Una mirada hacia el cielo
P. Fernando Pascual
16-11-2013
La vida está bañada de sorpresas. Buenas, que nos regalan momentos de alegría. Malas, que nos
entristecen y confunden.
La vida es un flujo incontrolado. Muchas veces tomamos precauciones, pensamos atentamente antes de
tomar una nueva decisión para evitar cualquier imprevisto. Por donde menos lo esperamos, salta una
sorpresa que cambia todo el panorama.
Por eso, ante las incertidumbres de la vida, ante el misterio de lo que pasará en los próximos minutos o
en los próximos meses, necesitamos encontrar un punto de apoyo firme, confortante, donde el corazón
pueda lanzar un ancla aseguradora.
Ese punto no puede estar en un mundo como el nuestro, con sus accidentes y sus crisis, con sus
fidelidades frágiles y sus traiciones engañosas, con sus sorpresas e imprevistos.
En esta tierra, lo sabemos, no tenemos ninguna ciudad permanente. Por eso dirigimos la mirada hacia
la ciudad futura (cf. Hb 13,14), hacia un mundo en el que no hay polilla ni ladrones (cf. Mt 6,20), hacia
la Patria donde reina el amor de un Padre bueno.
El ancla de nuestras vidas encuentra su punto firme y seguro más allá del velo, en aquel refugio del
cielo donde nos ha precedido nuestro Salvador Jesucristo (cf. Hb 6,17-20).
Allí el tesoro de la vida está asegurado, porque nadie nos puede apartar del amor de Cristo (cf. Rm
8,35). La esperanza es completa cuando confiamos en Dios y ponemos en sus manos las inquietudes y
las alegrías del día a día de nuestro caminar humano.