gozo de convivencia. Aún no hemos aprendido a convivir, a
hacer el camino conviviendo. Hablamos a menudo de ilusiones. Haciendo alusión al término, como dijo
Campoamor: "No rechaces tus sueños. ¿Sin la ilusión el mundo qué sería?". Y, efectivamente, los Magos
de Oriente, saben reconocer el mensaje de le estrella, y saben encontrar así a un niño de corazón grande,
cuya fuerza es la del amor que se confía a nosotros. Naturalmente el camino del corazón no entiende de
poderes, ni de pedestales, pero sí de compasión y de comprensión, pues como dice san Pablo: "con el
corazón se cree... y con los labios se profesa" (Rm. 10,10). Al fin y al cabo, sólo el corazón es capaz de
dar vida a los sueños, de fecundar deseos, de expresar sentimientos y de articular emociones. Tanto es así,
que cuando dejemos de mover los labios, el corazón de cada uno, seguirá con su historia y nos seguirá
hablando, aunque ya no seamos.
Con razón, muchas veces se dice, que cada persona tiene la edad de su corazón. Allá está el
latido de la estrella de Belén, tan viviente como siempre, hablándonos en profundidad de los pobres, de
los humildes, para hallar respuestas a tantos interrogantes interiores que nos sobrecogen. En aquel tiempo,
los Magos de Oriente, partieron sin pensárselo porque tenían un deseo grandioso que los llevó a dejarlo
todo y a ponerse en camino. Era como si hubieran esperado siempre aquella luz. Como si aquel viaje
fuese imprescindible para sus vidas. Nos movemos en el terreno del asombro. El corazón responde hasta
con la entrega de sí mismo, y como un buen músico sabe tocar todas las cuerdas para aproximarse a su
semejante. Seguramente deberíamos ver al mundo con esa mirada interior, avivada por la voz melódica
del universo en el alma de cada uno, para ver lo importante que es la luz para el camino. Sucede como
con la belleza, es algo que a veces se nos pasa desapercibida, o no la advertimos, y, precisamente, es esta
hermosura, de verso en pecho, al ser tan auténtica, el albor que nos permite ver lo que no vemos.
Sin duda, el camino del corazón es un camino de poesía, o si se quiere una experiencia de vida
que indaga en la autenticidad de lo que somos. Es un verdadero peregrinaje que nos insta al encuentro de
la humanidad. Con la misma actitud de los Magos de Oriente, tenemos que persistir en los buenos gestos
que salen del alma, que ante un simple niño en brazos de su madre, se entusiasman y se postran ante él
con una paz inenarrable. Sin duda, es este amor verdadero el que nos hace humanos de verdad. Por eso,
la peor prisión que podemos vivir, es el de un corazón que se cierra y se encierra en sí mismo. Precisamos
corazones abiertos para dar luz a los muchos sentimientos que la razón, en ocasiones, ignora. Por
consiguiente, ¡Feliz fiesta de la Epifanía para todos, sean creyentes o no lo sean! Lo trascendental es que
escuchemos nuestros propios latidos y los compartamos con los demás. Habrá un punto de
enriquecimiento mutuo. ¡Y esto ya sí que es un avance humanizador!
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
29 de diciembre de 2013.-