34. LA SEGUNDA VENIDA
«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habrá señales en el sol y la
luna y las estrellas, las naciones estarán angustiadas en la tierra y
enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje; y los hombres muertos de
terror, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo,
temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran
poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se
acerca vuestra liberación.
Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la
preocupación del dinero y se os eche encima de repente aquel día; porque
caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Velad, pues, en
todo tiempo, orando, para escapar de todo lo que está por venir y comparecer
ante el Hijo del Hombre» (Lc 21,25-28.34-36);
Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y
brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis
vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que
no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra
pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles
del cielo ni el Hijo, sólo el Padre (Mc 13,24-32).
El Evangelio según San Lucas hoy se sitúa en el recinto del templo. A la
observación hecha por algunos sobre la belleza de este templo, Jesús ilustra sobre
el futuro de destrucción que lo amenaza. Pero, esto no debe confundirse con la
implantación definitiva y feliz del Reino de Dios, la cual estará precedida por un
tiempo de protagonismo religioso no judío.
El texto describe un gigantesco cataclismo cósmico, el consiguiente pavor de
la humanidad y, tomándola del libro apocalíptico de Daniel, describe la grandiosa
llegada del Hijo del Hombre, que pondrá fin a las dificultades y sufrimientos de los
cristianos comprometidos. "Se acerca vuestra liberación". Y los interpela: Vosotros
velad, cuidaos, estad siempre despiertos. Eso que está por venir no es un
cataclismo cósmico, sino un futuro de dificultad y sufrimiento que le sobrevendrá al
cristiano comprometido. Las dos llamadas de atención invitan, a estos cristianos, a
vivir con esperanza el reino de Dios, que llega y a no desfallecer ante las
adversidades. El profeta Jeremías anuncia : «O ráculo del Señor: Mirad que llegan
días, en que cumpliré la promesa, que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá…
». La profecía es el género literario más peculiar de la Biblia. El profeta es un
vocacionado, un elegido del Señor. Habla en nombre del Señor, proclama la palabra
de Dios, es intérprete entre Dios y los hombres, es la voz de Dios y la voz de los
que no tienen voz. Ejerce la denuncia profética contra la injusticia social, es la
conciencia crítica de la sociedad, denuncia el presente y anuncia el futuro.
Esta perícopa de Lucas recoge imágenes tomadas de la literatura profética y
apocalíptica, con un lenguaje gráfico y metafórico, cuya verdad reside, por tanto,
no en la letra, sino en lo que trasluce y sugiere. Anuncia la magia de un futuro
mejor, evocación y sugerencia, no el fin del mundo. Sobre el origen y el final del
mundo la Biblia no hace ninguna descripción científica, sino que manifiesta lo que
importa a la salvación del hombre, aquí lo importante de las imágenes es que la
historia que el hombre construye no es buena, pero, no por ello, está abocada a la
ruina. Y ello, sólo por el cuido providente de Dios. Es la forma de expresar que
caminamos hacia un mundo nuevo, que hay que cambiar, establecer la paz y la
justicia y hacer saltar en añicos el mundo viejo. Este mundo, que hace el hombre,
no es bueno; por eso, no podemos dormir hasta que no venga el Hijo del Hombre,
o sea, hasta que no se construya un mundo nuevo, hasta que todos los hijos de los
hombres no se traten como hermanos.
La Biblia no es un libro pesimista en cuanto al futuro del hombre ni un libro
de ciencia, pero toda ella trata del hombre, de sus esperanzas y desesperanzas. La
salvación no pende del hombre, con sus fracasos, siempre manifiestos y presentes,
sino de Dios, a través del Hijo del Hombre. El título mismo es evocador del alcance
universal que Lucas le confiere al futuro. Toda la humanidad está llamada a la plena
manifestación de su anhelo, la gran liberación. Anclado en lo humano y en lo divino
el Hijo del Hombre hace posible el ansia de liberación de la humanidad.
Jesús se dirige a los discípulos, término que en Lucas es inequívocamente
sinónimo de creyente o cristiano comprometido en la causa del Reino de Dios.
Como Jesús, también el creyente experimenta la incomprensión y la amenaza
dentro y fuera. En una situación así, es muy humano intentar desentenderse de
todo, inhibirse, llámense diversión, bebida o afán de dinero. El texto invita al
cristiano a mirar en perspectiva de utopía; trata de animarlo y confirmar su
esperanza, depositada en el Hijo del Hombre. ¡Manteneos en pie ante el Hijo del
Hombre!, nos grita hoy Lucas. Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra gran
liberación¡ Luchad por ella. ¡Qué gran necesidad de este grito tenemos en nuestros
días! La presencia majestuosa del Hijo del Hombre, cuando toda esperanza humana
parece haber desaparecido, devuelve lo que parecía imposible: la ilusión, la certeza
de nuestros mejores sueños, los sueños utópicos. Alzad la mirada. Estad atentos.
No os encerréis y empobrezcáis en los reductos de una vida sin amplitudes. Es todo
un programa de vida, que bien puede caracterizar al cristiano.
