ALGO MÁS QUE PALABRAS
ME NIEGO A QUE LOS NUEVOS TIEMPOS IMPONGAN DESIGUALDADES
============================
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
============================
Es evidente que el mal existe, pero también el bien, como el fuego vive, pero no sin frotar
cuerpos, o el mismo día sin la noche. Todo tiene su punto y su espacio, su expresión y su silencio, su
explosión y también su caída. Por lo pronto, no hay que acomodarse o dejarse vencer por la primacía de
una economía devoradora de la política o por una política corrompida, devastadora del estado social.
Tenemos que saber discernir lo que nos conviene, utilizar bien los sentidos, mirar y saber ver más allá de
las pasiones de otro tiempo, trabajar por gestionar menos burocráticamente una cultura al servicio del ser
humano. Nada hay más importante que la persona. Esta es la premisa que debemos tener clara. Lo
subrayo como principio de actuación. Cuesta entender, por consiguiente, que para una buena parte de los
intelectuales de hoy en día, su principal preocupación sea conseguir dinero, y no reivindiquen la justicia
social o la libertad de creación para la manifestación de sus ideas, ni inventen cosas nuevas para avivar el
entusiasmo por la belleza, que como decía Platón es el esplendor de la verdad.
Naturalmente, los nuevos tiempos, tal y como se vienen concibiendo, imponen desigualdades,
sobre todo aumentando la injusticia de castigar más al que menos tiene. Para ello, se genera una
incertidumbre que descapitaliza al más débil, como si fuera el responsable de todos los males actuales. La
falsedad, que por otra parte es tan antigua como el árbol del paraíso, nos gobierna a jornada completa. No
descansa. Y está en red. Tampoco la verdad mal intencionada, que es la peor falsedad, nos deja libres de
sus zarpazos. Te la puedes encontrar de manera virtual en cada amanecer. Al final uno ya no sabe si
necesita trabajar para vivir, o si necesita maldecirse para engrandecerse. En el mundo de la contradicción
todo es posible, que las nuevas generaciones vivan peor que las pasadas, que el mercado despedace el
imperio de la ley, o que los ciudadanos se conviertan en marionetas de unos gestores sin identidad, pero
que están ahí, moviendo los hilos de la subsistencia a su antojo.
Hoy todo esto parece una película de terror. Porque el mercado es el que instruye, el que
adiestra, el que guía y orienta, el que castiga e increpa, el que corrige y escarmienta, el que domina y
triunfa, el que sugestiona y mangonea. Ante este tipo de tropelías inhumanas, es menester poner orden
con la construcción de nuevas instituciones con vocación planetaria. No se puede jugar de esta manera
con las personas. Lo que debemos es producir más ilusión con el futuro, tener más sintonía con los que
gritan, congelar cualquier exclusión, e indagar hacia otras opciones más solidarias. Sí hay alternativas,
pero primero hay que desenmascarar y oponerse a lenguajes necios, porque la necedad es la madre de
todos los trastornos. Cuidado con la multitud de parlanchines empeñados en demostrar que tienen talento
para seguir a la sombra del poder. Mucha atención también a ver los vicios ajenos y olvidar los propios.
Los desastres de esta falta de conciencia ya los sufrimos, a través de las tormentosas relaciones de unos
para con otros, puesto que a veces tenemos problemas internos muy grandes que, la misma gente que nos
circunda, no entiende.
El mundo de las contrariedades y de las contradicciones vuela sobre cada uno de nosotros, con
influencias diversas, casi siempre crecidas de maldad, de juramentos en falso, que nos conducen a
comportamientos absurdos, a divisiones que debemos sanar cuanto antes. Tenemos que ir al rescate de
cada uno. Los ciudadanos no pueden convertirse en enemigos de sí mismos. Llevamos siglos elaborando
maldades que nos destruyen y nos hunden como especie. Tenemos que decir basta. No es algo
sobrehumano, es cuestión de activar la moralidad como aliento y la verdad como sustento. El bienestar y
la esperanza de los pueblos no podrá llegar de la mano de la esclavitud, de la inseguridad, lo sabemos,
pero hacemos bien poco por cambiar. Es hora de que los agentes de gobernanza, medien, concilien y
reconcilien vidas perdidas, vidas arrebatadas, vidas comercializadas, vidas aplastadas en definitiva.
Son muchos los seres humanos que no han conocido otra vida, más que la del sufrimiento,
aunque vivan en lugares de paz. Sabemos que los desposeídos y los desnutridos han aumentado en los
últimos tiempos, viven con la promesa de una nueva vida, y esperan de nosotros que ejerzamos como
personas, no como bárbaros. Ciertamente, no necesitaríamos levantar tantas vallas, como la que separa
Melilla de Marruecos, si en verdad borrásemos la cultura discriminatoria que nos invade. Todos los seres
merecen vivir, no pueden ser descartados porque son semejantes a nosotros, merecen una oportunidad,
una única oportunidad, pero la merecen, y máxime cuando son víctimas de sistemas injustos y
excluyentes. Para ello, se necesita menos caridad y más justicia social, menos palabras y más compromiso
social, menos limosnas y más inversión para los pobres.
Acaso puedo sentirme bien, permanecer indiferente, decir que soy libre, viendo (o conviviendo)
con personas encadenadas a la pobreza más extrema, al comercio más denigrante. ¿Es qué no las vemos?
¿O es qué no las queremos ver? El enfoque de la mano tendida en la lucha contra la pobreza ha de
distinguirse por avivar las políticas de empleo, para que cualquier ciudadano pueda desarrollar su propia
vida acorde con sus aspiraciones. Estoy convencido que el problema de las tremendas desigualdades será
el nuevo cáncer de la civilización moderna. Algo que renace de un injerto de maldades activadas por
sistemas corruptos, e insensibles con el desempleo o el empleo en precario que no proporciona un nivel
de vida digna. Indudablemente, tenemos que proyectar nuevos caminos donde se impulse el control de los
mercados financieros, donde prevalezca la ética sobre la economía y el bien social sobre la ideología de la
tecnocracia.
A mi juicio, tenemos un capitalismo gestor sin escrúpulos, que viene ejerciendo un poder como
jamás, que ha hecho de la burocracia el mayor negocio, puesto que lo lleva todo a su beneficio,
haciéndolo además como auténtico depredador de existencias. Desde luego, las políticas monetarias y
financieras no pueden seguir dañando a los más débiles. Los responsables políticos, sin duda, tienen que
ocuparse mucho más por ese bien colectivo y la cuestión económica debe subordinarse a ese objetivo con
criterios éticos. Pongamos impuestos solidarios, medidas de transparencia en las instituciones políticas y
financieras, y establezcamos unas actividades financieras supeditadas a la creación de un bienestar global,
que todos merecemos por el hecho de ser personas. Hagamos algo por la humanidad que no sea una mera
dádiva. Vayamos a la raíz del problema, que no es otro, que unos pocos se quedan con lo que es de todos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
8 de diciembre de 2013.-