LA IGLESIA Y LOS SACRAMENTOS
EN LA ENSEÑANZA DEL PAPA FRANCISCO
Padre Félix Castro Morales
La Iglesia y los sacramentos
Las palabras de Papa nos ayudan a entender la necesidad de la vida
sacramental para que la Iglesia sea una realidad viva: la celebración de la
Misa, la Comunión eucarística, la práctica de la Confesión para recibir
dignamente la Comunión
Las palabras del Papa Francisco tienen la frescura de un párroco del mundo que
habla a sus feligreses: «Y por esto es importante tomar la comunión; es importante
que los niños sean bautizados pronto; es importante que sean confirmados. ¿Por
qué? Porque ésta es la presencia de Jesucristo en nosotros, que nos ayuda. Es
importante, cuando nos sentimos pecadores, ir al Sacramento de la reconciliación.
“No, Padre, ᄀtengo miedo, porque el sacerdote me bastoneará!”. No, no te
bastoneará, el sacerdote. ¿Tú sabes que encontrarás en el Sacramento de la
reconciliación? A Jesús, Jesús que te perdona. Es Jesús que te está esperando allí, y
esto es un Sacramento. Y esto hace que crezca toda la Iglesia».
¿Podría darse esa realidad que es la Iglesia, sin Sacramentos? La respuesta la
ha dado la misma Iglesia. Sobre la base de la fe y del Bautismo pueden darse (e
históricamente se dan) auténticas comunidades cristianas. Pero, propiamente no
son Iglesias si les faltan los demás Sacramentos, como es el caso de las
comunidades cristianas surgidas partir de la Reforma protestante.
En cambio, las comunidades cristianas que continúan una tradición apostólica
anterior a su ruptura con Roma, conservando todos los Sacramentos (y, en especial
la Eucaristía) son verdaderas Iglesias, como es el caso de los ortodoxos y de las
Iglesias orientales separadas. Les falta, sin embargo, la plena comunión con el
Sucesor de Pedro , con el Papa; son verdaderas Iglesias pero con un déficit
importante de catolicidad.
La plenitud y la integridad de la Iglesia Una querida por Jesucristo se dan en la
Iglesia Católica. El Papa Francisco en su catequesis del pasado 6 de noviembre,
enseñaba: «Los Sacramentos expresan y realizan una eficaz y profunda comunión
entre nosotros, porque en ellos encontramos a Cristo Salvador, y por él, a nuestros
hermanos en la fe. Los Sacramentos no son apariencias, no son ritos; los
Sacramentos son la fuerza de Cristo, está Jesucristo, en los Sacramentos. Cuando
celebramos la Misa, en la Eucaristía está Jesús vivo, Él, vivo, que nos reúne, nos
hace comunidad, nos hace adorar al Padre. Cada uno de nosotros, de hecho,
mediante el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, se incorpora a Cristo y se
une a toda la comunidad de los creyentes. Por lo tanto, si bien, por un lado, es la
Iglesia que “hace” los sacramentos, por otro, son los sacramentos que “hacen” la
Iglesia, la edifican, generando nuevos hijos, agregándolos al pueblo santo de Dios,
consolidando su membresía» .
Así podemos entender la necesidad de la vida sacramental para que la Iglesia
sea una realidad viva: la celebración de la Misa, la Comunión eucarística, la práctica
de la Confesión para recibir dignamente la Comunión.
1. El Bautismo es abrir una puerta a Dios
El Papa Francisco al hablar del Sacramento del bautismo ha explicado que
a través de éste, las personas reciben su identidad cristiana. Francisco en el
ciclo de catequesis sobre el Credo: “Confieso que hay un sólo Bautismo para el
perd￳n de los pecados”, explic￳ que el significado de estas palabras supone la base
de la religión y también de la vida cristiana.
