Aprendí de ella
“¡Cada vocación sacerdotal proviene del corazón de Dios, pero pasa
por el corazón de una madre!” San Pío XI
Por fin ha llegado el momento de presentarles mi nueva “criatura”: Aprendí
de ella, publicado por la Editorial Sekotia, y con prólogo de Mons. José
Ángel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa y Presidente de la Comisión
Episcopal de Seminarios y Universidades de la Conferencia Episcopal
Española.
En su contraportada podemos leer: Tú, madre de sacerdote, predestinada
desde la eternidad para vivir el privilegio de tener un hijo sacerdote y
custodiarlo, consciente de la responsabilidad que lleva consigo el título de
“guardianas del ser humano”, eres la gran protagonista de estas páginas. A
partir de vuestras experiencias y reflexiones, podremos avivar –sí, también
a ti madre que siempre te mantuviste en la sombra–, nuestra gratitud por
sembrar y custodiar en los corazones de vuestros hijos, como María
Santísima, Madre de Jesucristo, Sumo y Eterno sacerdote, la grandeza, la
belleza, la bondad y la verdad de Dios.
Cada una de vosotras cultivasteis de modo exquisito la semilla de la fe en
los tiernos corazones de vuestros hijos y abonasteis la tierra de vuestros
hogares con amor maternal, cariño , cuidados, piedad, ejemplaridad,
alegría, paciencia, entrega, gratitud, servicio, perdón, compañía,
protecci￳n… en definitiva, vuestra humanidad; por eso, habéis sido capaces
de crear el ambiente humano y sobrenatural adecuado para favorecer la
fidelidad de estos jóvenes dispuestos a ser sal de la tierra y luz del mundo
en el ejercicio del ministerio sacerdotal. Es cierto que muchas de vosotras
habéis pasado desapercibidas a lo largo de la historia, pero vuestra piedad,
valentía, compromiso y generosidad se han puesto al servicio de toda la
humanidad y sois un ejemplo para las mujeres del siglo XXI. Madres
ejemplares y heroicas, buenas y piadosas, generosas y dispuestas, que no
solo habéis tenido la valentía de dar la vida con generosidad y alegría, sino
que, sabiéndose colaboradoras de Dios, habéis instruido a vuestros hijos en
la amistad con Jesús y les habéis ayudado a “crecer en edad, sabiduría y
gracia” para ser sal de la tierra y luz del mundo, en el ejercicio del
ministerio sacerdotal.
De hecho, como bien se￱ala un refrán judío, “como Dios no podía estar en
todas partes, hizo a las madres”. ¡Son tantas cosas las que agradecerles!
Espero que disfrutéis de su lectura tanto o más que yo al escribirlo.
Remedios Falaguera