18 hijos
P. Adolfo Güémez, L.C.
Sí, ni más ni menos. ¡Dieciocho hijos! Un número al que no estamos acostumbrados.
Esa es la realidad del matrimonio de los españoles Rosa Pich y José María Postigo. Esta
familia extraordinaria consume 1,300 galletas, 240 litros de leche, 100 huevos, 98 rollos de
papel higiénico, 25 kilos de papas en apenas unos días.
No todo en su vida, como es obvio, ha sido coser y cantar. «Dos de nuestros tres primeros
hijos fallecieron, y la mayor tenía una cardiopatía severa. Los médicos nos decían “no
tengáis más hijos”, pues ahí están 15 más», confiesa Rosa.
Con la fuerza del propio testimonio, esta madre invita a quienes están planeando tener un
solo hijo a reflexionar que «lo mejor que le podemos dar a nuestro hijo único, o a nuestra
parejita, no es un juguete, sino que es un hermanito».
Quiero aclarar que no escribo estas líneas para hacer una simple apología de la familia
numerosa. Ni mucho menos para atacar a la pequeña. Yo mismo procedo de una familia de
tan sólo dos hijos, y puedo asegurar que fui plenamente feliz.
Estoy convencido de que no es el número –ni el tener muchos hijos ni el tener pocos–, lo
que hace felices a las familias. Lo único que verdaderamente puede llenar la vida es el
amor. La realización de la familia no la da la cantidad de hijos, sino esa actitud de
desprendimiento por amor que llamamos generosidad.
Una familia que ama, una familia generosa, es:
la que no cierra sus puertas a la vida, sino que se coloca delante de Dios y de su
propia conciencia para preguntarse cuántos hijos puede tener;
la que plantea su forma de vivir no desde el disfrute de las comodidades, sino desde
la renuncia a las mismas comodidades en pos del otro;
aquella en la que cada miembro piensa en el de al lado antes que en sí mismo. Y
esto se aplica tanto a los esposos como a los hermanos;
la que no se cansa de salir al paso de las necesidades de los demás, que siempre
tiene su casa abierta para el que busca consuelo, alegría o sólo pasar un buen rato;
la que tiene como prioridad en su vida el mandamiento del amor por encima del
egoísmo;
por último, aquella en la que cada uno es valorado por lo que es, y no por lo que
hace.
Por eso me emociona encontrarme con ejemplos semejantes al de Rosa y José María, así
como también con el de tantos matrimonios que no pudiendo, en conciencia, tener más que
uno o dos hijos, viven sinceramente abiertos a Dios y a los demás.
El papa Francisco lo dijo muy bien: ««La verdadera alegría que se disfruta en familia no es
algo superficial, no viene de las cosas o de las circunstancias favorables, la verdadera
alegría viene de la armonía profunda entre las personas, que todos experimentan en su
corazón y que nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenerse mutuamente en el
camino de la vida.» (Homilía a las familias, 27 de Octubre de 2013).
Son estos matrimonios los que iluminan al mundo como antorchas vivas, mostrando con
renovado entusiasmo que la familia es un camino de realización humana y espiritual.
Hoy les dedico estas líneas a ustedes, personas valientes y entregadas, que preconizan un
futuro esperanzador. Sigan transmitiendo este evangelio familiar , sigan siendo punto de
referencia para una sociedad que a veces no sabe hacia dónde dirigirse.
No es la familia pequeña, sino la generosa, la que vive mejor.
aguemez@legionaries.org