El bautismo es la puerta de la fe y la fuente de la vida cristiana, de nuestra relación
de hijos con Dios y con los hermanos, así como el punto de partida de un camino
de conversión que dura toda la vida. Este sacramento constituye una verdadera
inmersión en la muerte de Cristo para resurgir con él a una nueva vida. Es un baño
de regeneración por el agua y el Espíritu y que nos ilumina con la gracia de Cristo,
para que seamos también luz para los demás.
En el bautismo la misericordia de Dios interviene de modo poderoso para salvarnos
y perdonarnos los pecados, abriéndonos las puertas a una nueva vida. Sin
embargo, no disminuye nuestra responsabilidad y nuestro esfuerzo en luchar cada
día contra los impulsos del mal y la acción de Satanás, que están siempre al
acecho.
Hermanos, ¿somos conscientes de que el bautismo es la fuente de nuestra
relación con Dios? ¿El bautismo es importante para nosotros? ¿Pensamos, a
menudo, sobre este regalo, sabemos el día en que fuimos bautizados? ¿Confío en el
amor de Cristo que habita en lo más hondo de mi corazón?
2. ‘Ir a confesarse no es ir al psiquiatra ni a la tortura’
Confesarse, dijo el Papa, es ir hacia el amor de Jesús con sinceridad de corazón y
con la transparencia de los niños, no rechazando nunca sino acogiendo «la gracia
de la vergüenza» que nos hace percibir el perdón de Dios
Para muchos creyentes adultos, confesarse ante el sacerdote es un esfuerzo
insoportable, que a veces les lleva a esquivar el Sacramento, o una pena tal que
transforma un momento de verdad en un ejercicio de ficción. San Pablo, en la Carta
a los Romanos, comentada por el Papa Francisco, hace exactamente lo contrario:
admite públicamente ante la comunidad en la que «en su carne no habita el bien».
Afirma ser un «esclavo» que no hace el bien que quiere, sino que realiza el mal que
no quiere. Esto sucede en la vida de fe, observa el Papa, por lo que «cuando quiero
hacer el bien, es el mal el que está a mi lado».
«Esta es la lucha de los cristianos. Es nuestra lucha de todos los días. Y nosotros no
siempre tenemos la valentía de hablar como habla Pablo sobre esta lucha. Siempre
buscamos una vía de justificaci￳n: “Pero sí, todos somos pecadores”. Pero, ﾿lo
afirmamos así, no? Esto lo dice dramáticamente: es nuestra lucha. Y si no
reconocemos esto, nunca podremos tener el perdón de Dios. Porque si el ser
pecador es una palabra, una forma de hablar, una manera de decir, entonces no
necesitamos el perdón de Dios. Pero si es una realidad que nos hace esclavos,
necesitamos esta liberación interior del Señor, esa fuerza. Pero lo más importante
aquí es que para encontrar la vía de salida, Pablo confiesa a la comunidad su
pecado, su tendencia de pecado. No la esconde».
La confesión de los pecados hecha con humildad y es eso «lo que la Iglesia nos pide
a nosotros» , recuerda el Papa Francisco, que recuerda también la invitación de
Santiago: «Confesad entre vosotros los pecados» . Pero «no , aclara el Papa, para
hacer publicidad» , sino «para dar gloria a Dios» y reconocer que es «Él el que me
salva» . He aquí la razón, prosigue el Papa, para confesarse uno va al hermano, «al
hermano cura» : Para comportarse como Pablo. Sobre todo, destaca, con la misma
“eficacia” .
ᆱAlgunos dicen: “Ah, yo me confieso con Dios”. Esto es fácil, es como confesarte
por e-mail, ¿no? Dios está allá, lejos, yo le digo las cosas y no hay un cara a cara.
Pablo confiesa su debilidad a los hermanos, cara a cara. Otros dicen: “No, yo me
confieso”, pero se confiesan de tantas cosas etéreas, tan en el aire, que no
concretan nada. Esto es lo mismo que no hacerlo. Confesar nuestros propios
pecados no es ir a un sillón del psiquiatra, ni ir a una sala de tortura: es decir al
Se￱or: “Se￱or, soy un pecador”, pero decirlo a través del hermano, para que esta
afirmación sea eficaz. “Y soy un pecador por esto, por esto y por esto”ᄏ.
