ALGO MÁS QUE PALABRAS
MISIVA AL MEJOR AMOR, EL DE LOS NIÑOS
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Queridos niños del planetario globo: Permitidme esta pública misiva, a los que sois los más
importantes del orbe y la mejor esperanza de futuro, lo hago en este mes de noviembre, coincidiendo con
vuestro Día Universal (20 de noviembre), porque espero que la humanidad, toda ella, reflexione y active
un espacio más acorde para la infancia. Como vosotros, yo también lloro ante tantas injusticias vertidas,
ante una grandeza que no se inclina ante vos, ante un ambiente que no os permite reír, ante este tormento
que los adultos nos hemos inventado unos contra otros. Sabemos que, en cada suspiro de vuestra alma, se
nos entrega un abecedario de interrogantes. Tenemos que dar respuestas a vuestros sufrimientos con
urgencia. Necesitáis hogares donde espigue el amor, plazas por donde poder jugar a los sueños de la vida,
caminos por donde fluya la paz y los gozos, atmósferas que entiendan vuestra inocencia en flor y no la
comercialicen, espacios de concordia atractivos para vuestro crecimiento. Mañana será tarde. El tiempo
no corre, vuela, se nos escapa de las manos, y en menos que lanzamos un aliento, al niño no le hemos
dejado ser niño. Ciertamente, la infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir. No las
trunquemos, que el cariño es para el chaval como el sol para las flores.
Se dice que este mundo está más cerca que nunca de acabar con la mortalidad infantil, puede que
así sea, pero resulta que veo que cada día se mueren más niños por causas que se podrían evitar. Sin duda,
ante estas espantosas realidades, deberíamos acudir en socorro de la infancia y de la niñez desatendida.
Sólo hay que mirar y ver sus penurias. Sois numerosos los que nos miráis con cara triste, muy triste, y esa
tristeza vuestra se me clava en las pupilas del alma, es tan fuerte vuestro dolor que percibo muy poca
esperanza y cuantioso desconsuelo. Muchos de vosotros estáis condenados de por vida a este infierno
adultero e irrespirable por su violencia, a malvivir y a morir de miedo cada noche, a ser escudos de la
guerra y presa fácil para las atracciones del vicio. Esta mundializada sociedad habla mucho de los
derechos de todos los niños, de todos los seres humanos menores de dieciocho años, pero la fuerza se nos
va por la boca. La realidad es bien contraria a lo que se dice. En primer lugar, este planeta se ha vuelto
insensible al tener poca consideración con las personas más indefensas. No pasamos de los buenos
propósitos. Y esto sólo no sirve. Los niños apenas contáis en este mundo de conflictos, de odios
insalvables y de venganzas. Apenas se os escucha, -ya lo notáis- , en asuntos que os afectan en primera
persona, según edad y madurez.
Todo es callar, todo se reduce a no poder expresarse, a sufrir las atrocidades de los adultos.
Comprendéis que un progenitor no es el que da la vida, eso sería demasiado cómodo, una madre y un
padre es el que injerta un incondicional amor, a pesar de vuestras debilidades, que las tenéis como
nosotros. Por desgracia, sois una riada los niños desamparados, de los que el mercado quiere adueñarse.
Ahí está el tema de los niños robados. En otras ocasiones, cuando la familia se disgrega, el dolor se
acrecienta. Parece que estáis siempre en medio de todo, y no lo estáis, sois víctimas de esta
deshumanizada sociedad que nos devora, y que desgarra a los más indefensos. También formáis parte de
las peores formas de trabajo infantil, de las más horrendas maneras de discriminación. Las estadísticas
son bien claras. Siguen aumentando el número de niños que viven en la calle, que se quedan huérfanos de
raíces, que no encuentra calor de hogar entre los suyos, ni protección social alguna.
Vosotros sois los más perjudicados por esta crisis de valores que nos inunda. Se os comercializa
como si fuerais una mercancía sin corazón, sufrís las mayores explotaciones, y esta mundialización que
debería ser totalmente incluyente y equitativa, todo lo contrario, se muestra fría a los gritos de sus
inocentes. Considero, como vosotros, que hemos perdido energía en la atención y apoyo a tantos niños
marginados, a los que hemos etiquetado como tales, y a los que no les permitimos levantar cabeza. Se han
perdido tantas buenas intenciones con respecto al bienestar de los niños, que habría que tomar nuevas
acciones en equipo para que resultaran eficaces, sabiendo que lo que se os dé, en un día no muy lejano,
nos lo devolveréis a la sociedad con creces.
Evidentemente, la mejor manera para hacer buenos a los niños es hacerlos felices. Lo sabéis
también vosotros que así es. Las familias, los tutores legales y las demás personas encargadas del cuidado
de los chavales, deberían preguntarse si son felices, y si no lo son, deberían intentar al menos que lo
fueran. El desarrollo de una vida sana va más allá de los servicios sociales básicos (tan importante como
el pan son las caricias), lo mismo sucede con el acceso a una educación que va más allá de unos
contenidos (tan importante como la instrucción son los referentes), o el acceso a una sanidad que también
va más allá de unos simples cuidados (tan importante para la curación es el diagnóstico como el cariño
que se ofrece). Por tanto, esa felicidad interior no va a depender de la posesión, sino de lo que representa
para sus seres queridos, para la sociedad en su conjunto. Mientras os creáis perdidos, abandonados a un
entorno de mendigos, difícilmente os vais a sentir amados. Ahí están las brutales estampas de millones de
niños en continuo sufrimiento, intentando reponerse de situaciones especialmente complicadas de
violencia doméstica o sexual, a los que habría que proteger con más mimo si cabe. El mundo cambiará el
día que se cree conciencia con la infancia, con la fragilidad de su vida, para que cada vida que comienza a
vivir, en su familia o en la sociedad, pueda desarrollarse en un clima gozoso y sereno (como referencia),
no en vano el desarrollo de nuestras facultades es lo que nos da en parte la placidez.
Terminaré, pues, esta misiva al mejor amor, el de los niños, advirtiendo que para crear un mundo
apropiado a los pequeños, que sois tan inocentes como vulnerables y dependientes, pero también curiosos,
activos y llenos de vida, debemos asentar vuestro futuro, no nuestro futuro, en la armonía. No puede
haber un objetivo más humano y noble que darle a cada niño el poder de sonreír, de sentirse querido y
protegido. Y esto debiera ser prioridad de todas las naciones. Lo vocifero en vuestro nombre. Un pequeño
gesto de un niño, una insignificante mueca, significa mucho, para mí es un auténtico motor vital. Por
tanto, pongámonos los efectivos recursos necesarios, sin obviar los afectivos, para darle a cada niño el
futuro de tranquilidad que se merece; y aplaudiremos con énfasis tan alta emoción. El triunfo será fácil
constatarlo, se podrá evaluar con las existencias que se salven y las vidas que se mejoren. Con razón,
todos los niños, reconocen a sus ascendientes o cuidadores, por la sonrisa vertida en su oído.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
10 de noviembre de 2013