Mi mejor amigo
P. Adolfo Güémez, L.C.
«Hola niñito Dios. Quisiera vivir contigo. Ya falta 1 mes para el día de tu cumple. Te amo
niñito Dios. Gracias por regalarme esto. Mi mejor hermano.»
Estas frases las leí en una carta que me encontré –con varias faltas de ortografía y ninguna
puntuación– al lado del Sagrario en la capilla de un colegio. ¡Me llamó mucho la atención!
Al releerlo concluí: Este niño sin duda sabe lo que está diciendo.
Y nos recuerda lo fundamental de los días de Adviento que estamos por iniciar.
Es increíble que desde hace varias semanas las tiendas ya están más que listas para vender
todo lo necesario para la Nochebuena. Las calles van llenándose de adornos. En muchas
casas ya tenemos instalado un arbolito y el nacimiento, junto a unos cuantos regalitos, que
hemos comprado para “irle adelantando”.
Sin embargo puede ser que nos estemos olvidando de lo esencial: Adornar nuestra alma y
nuestro corazón, irnos preparando para celebrar ese “cumple” del niño Dios, de tal manera
que esta Navidad sea única e irrepetible.
Por eso he buscado aquí y allá algunas pautas que nos puedan servir para lograrlo.
1. El Adviento es un tiempo que nos recuerda una y otra vez que Dios no se ha ido del
mundo, no está ausente, no nos abandona. Él sigue saliendo a nuestro encuentro de
diferentes maneras que tenemos que aprender a discernir con fe y, sobre todo, con
esperanza. Maneras a veces oscuras para nuestros ojos humanos, pero no por eso menos
poderosas.
¡Cuántas manifestaciones de Dios recibimos a diario! En las personas que nos quieren, en
la creación, en las buenas intenciones que nacen de nuestro corazón, etc.
2. Adviento significa la espera de un don muy grande, la venida de Dios mismo. El Dios
real, el actual. No el que está envuelto en luces, caramelos y regalos. Sino Aquél que me
exige ser mejor, que me saca de mi egoísmo para comenzar a pensar un poquito más en los
demás.
Durante este tiempo de preparación para la Navidad tenemos que hacernos seriamente una
pregunta fundamental para nuestras vidas: Yo, ¿qué espero? ¿Hacia dónde está dirigido mi
corazón, en este momento de mi vida?
Este Dios real a veces nos da miedo. Y por eso lo envolvemos en dulzura. Pero no hay nada
que temer. ¡Él no nos quita nada! ¡Nada de lo que hace hermosa y plena la vida! ¡Por el
contrario, nos lo da todo!
3. Estos días también nos ofrecen la posibilidad de descubrir, con mayor claridad, a Dios en
los rostros de los pobres. Sí, en esos rostros con los que nos topamos cada día y no hemos
tenido suficiente fe para desenmascarar la presencia de Dios.
No se trata del Dios, omnipotente y eterno, rodeado de querubines y sentado sobre un trono.
Sino precisamente del Dios, necesitado y humilde, que nace en un cueva inhóspita y fría.
Lo bastante inmerso en la miseria como para que los hombres tuviéramos que agachar la
cabeza al encontrarlo.
Él sigue vivo en los hambrientos, en los humildes, en los necesitados de bienes materiales y
en los necesitados de bienes espirituales.
4. Finalmente el Adviento nos invita a ser, nosotros mismos, un signo de la presencia de
Dios en este mundo. No necesariamente a través de grandes actos heroicos. Tal vez baste
con una llamada telefónica al que sufre abandono, una visita al que se ha quedado solo o
una sonrisa al que está triste.
Es Emmanuel -Dios con nosotros- quien quiere hacerse presente a los demás a través de ti y
de tu vida.
La cartita de aquél niño misterioso terminaba con el trazo de unas líneas y círculos donde se
adivinaban dos personas tomadas de la mano. Una más grande, la otra más pequeña. Sin
duda nuestro pequeño amigo quería reflejar el sentimiento de compañía y protección que
experimentaba en Jesús.
Es la compañía y protección de Dios lo que tú tienes hoy, y lo puedes dar también a los
demás en el nombre del mismo Dios.
aguemez@legionaries.org