Concreción, honestidad y también, añade el Papa Francisco, una sincera capacidad
de avergonzarse de los propios errores, no hay caminos en la sombra alternativos
al camino abierto que lleva al perdón de Dios, a percibir en el profundo del corazón
su perdón y su amor. Aquí el Papa pide que imitemos también a los niños.
«Los pequeños tienen esta sabiduría, cuando un niño viene a confesarse, nunca
dice cosas generales. “Padre he hecho esto, y esto a mi tía, al otro le dije esta
palabra” y dicen la palabra. Son concretos, ﾿eh? Y tienen la sencillez de la verdad. Y
nosotros tendemos siempre a esconder la realidad de nuestras miserias. Pero hay
una cosa muy bella: cuando nosotros confesamos nuestros pecados, como están en
la presencia de Dios, sentimos siempre la gracia de la vergüenza. Avergonzarse
ante Dios es una gracia. Es una gracia: “Me avergüenzo”. Pensemos en Pedro,
cuando después del milagro de Jesús en el lago dijo: “Se￱or aléjate de mí, que soy
un pecador”. Se avergonzaba de su pecado ante la santidad de Jesucristoᄏ.
3. ‘Yo también me confieso cada 15 días’
En la audiencia general del miércoles 20 noviembre 2013, Francisco habló sobre el
Sacramento de la confesión. Dijo que él se confiesa cada quince días. El Papa
también record￳ que “el protagonista” del Sacramento del perd￳n de los pecados es
el Espíritu Santo. Explic￳ que por esta raz￳n, “el servicio que prestan los sacerdotes
es muy delicado” ya que las personas siempre deben ver de que “Dios no se cansa
nunca de perdonar”.
El protagonista del perdón de los pecados es el Espíritu Santo. Jesús Resucitado,
antes de comunicar su Espíritu, mostró los signos de su Pasión, sus llagas, que
representan el precio de nuestra salvación, indicando así que el Espíritu Santo
otorga el perdón de Dios “pasando a través” de las llagas de sus manos y su
costado.
A su vez, la Iglesia es depositaria de esta potestad. No es la dueña, es servidora del
ministerio de la reconciliación a favor de los hombres, acompaña su camino de
conversión y se alegra siempre de ofrecer este don divino. Dios ha querido que
recibamos su perdón mediante los ministros de la Comunidad. El sacerdote, un
hombre que como todos tiene necesidad de misericordia, es a su vez instrumento
de reconciliación para sus hermanos. Si no está en esta condición es mejor que no
administre este sacramento. Ha de tener el corazón en paz para sembrar
esperanza, y humildad para recibir al pecador que se acerca a él como al mismo
Jesús.
4. ‘Nadie está excluido del perdón de Dios
El Papa dijo que Jesús no excluye a nadie que quiera salvarse porque
permite a todos pasar por la puerta de Dios hasta el Cielo : «Alguno de
ustedes quizá podrá decirme: “pero Padre, yo estoy excluido, porque soy un gran
pecador. He hecho cosas feas. He hecho tantas en la vida”. No, no estás excluido.
Precisamente por esto eres el preferido. Porque Jesús prefiere al pecador. Siempre,
para perdonarlo, para amarlo. Jesús te está esperando para abrazarte, para
perdonarte».
El Evangelio nos invita a reflexionar sobre el tema de la salvación. Jesús está
saliendo de Galilea hacia la ciudad de Jerusalén y a lo largo del camino un tal
?relata el evangelista Lucas? se le acerca y le pregunta: “Se￱or, ﾿son pocos los que
se salvan?” (13, 23). Jesús no responde directamente a la pregunta: no es
importante saber cuántos se salvan, sino que más bien es importante saber cuál es
el camino de la salvación.
