Un consuelo
P. Fernando Pascual
2-11-2013
Ser consolados y consolar: lo necesitamos. Porque los golpes de la vida desgastan y duelen. Porque no
podemos vivir sin amor. Porque la dulzura cura las heridas más profundas en el alma.
Es cierto: existe bondad entre quienes me rodean. Tantos familiares y amigos han escuchado, han
ayudado, han comprendido, incluso han perdonado. A veces, sin embargo, el corazón parece necesitar
algo más fuerte, más seguro, más completo.
El consuelo verdadero, el que nunca falla, el que nunca se cansa, nos viene de Dios. Si nos dejamos
consolar por Él, si le permitimos curar las huellas que el pecado ha dejado en nuestras almas, si le
damos la gran alegría de perdonarnos, empezaremos a vivir de un modo nuevo, maravilloso,
inimaginable.
Así de sencillo y así de fácil. Simplemente, hemos de permitir al “Dios de la paciencia y del consuelo”
(cf. Rm 15,5) que toque nuestras vidas, que sea nuestro Amigo a lo largo de la jornada. Entonces
encontraremos ese consuelo que tanto anhela el alma, y también nosotros abriremos los ojos para dar
gratis a nuestros hermanos lo que gratis hemos recibido de la dulzura divina.