La campana del monasterio
P. Fernando Pascual
23-11-2013
El pobre novicio no conseguía adaptarse al ritmo de la campana. Un toque para rezar en la celda, tres
toques para ir al coro, dos toques para pasear, un toque largo para trabajos en el huerto...
Sentía su corazón como encarcelado: ¿no era mejor un horario más flexible, donde cada uno cumpliese
sus deberes según le inspirase la propia libertad interior?
El padre abad se dio cuenta del sufrimiento de aquel joven generoso. Sabía que no era nada fácil
adaptarse a la vida reglamentada del monasterio, sobre todo cuando algunos estaban acostumbrados a
vivir sin horarios.
Un buen día el novicio buscó al padre abad y le expuso sus inquietudes. Necesitaba algo de luz para
entender por qué una vida tan llena de cambios, simplemente porque la campana lo pedía. El padre
abad le escuchó con calma y luego ofreció algunas ideas con la esperanza de ayudar al joven en medio
de sus dificultades.
“Entiendo un poco lo que piensas, y no creas que se trata de un problema sólo de los jóvenes. Aquí
mismo, entre los padres de más años, hay algunos a los que todavía les cuesta dejar una actividad para
pasar a otra simplemente porque el horario lo pide.
Pero hay tres ideas que pienso te pueden ayudar. La primera es que vinimos a la vida religiosa para
darnos completamente a Dios. Sin límites, ni de espacio, ni de tiempo, ni de gustos, ni de opiniones.
Dejamos que nuestro corazón escuchase la llamada de Dios y empezamos a vivir esta aventura que se
llama vocación.
Eso se concreta precisamente en nuestras Reglas, una de las cuales nos pide vivir alegremente cada
actividad marcada por el horario. El sonido de la campana, en cierto sentido, nos lleva a darlo todo con
mayor entusiasmo. ¿No se ve todo de otra manera si recordamos que vinimos aquí no para seguir
nuestros gustos, sino para estar más cerca del Señor precisamente haciendo lo que nos pide en cada
momento?
Aquí arranca la segunda idea: ¿por qué dejar de rezar para ir al trabajo, o dejar un surco a la mitad
porque la campana llama a la oración? Porque así acostumbro a mi corazón a no apegarme a nada y a
estar plenamente disponible para amar a Dios donde Él me desee.
Recuerdo una frase muy hermosa de santa Maravillas de Jesús, esa carmelita del siglo XX que hizo
varias fundaciones de conventos en el espíritu de santa Teresa de Jesús. Ella resumía la vida de
santidad con esta fórmula: «Lo que Dios quiera, como Dios quiera, cuando Dios quiera».
Al sonar la campana, sé qué me está pidiendo Dios, y hago un acto sencillo de acogida y de
disponibilidad para cambiar mi corazón y adaptarlo a una nueva actividad. ¿No es maravilloso vivir así
durante el día? Es lo contrario de quien está apegado a lo que hace y escucha la campana como si fuera
una amenaza, un obstáculo que le impide seguir haciendo algo que le gusta.
La tercera idea es consecuencia de las dos anteriores: estamos en un monasterio, somos una
comunidad. Y en una comunidad resulta hermoso caminar juntos hacia Dios, en las pequeñas
actividades que nos unen gracias al sonido de una campana.
Te dejo estas ideas por si te ayudan. Lo importante es que no actúes por miedo, o por escrúpulos, o
para no desentonar, sino por amor. Si el amor te guía, descubrirás en la voz de la campana una pequeña
señal en la que un Padre bueno te susurra: ahora te quiero en otra parte, ¿me acompañas?
Además...”
Sonó la campana. Tres toques. Era la llamada para las vísperas. El joven sonrió y miró al padre abad.
No hizo falta añadir nada más. Se entendieron perfectamente. Las palabras humanas dejaban ahora
espacio a la escucha y al diálogo con Dios.
En silencio, y con una inmensa paz interior, los dos obedecieron a la campana. Caminaron juntos hacia
la capilla. En la paz de aquel monasterio, el canto de un búho daba un toque íntimo al ambiente de
oración, mientras las primeras estrellas recordaban que hay un Padre más allá de los cielos y en lo más
íntimo de nuestras almas.