MANOS DE MADRE
Trato de contemplarte, María, para aprender de vos.
Es muy grato saber que eres, a más de la madre de Jesús, una presencia
cercana.
Ya lo sé pero no puedo evitarlo.
La realidad física no es lo más importante.
Es tan secundaria que no han quedado registros de ella.
Pero no puedo evitar quedarme en ella.
Muchas son las cosas que me llaman la atención en vos.
Despierta mi atención tu cabello oscuro cayendo en cascada abundante
sobre tus hombros
Despiertan mi atención tus ojos chispeantes de vida y gozo.
Ojos que son como la insinuación de una puerta abierta para adentrarse a
tu corazón desbordado de maternidad.
Llama mi atención tu sonrisa constantemente luminosa de blanco y brillo.
Una sonrisa que se extiende por tu rostro colmado del mismísimo color de
la felicidad.
Una sonrisa que de puro blanca contrasta con el color oscuro de tu piel.
Pero tus manos despiertan mi atención y atrapan mi mirada.
Ellas me resultan casi tan irresistibles como admirables.
Podría pasar largo rato contemplándolas y descubriendo más y más detalles
para admirar deslumbrado.
Esas tus manos grandes y frágiles.
Tus dedos prolongados de finezas y nudosos de tareas.
Tus palmas curtidas de actividades y delicadas de ternuras.
Tus manos saben de las múltiples actividades del hogar y de los
prolongados cuidados a tu hijo Jesús.
Saben de hacer un fuego cobijo de calidez y espíritu de familia.
Tus manos no dudan en atizar las leñas para que crezca una llama fuerte y
cálida.
Saben del acercar el agua fresca recogida en la fuente.
Saben de agitarse en cientos de mariposas en un saludo amigo en el
encuentro con las demás mujeres del pueblo.
Saben de moler con paciencia y tesón el trigo y de cocer el pan delicioso en
aromas y crujiente de recién horneado.
Tus manos saben del barrer y del coser.
Son tus manos, en noches en vela, las que hacen retirarse una fiebre desde
reiterados paños húmedos colocados amorosamente sobre la frente
afiebrada.
Son tus manos las que juntan las manos niñas de tu hijo para enseñarles
una plegaria.
Son tus manos la que no se cansan de manejar la rueca para, luego,
construir un tejido.
Tus dedos largos y desbordados de nudos parecen demasiado frágiles para
tanta tarea pero siempre tienen lugar para una actividad más y para una
delicadeza más.
Tus manos transforman unas ramas y unas flores silvestres en un hermoso
adorno embellecedor de tu casa.
Serán tus manos las primeras en ponerse en movimiento cada día y serán
las últimas en retirarse en busca de un descanso al fin de la jornada.
Tus manos no saben de vacaciones o licencias.
Siempre están prestas para realizar tareas que digan de dedicación y
entrega.
Siempre tienen disponibilidad para algo más para los demás.
Parecería que tus manos poseen muy poco espacio para guardarse para
vos.
Cuando se pueden observar las palmas de tus manos solamente se
observan las huellas de mil entregas y de cien tareas.
Son pequeños callos que, lejos de ser asperezas, resultan manifestaciones
de tu no guardarte nada.
Son demasiado anchas para unos dedos tan largos y nudosos pero no son
otra cosa que una elocuente manifestación de tu interioridad.
Todos podemos descubrir tenemos un lugar en tus manos y una delicadeza
desde tus dedos frágiles.
Miro tus manos y me pierdo en la admiración de las mismas.
Miro tus manos y crece mi necesidad de aferrarme a ellas para que me
conduzcan.
Miro tus manos y solamente sé que, porque de madre, me conducirán hasta
Él que es lo mejor.
Padre Martín Ponce de León SDB