Y he aquí entonces que a la pregunta Jesús responde diciendo: “Luchen por
entrar por la puerta estrecha, porque, les digo, muchos pretenderán entrar y no
podrán” . (v. 24). ¿Qué quiere decir Jesús? ¿Cuál es la puerta por la que debemos
entrar? ¿Y por qué Jesús habla de una puerta estrecha?
La imagen de la puerta vuelve varias veces en el Evangelio y se remonta a la
de la casa, a la del hogar doméstico, donde encontramos seguridad, amor y calor.
Jesús nos dice que hay una puerta que nos hace entrar en la familia de Dios, en el
calor de la casa de Dios, de la comunión con Él.
Y esa puerta es el mismo Jesús (Cfr. Jn 10, 9). Él es la puerta. Él es el pasaje
para la salvación. Él nos conduce al Padre. Y la puerta que es Jesús jamás está
cerrada, esta puerta jamás está cerrada. Está abierta siempre y a todos sin
distinción, sin exclusiones, sin privilegios.
Porque, saben, Jesús no excluye a nadie. Alguno de ustedes quizá podrá
decirme, pero Padre, yo estoy excluido, porque soy un gran pecador. He hecho
cosas feas. He hecho tantas en la vida . No, no estás excluido. Precisamente por
esto eres el preferido. Porque Jesús prefiere al pecador. Siempre, para perdonarlo,
para amarlo. Jesús te está esperando para abrazarte, para perdonarte. No tengas
miedo. Él te espera. Anímate, ten coraje para entrar por su puerta.
Todos somos invitamos a pasar esta puerta, a atravesar la puerta de la fe, a
entrar en su vida, y a hacerlo entrar en nuestra vida, para que Él la transforme, la
renueve, le de alegría plena y duradera.
En la actualidad pasamos ante tantas puertas que invitan a entrar prometiendo
una felicidad que después, nos damos cuenta de que duran un instante. Que se
agota en sí misma y que no tiene futuro. Pero yo les pregunto: ¿Por cuál puerta
queremos entrar? Y ¿a quién queremos hacer entrar por la puerta de nuestra vida?
Quisiera decir con fuerza: no tengamos miedo de atravesar la puerta de la fe
en Jesús, de dejarlo entrar cada vez más en nuestra vida, de salir de nuestros
egoísmos, de nuestras cerrazones, de nuestras indiferencias hacia los demás.
Porque Jesús ilumina nuestra vida con una luz que no se apaga jamás. No es
un fuego artificial, un flash, no, es una luz tranquila, que dura siempre. Y que nos
da paz. Así es la luz que encontramos si entramos por la puerta de Jesús.
Ciertamente la de Jesús es una puerta estrecha, no porque es una sala de
tortura, no por eso. Sino porque nos pide abrir nuestro corazón a Él, reconocernos
pecadores, necesitados de su salvación, de su perdón, de su amor, de tener la
humildad de acoger su misericordia y hacernos renovar por Él.
Jesús en el Evangelio nos dice que el ser cristianos no es tener una “etiqueta” .
Y yo les pregunto a ustedes: ¿Ustedes son cristianos de etiqueta o de verdad? Eh…
esa se responde dentro. No cristianos, jamás cristianos de etiqueta, cristianos de
verdad, de corazón. Ser cristianos es vivir y testimoniar la fe en la oración, en las
obras de caridad, en promover la justicia, en realizar el bien.
5. El Domingo, día de la Iglesia y de la Eucaristía
El domingo no es sólo día del Señor, es también el día de la asamblea, símbolo de
la iglesia que se hace visible en toda legítima reunión de los cristianos presidida por
sus pastores, sobre todo en la celebración eucarística (LG 26; SC 41). Esta es una
enseñanza fundamental recordada por el Vaticano II al hablar de la iglesia local y
particular. El domingo es, por tanto, día de la Iglesia, día de la Palabra y día de la
eucaristía, tres realidades que se enlazan y se condicionan mutuamente.
