ALGO MÁS QUE PALABRAS
MÁS LUCIDEZ PARA TRANSFORMAR EL MUNDO
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Me desespera este mundo que alumbra injusticias en lugar de irradiar justicia, que injerta
sufrimiento a inocentes en vez de tender la mano y consolar, que activa el cinismo del poder en nombre
de una moral seductora que nos despoja de libertad. Al final sucede que no sabemos ni quiénes somos, ni
hacia dónde vamos, ni cómo podemos relacionarnos unos con otros. Es evidente que tenemos que abrir
nuevas vías de comunicación en un mundo global. Pensar de otra manera. Vivir de otra manera. Ser de
otra manera, en definitiva. En efecto, necesitamos profundizar sobre las realidades contemporáneas y ver
el modo de establecer verdaderos diálogos ante la dinámica de nuevos horizontes, y también de nuevas
miserias que están ahí, esperando respuestas convincentes. Lo decía el inolvidable Ramón y Cajal,
razonar y convencer, ¡qué difícil, largo y trabajoso! En cambio, sugestionar, ¡qué fácil, rápido y barato!.
Por eso, es muy importante despojarse de esos lenguajes falsos, que lo único que causan son
desorientaciones, y que no merecen formar parte del tesoro lingüístico de un ser humano cabal.
Pienso, por consiguiente, que tenemos que retomar el ejercicio del pensamiento crítico, tan unido
a la libertad de expresión, para hacer valer la ideas y defender con valentía la verdad, para poder aplicarla
al contexto que nos rodea. Por desgracia, todo parece falsificarse, prostituirse a las ideologías dominantes,
subyugarse al capricho de los mercados, desnaturalizarse y desvirtuarse de los principios humanos. Aún
no somos conscientes de que la humanidad se engrandece sobre el fundamento de la justicia. Que la
libertad de pensamiento es algo innegociable. Son demasiadas las cadenas actuales que nos circundan,
poniendo en entredicho la carta de ciudadanía de derechos y deberes, son excesivos los adoctrinamientos
que nos denigran y degradan, son monstruosas las cifras de esclavos (hasta los hay que lo son de sí
mismo), son colosales también las dominaciones absurdas. Las contradicciones de algunos poderes ponen
de manifiesto la necesidad de que intervenga la ciudadanía. No se puede admitir el fomento de un interés
de parte que suplanta al bien común, destruyendo al que se opone a sus consignas, arruinando a los más
débiles, haciendo prevalecer el principio del sometimiento sobre el del raciocinio.
Ante estas bochornosas situaciones, urge una evolución del mundo. No podemos seguir
alimentando nacientes odios que exalten la violencia en cada esquina. Masas enormes de seres humanos
son obligados a huir de sus tierras. Otros son forzados a tomar las armas. Una carrera desenfrenada de
absurdos desprecia a las personas, no las considera como tales. Vivimos en un orbe de adversidades y
adversarios. Realmente no entiendo esta fiera rivalidad, tan enfermiza como destructora. Deberíamos
considerar todas estas irracionales vivencias convenidas o que nos asaltan. La irracionalidad nos vuelve
al estado de la idiotez. Cuando todo debe girar alrededor del ser humano, resulta que no es así, y nos
quedamos tan a gusto. Desde luego, no es la salida cruzarse de brazos. Hemos de implantar estilos de vida
que nos lleven a un crecimiento común. Lo indispensable para vivir ha de convertirse en asunto prioritario
de humanidad.
Indudablemente, esa transformación pasa por desarrollar un ambiente humano, respetuoso con la
diversidad cultural, que debe ser consciente de sus deberes y de su cometido, por salvaguardar las
condiciones mínimas de vida. Hay que poner punto final a tanto desastre. Ahí está la catástrofe de tantas
destrucciones de existencias humanas que se podían haber salvado. Por ser algo reciente, la catástrofe de
Filipinas es la muestra de los efectos del calentamiento global. Tanto uno como otro, el suicidio entre
seres humanos o el suicidio ecológico, es fruto de modelos inhumanos que no pueden seguir adiestrando.
Sin duda, no hay más tiempo que perder, aunque parezca extraño, hacen falta ideas revolucionarias y
acciones revolucionarias, que propicien ese cambio hacia sociedades más armónicas y solidarias, más
justas y pensantes. Todo es resultado de un esfuerzo que va más allá de la mera producción, o del mero
consumo para vivir, porque entonces se pierde la necesaria relación con el semejante que, al fin, termina
por venderse.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
20 de noviembre de 2013