Perdedores que hacen la historia
P. Fernando Pascual
9-11-2013
Cuando en un grupo humano surgen tendencias e ideas contrapuestas sobre temas importantes, es casi
inevitable que se desencadene la lucha. Si se trata de ocupar puestos de poder, de dirigir la marcha del
grupo, unos ganan y otros pierden. Luego, llega el momento de escribir la historia, en la que
normalmente los ganadores aparecen como quienes tienen la razón mientras los perdedores quedan
arrinconados y a veces criticados por sus posiciones “equivocadas”.
Así ocurre en tantas situaciones de conflicto. Unos suben, otros bajan. Unos brillan, otros callan. Sin
embargo, hay ocasiones en las que otra historia avanza, como un río subterráneo, entre los corazones
de la gente sencilla y hambrienta de justicia, mientras los vencedores que apoyaron injusticias
languidecen, poco a poco, a pesar de los aplausos de aduladores sin escrúpulos.
Sí: hay ocasiones en las que quien pierde triunfa. Sin reconocimientos, sin reflectores, entre la sencillez
de una coherencia serena y con principios sanos, con la mirada puesta en la verdad, la justicia, la
belleza y el bien verdaderos.
Por eso quien ha sido injustamente marginado en la vida de un grupo o de un pueblo, quien sucumbe a
juegos de poder más o menos complicados y a veces sucios, logra esa victoria sencilla y decisiva de la
honradez y la limpieza, que es la que realmente promueve un mundo hermoso y enciende esperanza
entre tantos hombres y mujeres de buena voluntad.
Hay perdedores que hacen historia. Tras las huellas de un “gran derrotado” en una cruz, Jesús el
Nazareno, miles y miles de personas, muchas de ellas desconocidas para la mirada del historiador
atento, han sabido escoger en el pasado y escogen en el presente ese camino hermoso y bello de la
renuncia a victorias engañosas y de la entrega a ideales nobles y exigentes.
Su fidelidad a Dios y a la conciencia bien formada les convierte en transformadores de la masa, en
fuego encendido en la hoguera de Cristo, en campeones de vidas que brillan, no ante un mundo amigo
de halagos fáciles, sino ante corazones sedientos de testigos de los bienes del espíritu.