En el texto de San Marcos 13,24-32, el significado más obvio de
"escatología" es el de un discurso sobre las realidades últimas y definitivas; se trata
de realidades que están más allá de la historia, pero que se van preparando dentro
de la historia; la escatología bíblica, pues, es un discurso sobre la historia, un modo
de leerla y de asumirla.
La mirada del creyente, animado por la fe evangélica, lejos de encerrarse en
el futuro divisa simultáneamente el presente y el porvenir. En la sorprendente
perspectiva bíblica, el futuro, la revelación, ofreciendo un criterio de opción y de
valorización, hace importante el "presente", la atención se dirige al presente; el
futuro ofrece un criterio de orientación en el presente, pero es en el tiempo
presente donde se juega el futuro. Esta es la posición frente a Jesús: él es el Hijo
del Hombre que habrá de volver, pero lo decisivo es la actitud que hoy asumimos
frente a su anuncio.
El punto más original del mensaje bíblico y del profético en particular es el
concepto de que la historia va caminando hacia un último término bajo la dirección
de Dios; la concepción griega, por el contrario, es sustancialmente cíclica; la
convicción de que Dios conduce la historia hacia una salvación indestructible está
ya presente en los orígenes de la fe hebrea, ahí, arraigan los gérmenes de su
desarrollo sucesivo, incluida la exigencia de que esta salvación se halla más allá de
la historia, en la comunión con Dios. Así, la esperanza que acompañó a Israel y más
tarde a la comunidad cristiana es el encuentro entre la promesa de Dios y la
situación actual, siempre llena de desilusiones, que continuamente parece
desmentir la promesa y retrasarla.
Lo dicho corresponde en esencia a la visión escatológica de los profetas, una
visión grandiosa y sobria al mismo tiempo, sin intento alguno de penetrar en los
secretos de Dios y sin ceder a la curiosidad del "cuándo" y del "cómo"; pero esta
"sobriedad" parece que cambió en el último período postexílico, cuando se
desarrolló en el judaísmo una vasta literatura llamada "apocalíptica"; son tiempos
difíciles, de persecución, y parece inútil la fidelidad de los buenos; se necesita un
consuelo, que se encuentra en la confianza inquebrantable de que al final de los
tiempos se realizará el juicio de Dios y cambiará la situación gracias a una
intervención de Dios. El lenguaje de esta literatura es típico: describe los últimos
tiempos, inmersos en guerras y divisiones, terremotos y carestía, catástrofes
cósmicas (el sol y la luna se oscurecerán y las estrellas caerán), todo ello bajo el
signo de una tremenda imprevisión por parte de los hombres, lo mismo que se
presentan de pronto los dolores de parto en la mujer; y así, este lenguaje se ve
ampliamente presente en el discurso de San Marcos, que no es más que el medio
expresivo que utiliza para comunicárnoslo, y, por supuesto, no se pueden entender
de ninguna forma estas expresiones al pie de la letra.
Se debe aclarar todavía un punto: la vuelta del Hijo del hombre en poder y
majestad no significa, de ningún modo, que Dios, al final, abandona el camino del
amor para sustituirlo por el de la fuerza; si así fuera, la cruz dejaría de ser el centro
del plan de la salvación y el mismo comportamiento de Dios acabaría dándoles la
razón a todos los que afirman que el amor es inútil, incapaz de conseguir su
finalidad; ¡sólo la fuerza es eficaz! Pero se equivocan; la vuelta del Hijo del Hombre
será el triunfo del Crucificado (Mc 14,61-62), la demostración de que el amor es
poderoso, victorioso.
En el texto de hoy, Jesús responde a los Apóstoles sobre cuándo sucederá
esa "gran tribulación". Jesús invitándoles más bien a tomar conciencia del difícil
futuro que como discípulos les espera, señala, y ésta es la peculiar aportación del
texto, que esta situación de dificultad, que no va a durar indefinidamente, dará
lugar a la reunión de los elegidos dispersos por el mundo, con la que terminan las
penalidades de los elegidos, este es el punto culminante y razón de ser de los
fenómenos cósmicos y de la llegada del Hijo del hombre.
En una obra literaria, el espacio y el tiempo son creados por el autor; este
texto hay que verlo a la luz de la muerte-resurrección de Jesús, que representan
para Marcos el final de un mundo y el comienzo de otro nuevo y bueno. En la
literatura judía anterior y contemporánea de Marcos, la esperanza en un futuro
mejor había adquirido relevancia especial revestida de tintes apocalípticos, es decir,
de imágenes sombrías y grandes cataclismos de la naturaleza cargadas de sentido
metafórico, es decir, que la verdad no está en lo que afirman, sino en lo que
traslucen: la esperanza en un futuro mejor. Así, San Marcos usa este lenguaje
metafórico, no para anunciar la crónica de un futuro, sino para formular una
esperanza de novedad y de bondad, esperanza que se realiza en la resurrección de
Jesús, que pone fin a la dificultad y a la tribulación, representadas por la muerte de
Jesús. Con este esquema, modelo o paradigma es con el que Marcos habla del fin
del mundo y de la llegada gloriosa del Hijo del Hombre, a fin de que los discípulos
tengan la certeza de que la penalidad que tendrán que padecer será pasajera. La
resurrección de Jesús es la garantía del final de sus penalidades y de su dispersión.
Camilo Valverde Mudarra