Entramos así en una dimensión importantísima del domingo, guiados por la
eclesiología litúrgica y que la “Dies Domini” nos subraya con estas palabras: “Para
que esta presencia sea anunciada y vivida de manera adecuada, no basta que los
discípulos de Cristo oren individualmente y recuerden en su interior…la muerte y
resurrección de Cristo…los que han recibido la gracia del Bautismo no han sido
salvados sólo a título personal, sino como miembros del cuerpo místico, que han
pasado a formar parte del pueblo de Dios. Por eso es importante que se reúnan
para expresar así la identidad misma de la Iglesia, asamblea convocada por el
Se￱or resucitado”
Ahora bien, la reunión como epifanía de la vida eclesial, tiene en la Eucaristía no
sólo una fuerza expresiva especial, sino también su fuente, porque la Eucaristía
modela y nutre a la Iglesia.
Esta dimensión intrínsecamente eclesial de la Misa se realiza, sin duda, cada vez
que se celebra. Pero se expresa de manera particular el día en que toda la
comunidad es convocada para conmemorar la resurrección del Señor. La Eucaristía
dominical, con la obligación de la presencia comunitaria y la especial solemnidad
que la caracteriza, precisamente porque se celebra “el día en que Cristo ha vencido
a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal” subraya con énfasis
nuevo la propia dimensión eclesial, quedando como paradigma para las otras
celebraciones eucarísticas.
Por todo ello “debe destacarse a nivel pastoral de forma particular la dimensi￳n
comunitaria de la Eucaristía dominical”, hasta el punto que Juan Pablo II,
dirigiéndose al tercer grupo de obispos de los EEUU de América en marzo del 1998,
afirma que “entre las diversas actividades que desarrolla una parroquia ninguna es
tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del
Se￱or y su Eucaristía”. Tema, por otra parte, que ya había recordado la
Sacrosanctum Concilium 42 urgiendo la necesidad de “trabajar para que florezca el
sentido de comunidad parroquial, sobre todo en la celebración común de la misa
dominical”. Y que, por otra parte, no es nada nuevo. Ya la Didascalía de los
Apóstoles 13 se dirige a los obispos para advertirles:
“Cuando ense￱en, ordenen y persuadan al pueblo a ser fiel en reunirse en
asamblea; que no falte, sino que sea fiel a la reunión de todos, a fin de que nadie
sea causa de merma para la Iglesia al no asistir, ni el cuerpo de Cristo sea
menguado en uno de sus miembros. Que nadie piense sólo en los demás, sino
también en sí mismo, cuando escuche lo que ha dicho nuestro Se￱or: “El que no
recoge conmigo, desparrama”. Y puesto que ustedes son los miembros de Cristo,
no se engañen, pues, a ustedes mismos y no priven a nuestro Señor de sus
miembros, ni desgarren, ni dispersen su cuerpo. No antepongan los asuntos de
ustedes a la Palabra de Dios, sino abandonen todo en el día del Señor y corran con
diligencia a su asamblea, pues aquí está su alabanza. Si no, ¿qué excusa tendrán
ante Dios los que no se reúnen en el día del Señor para escuchar la Palabra de Vida
y nutrirse del alimento divino que permanece eternamente? “
El Papa Juan Pablo II decía que “en dicha asamblea, las familias cristianas viven
una de las manifestaciones más cualificadas de su identidad y de su ministerio de
“Iglesias domésticas”, cuando los padres participan con sus hijos en la única mesa
de la Palabra y del Pan de vida. A este respecto, el Papa recuerda la obligación que
incumbe, en primer lugar a los padres, de educar a sus hijos en la participación de
la Misa dominical, ayudados por los catequistas que han de preocuparse en incluir
en el proceso de formación la iniciación a la Misa a lo que contribuirá, sin duda, la
introducción, cuando lo aconsejen las circunstancias, de la celebración de Misas con
niños según el directorio aprobado por la congregación del culto divino en 1 de
noviembre de 1973.